En Chile no cabe la impunidad ni menos el olvido. Quienes vivimos los momentos previos y posteriores a la dictadura, sabemos que fue en 1970 cuando se empezó a dibujar el rastro histórico del terrorismo, y su exponente principal fue Patria y Libertad, una organización de ultra derecha, antecesora de la UDI, asociándose al gobierno norteamericano y a Oficiales del ejercito chileno. Fueron ellos los que implementaron el terrorismo político, económico y militar con el objetivo de impedir, primero, que Allende asumiera el gobierno, a pesar de que había sido elegido democráticamente y luego para derrocarlo.
No se trata de vivir pegado en el pasado sino que hablar con la verdad, saliéndole al paso a quienes intentan hoy rasgar vestiduras, presentándose como defensores de la vida y de los intereses del pueblo. Si las nuevas generaciones de la derecha realmente sienten que en Chile hubo crímenes de lesa humanidad no pueden seguir con el argumento que justifica el golpe de estado de 1973.
A ellos les vamos a recordar que sus antecesores no vacilaron en asesinar al Comandante en jefe del Ejército de Chile, al General René Schneider el 27 de Octubre de 1970, al Edecán Naval del Presidente Salvador Allende, Comandante Arturo Araya Peeters el 26 de Julio de 1973. Que esos crímenes premeditados, se inscribieron en sus políticas terroristas destinadas a derrocar un gobierno democrático, a crear el caos económico e infundir temor a la población.
A nosotros nos tocó enfrentarnos a ese momento histórico, hace 41 años un grupo de suboficiales de la Fuerza Aérea, el 10 de Septiembre de 1973, nos encontrábamos en el centro de Santiago pensando en lo que se nos venía por delante. Todos los que estábamos allí habíamos hecho un compromiso, defender el gobierno democrático de Salvador Allende, un juramento con la patria que no traicionamos.
A esas alturas sabíamos que se venía el golpe, pero nadie podía explicar con exactitud que era un golpe de estado ni menos sospechar la crueldad que ello traería consigo y sus consecuencias. Pero de lo que si habíamos sido testigos, como todos los chilenos, era del terrorismo que la derecha había desatado para crear un clima de desestabilización y temor en la población, el que luego con sus actores en el poder, se transformó en terrorismo de Estado.
Son hechos históricos que no se pueden olvidar, tampoco nuestra desesperación e impotencia cuando comprobamos que ya nada se podía hacer y que solo nos restaba defender el gobierno de la Unidad Popular. En esos momentos el recuerdo de nuestro trabajo con obreros, estudiantes campesinos, intelectuales, de lo que construimos con la CUT y de su alta disposición para permitir el ingreso de suboficiales a la Universidad Técnica del Estado, para formarnos junto a un pueblo que luchaba por el sueño de un país más inclusivo e igualitario.
Eso nos provocaba el temor, prontamente comprobado, de que sería solo a través de la represión que neutralizarían el avance que el pueblo había logrado durante los cortos años del gobierno popular. La derecha estaba decidida a barrer con la Unidad Popular, sabían que contaban para ello con un brazo armado institucional, las Fuerzas Armadas, las que en esa fecha, sus mandos superiores, estaban coludidos para dar un golpe.
Mientras el gobierno de la UP, la izquierda a excepción del MIR y sectores socialistas, nunca tuvo una política militar, ni menos la disposición a crear una fuerza militar para defender las conquistas populares. Por eso lo que han inventado de que habían armas, un ejército popular, fuerzas extranjeras que daban entrenamiento y proveían de armas, todo eso es una mentira, ellos sabían que nunca hubo una capacidad material de defensa ni menos un ejército popular armado.
Por lo demás habían sucedido una serie de hechos que inclinaron la correlación de fuerzas a favor de la derecha que conspiraba con dineros del gobierno de Estados Unidos y con el apoyo de la directiva de la Democracia Cristiana. Uno de esos hechos fue el Tanquetazo en junio de 1973, un fracasado alzamiento militar del Regimiento de Tanques Blindados N° 2, al mando del teniente coronel Roberto Souper Onfray.
En esa oportunidad el gobierno de la Unidad Popular no actuó con la celeridad ni la decisión que ese momento histórico ameritaba, este tuvo la oportunidad de cambiar la correlación de fuerzas en las FFAA, nosotros esperábamos que el gobierno tomara medidas y cambiara a todo el alto mando del ejército comprometido con la intentona golpista, pero no fue así.
Los jefes políticos del “tancazo” fueron los líderes del Movimiento ultra derechista Patria y Libertad, Pablo Rodríguez Grez, Juan Schaeffer, Benjamín Matte, Manuel Fuentes y Juan Hurtado. Todos ellos se asilaron en la embajada de Ecuador desde donde emitieron un comunicado reconociendo que habían promovido el frustrado golpe.
Al no haber tomado medidas que pudieron haber controlado la sedición en las FFAA, lo que vino de allí para adelante fue todo a favor del golpe de estado. Allende designa, a pesar entre otros de nuestras advertencias, al General Gustavo Leigh como Comandante en Jefe de la FACH. La derecha inició un asedio permanente contra el general Carlos Prats, Comandante en jefe del ejército, y lo mantiene hasta lograr que este renuncie a su cargo. Finalmente y ante la renuncia del general Prats, Allende nombra a Pinochet como Comandante en jefe del Ejército.
En la madrugada del día 11 de Septiembre nos informaron que Allende intentaría frenar el golpe de estado llamando a un plebiscito, pero a esa misma hora nos comunicaron que en Valparaíso había movimiento de tropas y que aviones Hawker Hunter artillados estaban listos para despegar desde Concepción, con lo cual el golpe ya había empezado.
Después de recibir esas noticias un silencio se apodero del lugar, nadie dijo nada en un buen rato hasta que decidimos salir, retornar a nuestros cuarteles y enfrentar la situación.
De allí en adelante todo lo que sucedió fue rápido, un acontecimiento tras otro, había que haber estado allí para entender lo que se sentía y se vivía en esos momentos, es difícil traspasar al papel la tensión del momento. Sucedió que rápidamente los golpistas se apoderaron de la institución a través de la cadena de mando, coparon todos los puntos estratégicos, las comunicaciones y establecieron el control sobre quienes ellos tenían identificados como pro gobierno.
Esa mañana del 11 logramos Interceptar las comunicaciones con los aviones y nos dimos cuenta, en ese momento, que la aviación estaba lista y dispuesta para iniciar los bombardeos sobre los puntos señalados como estratégicos de Santiago. Desde allí con un grupo de tres o cuatro compañeros escuchamos los preparativos y luego el ataque a la Moneda, creo que ninguno de nosotros se imagino que llegarían a ese extremo, a bombardear el palacio presidencial con el Presidente de la Republica en su interior.
Entre sorprendidos y totalmente descolocados empezamos a seguir los acontecimientos, así nos informamos que la escuadrilla que bombardeo La Moneda estuvo a cargo de comandante Mario López Tobar, jefe del grupo 7 de la Fuerza Aérea de Chile, participaron Fernando Rojas Vender, quien llegó a ser Comandante en Jefe de la FACH entre 1995 y 1999, el teniente Ernesto Amador González Yarra, el capitán Eitel Von Mühlenbrock y el teniente Gustavo Leigh Yates, hijo del comandante en jefe de la FACH y miembro de la junta militar. La operación fue coordinada desde tierra por el comandante Enrique Fernández Cortez.
El ataque a la Moneda fue de norte a sur, los cuatro Hawker Hunter habían despegado de Concepción a las 11:00 horas, cerca de las 11.20 hicieron la pasada de estabilización sobre el blanco y viraron en 180 grados a la izquierda para iniciar el ataque. El primer avión hizo impacto en la Moneda cerca de las 11:30, con un disparo que debieron haberlo hecho a la altura de la Estación Mapocho.
El objetivo era asesinar al Presidente Allende y aniquilar a las fuerzas vivas que estaban allí haciendo una resistencia heroica. Para ello utilizaron los cohetes Sura P-3, diseñados para atravesar estructuras y paredes y que después explotan, provocando una destrucción interior significativa.
El ataque a La Moneda fue brutal, en minutos dejó una imagen inequívoca, una fotografía de lo que se nos venía encima, aviones de combate, tanques, fuerzas de infantería, todo eso, para aniquilar a una veintena o algo más de valientes chilenos, quienes a esa hora defendían la dignidad de Chile con el Presidente a la cabeza. Nosotros nos preguntábamos cómo esperando la respuesta que nunca llegó, quienes estaban con Allende y que había pasado con todos los planes de resistencia de los cuales nos habían hablado, donde estaban los generales leales que según dirigentes de la UP nunca violarían su juramento y que defenderían la Constitución.
En medio de ese ambiente tenso irrumpieron las primeras palabras de Allende, cada una de ellas se sentía como verdaderos aguijones que golpeaban nuestras conciencias, palabras que intentaban, con una tranquilidad admirable, hacernos comprender que estábamos frente a una situación difícil e histórica para Chile. Su voz en ese momento se elevo para llegar a todos rincones del país, valiente, seguro, en medio de esos ataques cobardes, desmedidos y promovidos por Jefes militares terroristas y fanáticos.
Las palabras de Allende nos emocionaron, nadie pudo contener las lágrimas, a cada uno le llegó el mensaje de distinta manera, yo lo sentí agradeciendo a su pueblo por la confianza que todos habíamos depositado en el y advirtiendo lo que venía. En mi quedó grabado para siempre el llamado al pueblo “a defenderse, pero no sacrificarse. “El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”, mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Su voz llegaba hasta los huesos, era su despedida y el anuncio de una barbarie, porque el odio estaba allí, detrás de la puerta y delante de nosotros listos para aplastar a sus opositores, un proceso en el cual nuestros jefes y compañeros de armas se transformaron de soldados a torturadores y las unidades militares pasaron a ser campos de concentración.
Las escenas que vimos a partir de esos momentos solo se asemejaban a las que habíamos visto en películas de la época de los nazis, no recuerdo si fue el mismo día once o en los días siguientes, que llegaron hasta la Escuela de Aviación unos camiones. Quienes estábamos allí quedamos atónitos, mirando como bajaban de esos vehículos, a empujones, a unas treinta personas que venían amontonadas unas sobre otras.
Eran como unos fantasmas caminando a medio vestir, hombres y mujeres, con sus camisas y sostenes, como capuchas en su cabezas, eran guiados como un rebaño camino a la Escuela de Especialidades. Ellos y ellas eran obreros y pobladores de Madeco y de otras empresas cercanas al Bosque, eran vejadas y golpeadas por militares inescrupulosos fanáticos que decidían su destino.
Así sucedió con tanta gente indefensa, nadie podía hacer nada por ellos, eran el cuerpo material del enemigo en manos de criminales vestidos de uniformes, golpeando a unos, a otro, a otra, y a otra, a los marxistas, comunistas al enemigo interno. Todos eran el enemigo de Chile que la guerra sicológica y la propaganda había hecho crecer y que en lugares secretos como este, se desangraban por las crueles torturas a las que era sometidos (as), la mayoría solo eran chilenos y chilenas comunes, sacados de sus casas y lugares de trabajo, indefensos cuyo único pecado era el pensar distinto.
Son miles los testimonios que acreditan los Crímenes de Lesa Humanidad cometidos por militares y civiles como agentes del Estado, actos inhumanos que, por su generalización y su gravedad excedieron los límites tolerables. Todos fueron actos ilegítimos bajo la caricaturización de una guerra inexistente, crímenes colectivos de carácter generalizado y sistemático como producto de un plan preconcebido,
La mayoría de nosotros fuimos detenidos entre el 11 de Septiembre y el 10 de Octubre de 1973, fuimos torturados en la Academia de Guerra Aérea, una unidad militar que estuvo a cargo del ex general Mathei desde inicios de 1974. Quienes nos torturaron fueron Oficiales, algunos de ellos habían sido hasta una semana antes nuestros jefes, el entonces Comandante de Escuadrilla Piloto Jaime Lavín Fariña, los Capitanes de Bandada Pilotos Álvaro Gutiérrez, Víctor Mettig, León Duffey, Florencio Dublé, los Comandantes Sergio Lizasoaín, Edgar Ceballos Jones, Juan Bautista González y Humberto Velásquez Estay, los capitanes Juan Carlos Sandoval, Jaime Lemus, los tenientes Luis Campos, Dumont y Pérez.
Durante un periodo largo de entre uno y tres meses nos mantuvieron encapuchados y maniatados, de pie o amarrados a una silla frente a una pared. Fuimos sometidos a golpes y correntazos hasta dejarnos sordos, nos metían la cabeza en baldes de agua hasta medio ahogarnos, nos hicieron simulacros de fusilamiento y durante las noches, nos hacían escuchar a todo volumen la radio Colo Colo para acallar los gritos de dolor que salían día y noche de los lugares donde nos torturaban.
Así pasamos largas horas y días parados y sin dormir, tratando de mitigar el dolor que provocaban las torturas y tratando de no escuchar los gemidos de angustia y dolencia de quienes estaban a nuestro alrededor. El olor a húmedo, a transpiración nerviosa, el olor a la adrenalina impregnado en las murallas de ese lugar, solo lo podemos describir quienes pasamos y sufrimos por esas situaciones.
Todos estos horrores que soportamos al igual que miles de chilenos, los han tratado de justificar con un argumento que denominaron el Plan Z, un “plan maestro” que según la inteligencia militar ordenaba todos los eslabones de la invasión ideológica y militar del marxismo en chile. Tal como se conoció años después en 1999 o 2000 en los archivos desclasificados de la CIA en Estados Unidos, este plan fue simplemente una operación de inteligencia para justificar el golpe de estado, pero en esos momentos iniciales del golpe, en sus primeros meses, fue la excusa para asesinar y torturar a personas inocentes, acusadas de participar en el “plan del comunismo internacional” para invadir Chile.
Fueron días de barbarie, en los cuales el espiral del terror no tenia control, a medida que descendía por la cadena de mando, el dominio sobre la vida de las personas y la brutalidad iba en aumento, los mandos superiores exigían a los subordinados cumplir las ordenes sin preguntar, así nos enfrentamos a diario a quienes nos tenían a su cargo para vigilarnos o conducirnos a la tortura y en casos de muchas personas, a la muerte.
Enrique Villanueva M
Vicepresidente CEEFA
Centro de Estudios Exonerados FACH-73
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