Economía: ¿Redistribución del ingreso o inversión consensuada?

El problema no sería, propiamente, la redistribución del ingreso, pues su efecto macroeconómico no es relevante, sino lo que los propietarios del capital pueden hacer o hacen con la riqueza excedente, es decir, hacia dónde dirigen los multimillonarios recursos que no pueden consumir.

El problema no sería, propiamente, la redistribución del ingreso, pues su efecto macroeconómico no es relevante, sino lo que los propietarios del capital pueden hacer o hacen con la riqueza excedente, es decir, hacia dónde dirigen los multimillonarios recursos que no pueden consumir.

De los temas económico-políticos que generan mayor polémica, los de la redistribución del ingreso, la justicia e igualdad, así como sus respectivos impactos en la libertad, el emprendimiento y la equidad son, sin dudas, los que más pasiones provocan. No es, por cierto, un tópico reciente, ni mucho menos, de simple solución. La literatura al respecto ocupa siglos de historia del hombre y los ejemplos de sus derivadas hacia la violencia redentora se multiplican por cientos.

Uno de los últimos aportes teóricos a la discusión ha sido la obra del economista francés, Thomas Piketty, Le Capital au XXIe siècle, mientras que las organizaciones económicas internacionales nos proporcionan periódicamente elementos cuantitativos y cualitativos que demuestran aquel fuerte aumento de la desigualdad de ingresos, así como su furiosa concentración: en efecto, cerca de la mitad de la riqueza mundial está hoy en manos del 1 por ciento de la población, la que en conjunto tiene potestad sobre qué hacer con los alrededor de los 110 millones de millones de dólares que administran.

Las soluciones a este desequilibrio han emergido hasta ahora de modo que, por lo general, la disputa se transforma en una aporía: desde los partidarios de la igualdad o el igualitarismo se enarbolan propuestas que tienden a afectar las libertades, mientras que desde libertarios, liberales o neoliberales, se formulan otras que no sólo terminan pareciendo defensa de injusticias, sino que, dadas sus propias definiciones, la discusión se da en el campo de una lucha de clases que arrastra la polémica al ámbito de las naturales emociones que suscitan estas inequidades.

Se podría decir que, a estas alturas de la historia, siendo el 1 por ciento el dueño de casi el 50 por ciento de la riqueza mundial, se están cumpliendo las predicciones que Karl Marx hizo en el siglo XIX, en el sentido de que el capitalismo (“cáncer de la Madre Tierra”, como dijo Evo), tiende a la concentración, dada su propia naturaleza y que, por consiguiente, una revolución que expropie el capital a estos poderosos (después de todo son apenas 70 millones de los 7 mil millones que habitamos el globo), resolvería el problema.

Desgraciadamente, tal percepción no es sólo simplista en sus consecuencias eventuales, sino que parece no asumir que ese inmenso poder de recompensa, no solo atañe a los propietarios directos, sino también al conjunto de grupos humanos, culturas, instituciones y orgánicas con poder de coerción, experto, de autoridad y legítimo, que viven en torno a aquel. Probablemente es por eso que Marx también afirmó que “la violencia es la partera de la historia”, aunque, dadas las brutales enseñanzas del siglo XX sobre los efectos de la violencia, afortunadamente son pocos quienes abogan por ella como solución.

De otro lado, tampoco parece asumirse que por más que la riqueza posibilite un potencial consumo infinito, en los hechos, nadie puede hacerlo más allá de lo que es humanamente posible, aun cuando ese consumo conspicuo sea muchas veces escandalosamente grosero, considerando los mil millones de personas que viven aun con menos de un dólar al día, pues, este 1 por ciento de la población no puede físicamente consumir más de lo posible para tal minoría. El resto de esas fortunas debe reinvertirse, de modo que se reproduzca y crezca. Esto es, por lo demás, lo que muestran las investigaciones de Piketty y las recientes cifras de los organismos internacionales lo confirman, pues la riqueza del 1 por ciento más rico, ha crecido en los últimos años sistemáticamente a mayor velocidad que el PIB mundial.

Entonces, el problema no sería, propiamente, la redistribución del ingreso, pues su efecto macroeconómico no es relevante, sino lo que los propietarios del capital pueden hacer o hacen con la riqueza excedente, es decir, hacia dónde dirigen los multimillonarios recursos que no pueden consumir.

Por de pronto, a falta de oportunidades rentables y liquidas rápidamente en las economías reales, buena parte ha ido a la formación de periódicas burbujas especulativas: empresas dot.com; commodities, bolsas, inmobiliarias y otras que han hecho latir el corazón financiero del mundo a gran velocidad, para luego, una vez estallada la burbuja, reducirlo hasta casi la muerte, deteniendo bruscamente la actividad real que tiene a los países al borde o en la recesión que experimentan en la actualidad.

Es cierto que cuando el capital tiene libre circulación, lo lógico es que aquel se desplace hacia aquellos proyectos que ofrecen mayor rentabilidad, liquidez y seguridad. También, que ese modo de invertir acarrea mayor velocidad de crecimiento y más riqueza en menos tiempo. Fue, por lo demás, lo que sucedió en la “década de oro” (1996-2006). Por eso también se afirma que los particulares, en su afán de proteger sus ahorros y hacerlos crecer más rápido, suelen –porque no es siempre así- invertir mejor que los Estados, que están obligados a asumir proyectos menos rentables en el corto plazo, aunque indispensables política y socialmente.

En consecuencia, la propia mayor riqueza social creada por el veloz crecimiento y la subsecuente concentración es la que impulsa estos períodos socio-políticos aleatorios, caracterizados por el énfasis en la igualdad y mejor redistribución del ingreso, pero que desvían a las sociedades del verdadero problema: cómo invertir la riqueza excedente, de manera que sea más útil y progresiva para todo el cuerpo social, sin tener que retirar los incentivos correctos al capital, derechos de propiedad, libertad de emprender y crear, y la legítima búsqueda de incremento de los ahorros como justo premio a la postergación del consumo propio.

La lucha entre libertad vs igualdad podría extenderse ad infinitum si es que no se concilian la equidad con el crecimiento, mediante un modelo de inversiones que, aún regido por la natural búsqueda de ganancias para el capital y el ahorro, apunte racional y consensuadamente a la satisfacción de las necesidades y resolución de los desequilibrios que emergen como resultado inevitable de la libertad.

¿El alza de impuestos es una herramienta correcta para tales efectos? Nadie puede asegurarlo, pues depende de demasiados factores. Sin embargo, una mayor colaboración público-privada, como lo hacen varias economías libres de Asia, tendería a conciliar la aparente contradicción entre la potestad del capital y ahorro para invertir en su propio crecimiento y una mejor disposición de los Estados a facilitar dicho progreso, aunque consensuando los destinos de la inversión hacia aquellas áreas que, según sea la estrategia de desarrollo nacional de largo plazo, parecen indispensables para su materialización.

 





Presione Escape para Salir o haga clic en la X