“Si no hay movimiento no existe vida, si no hay vida no hay acción y si no hay acción se acabó el mundo.Las cosas no están quietas para mí. Siempre tengo la idea de que algo cambia, algo se mueve, algo tirita, como quién diría”. La frase es de Matilde Pérez, la dijo hace un par de años al sitio especializado Artishock y sirve para introducirse en la obra de la artista que falleció este miércoles, a los 97 años, y cuyos restos serán velados hasta el viernes en la parroquia San Patricio (Isabel La Católica 6319, Las Condes).
Matilde Pérez Cerda nació el 7 de diciembre de 1916 en Santiago, estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile y, aunque se inició como pintora, descubrió más tarde las claves que la convirtieron en precursora del arte cinético en Chile. Fue en 1960, cuando viajó becada a París, se encontró con Victor Vasarely y comenzó la investigación óptica y cinética.
Más tarde, en 1975, formaría el Centro de Investigaciones Cinéticas en la Facultad de Diseño de la Universidad de Chile, pero el proyecto pronto se truncó: al año siguiente fue exonerada y dejó su puesto como académica.
A esa altura ya había integrado el Grupo de los Cinco (1953), el Grupo Rectángulo (1955-1962) y la primera etapa de Forma y Espacio (1962-1965). También había comenzado a desarrollar una obra que “logró mezclar los mundos de la ciencia, de las matemáticas, de la geometría, con el de las artes”, dice el curador Ramón Castillo.
“No fue una relación sencilla, sino que hizo una cantidad de obras a partir de principios geométricos bastante complejos. Comenzaba sus obras en papel milimetrado y a esa escala es tremendamente minucioso el trabajo. Luego iba generando formas, planos y se iba haciendo más complejo. Comenzaba en el papel y luego se convertían en grabados, en volúmenes, en piezas cinéticas, en piezas móviles o en túneles”, señala en alusión al Túnel Cinético, que instaló en 1970 en el Instituto Chileno Norteamericano y permitía transitar entre efectos producidos por espejos, luces y figuras geométricas. “Es la pieza que ella consideraba más importante”, asegura Castillo.
“Matilde decía que en sus trabajos no hay narrativa. No tienen títulos porque se bastan por sí mismos y son suficientes para provocar algo en el espectador. Es una clave muy importante que cualquiera puede apreciarlos, porque un niño, un adulto, alguien muy culto o analfabeto, parado frente a una de sus piezas, es capaz de reconocer los efectos visuales que ella provoca”, explica el director de la Escuela de Artes de la Universidad Diego Portales.
Ramón Castillo la conoció en 1997, cuando en el Museo de Bellas Artes trabajó para Ojo móvil, muestra que revalorizó su figura luego de años al borde de la invisibilidad. Después vinieron otras exposiciones relevantes en Chile y el extranjero. La primera fue Lo(s) cinético(s), en el Museo Reina Sofía de Madrid (2007), “en que ella forma parte del relato internacional del arte cinético, es decir, forma parte de la historia. Es el momento en que se la reconoce como protagonista de un momento histórico, de una tendencia”, dice Castillo.
Luego se hicieron Cinética, en Casa de las Américas de La Habana (2009); Open cube, en Londres (2012); y Matilde por Matilde, el mismo año en la Fundación Telefónica, también curada por Ramón Castillo. “En Inglaterra se le hizo un homenaje en el contexto de la feria Pinta y fue realmente muy emocionante, porque advertíamos que no solo era nuestra Matilde Pérez, artista chilena, sino que también era tratada como maestra del arte internacional. Eso fue muy impresionante, se acercaba la gente y le decían maestra”, recuerda el curador.
A pesar de su reciente revalorización, hay quienes consideran que la misma condición de pionera del arte cinético la convirtió en “un caso muy aislado”. Así lo dice el historiador del arte Gaspar Galaz, quien destaca que “nunca cedió un milímetro de lo que pensaba y trabajó toda su vida en ese sistema”.
“Fue más allá de los dogmas del arte concreto y abstracto y fue más allá también de Vasarely. Usó motores eléctricos, integró el movimiento real a la combinación de colores, fue proponiendo un mundo no tan fácil para los ’60, para la abstracción dura”, añade el académico de la Universidad Católca.
Gaspar Galaz recalca, no obstante, que “su trabajo fue muy solitario, con muy pocos seguidores. En los últimos 30 años el arte ha cambiado de tal manera, de forma tan acelerada, que cientos de tendencias y posturas quedaron fijas en el tiempo. Eso hace que ella sea una especie de héroe de un movimiento cinético que finalmente no tuvo ninguna o muy poca repercusión en Chile”.
Más categórico es el director del Museo de Arte Contemporáneo (MAC), Francisco Brugnoli, quien la conoció en 1959, cuando ingresó a la Escuela de Bellas Artes y le tocó como profesora: “Era increíblemente rigurosa y exigente, era el curso donde se hacía trabajar más a los estudiantes. No solo era obediencia al profesor, sino que lo que ella enseñaba, cómo lo enseñaba, evidenciaba una gran claridad metodológica y un sentido de lo que debía ser la base constitutiva de una obra de arte. Todo eso era sorprendente en un curso de primer año”, recuerda.
Según Brugnoli, la falta de reconocimiento tiene que ver con que “ella se integra a una corriente de arte que Chile no reconoció en su tiempo. Matilde Pérez no obtuvo el Premio Nacional ni tampoco otros colegas que compartieron con ella la tendencia, como Ramón Vergara Grez y Gustavo Poblete. Hubo una generación de profesores que asumió el compromiso del trabajo riguroso con la abstracción y eso pasó desapercibido en Chile. En los últimos años hay un resurgimiento, pero es muy tardío. Con Matilde Pérez, muere el último de ellos y es lamentable que el país no haya reconocido su gran aporte”.
Quizás por eso es difícil también encontrar hoy sus obras en el espacio público, que es el proyecto utópico de un artista cinético, dice Ramón Castillo: “Que estén en las plazas, edificios y parques”.
Un caso emblemático es el friso realizado en acero soldado, de 60 metros de largo, que desde su inauguración lucía el centro comercial Apumanque. En su momento incluso tenía un sistema de sincronización para que una serie de ampolletas generaran patrones de forma y movimiento, pero en 2007 fue retirado para la remodelación del recinto y trasladado al campus Lircay de la Universidad de Talca.
Así, en la región Metropolitana, solo se pueden ver dos de sus obras: Visiones geométricas, esculturas que se activan con el viento y fueron instaladas en 2004 en la variante Melipilla-Huilco; y otra escultura de cinco metros de alto, con un disco giratorio, inaugurada en 2011 en el edificio que Banco Itaú posee en la Ciudad Empresarial, en Huechuraba.
Imágenes: Fundación Telefónica.