En mayo de 2015 la realizadora Coti Donoso presentó el documental Cuando respiro, trabajo que evidenció la grave contaminación de Santiago. El estreno de la película se hizo en distintas comunas de la capital, justamente, en el Día Mundial del Medio Ambiente.
Por esos días, en Valparaíso, un grupo de documentalistas se juntó con pescadores y con miembros del Colegio de Arquitectos: estaban grabando los testimonios de los trabajadores que se oponen al Terminal 2.
Así, en Santiago y en la V región se trabajaba en dos documentales que tenían un único objetivo: generar cambios sociales.
Hace años que el modo de trabajar el documental cambió. Esto, producto del auge de las tecnologías y el posicionamiento de las redes sociales. De ahí, que los realizadores, nacionales y extranjeros, debieron transformar su modo de pensar el quehacer documental. Ya no se trata sólo de dejar la película a disposición del público, los festivales y de las salas de cine. Ahora, la producción es mucho más compleja.
Por ello, este martes la agrupación de realizadores ChileDoc, efectuó su segundo taller CONECTA, el que busca generar lazos entre los productores y cineastas, para potenciar la acción de sus trabajos. Paola Castillo, cineasta y directora del evento, declaró que “ya no es suficiente la cadena tradicional de presentar en un festival, en una sala de cine, o en televisión. Uno, porque de partida acá es más difícil entrar en los medios y en las líneas de distribución y dos, porque el público joven no se está conectando por esa vía”.
Y agregó que “la producción de un documental también tiene que ver con Internet y con otros medios. Hoy también tenemos la capacidad de llegar a más audiencia a través de las redes sociales y eso ayuda montones”.
En CONECTA se presentaron cinco documentales cuya finalidad es generar un cambio social. Entre ellos se exhibieron 4 ramas 4 armas, de Katharin Ross; Cuando respiro, de Coti Donoso; La joya en ruinas: los últimos pescadores de Caleta Sudamericana, de Joaquín Cacciuttolo; Los elefantes no pueden saltar, de María José Martínez-Conde y Rodrigo Sáez; y Proyecto Quipu, de María Ignacia Court y Rosemari Lerner.
Los documentalistas participantes indicaron que cada uno de estas películas está apoyada por instituciones externas, a la vez que su producción incluye trabajo en redes sociales, colegios, municipios, e inclusive, concursos: “Esta forma de trabajo es algo nuevo para América Latina. Es un concepto que se ha comenzado a aplicar en Estados Unidos hace 10 años más o menos y que es utilizar el cine como herramienta de motor social, no solamente de cambio social como un activismo de generar una campaña nueva, sino de lograr que el espectador que está en una actitud pasiva, después de ver ese documental, tenga una actitud activa”, dijo Gonzalo Lamela, productor uruguayo y director de Ecocinema.
A su juicio, la oportunidad radica en abrir “nuevas ventanas para exhibir tu documental y para generar un mayor impacto” del que se buscaba en el origen. En complemento, Maite Alberdi reconoció que es un trabajo clave, a lo hora de motivar los cambios buscados.
Otro de los valores agregados del sistema de difusión que es destacado por sus realizadores es su durabilidad en el tiempo, porque la película queda al servicio de las organizaciones o escuelas.