Hay artistas cuyas vidas parecen tan distantes de lo que son nuestras existencias, que preferimos dejarlos en un limbo donde se aloja la mitología nacional. Aquí están las vidas de esos chilenos y chilenas extraordinarios que desarrollaron sus carreras detrás de la Cordillera de Los Andes y, por lo tanto, demasiado lejos como para entender las dimensiones de sus logros profesionales. A la mayoría de ellos, les toca saborear lentamente el “pago de Chile”, ese silencio apático, esa desidia cocida a fuego lento en el gran cazo de la envidia y la pequeñez, ese gesto invisible que nadie asume pero que llevamos como una marca nacional. Algunos de estos artistas han sido rescatados del odioso olvido y valorados en sus aportes al arte universal. Otros, aún están esperando en la larga fila a que les llegue su turno para ser reconocidos. A este segundo grupo, pertenece Esther Aldunate del Campo, cuyo nombre artístico era Rosita Serrano.
Una mujer singular con una férrea vocación artística que la llevó muy joven a partir sola a Europa a seguir los pasos de su madre, otro personaje desconocido de nuestra amplia galería de la ingratitud nacional. Esther nació en 1914 y desarrolló una carrera de cantante y actriz de proporciones inimaginables para los parámetros que conocemos en estas latitudes. Las marquesinas que hicieron brillar su nombre son las de los grandes teatros en París, Nueva York y Berlín. Fue allí, en Alemania donde comenzó a forjarse como una figura de la historia, cuando fue considerada como una de las artista favoritas del Tercer Reich. Aplaudida y vitoreada por la impecable oficialidad germana a fines de la década del 30, cuando se convirtió en el mayor poder político sobre la Tierra y que para terminar con él se requirió de alianzas impensadas entre rusos y estadounidenses, junto a ingleses y franceses.
La estricta marcialidad alemana tenía momentos de esparcimiento y allí estaba Rosita Serrano para recordarle a los oficiales, a Goebbles e incluso al Führer, que la vida no era solo el aplastamiento implacable de sus enemigos. La vida era también la belleza de unos ojos verdes y una voz que fue bautizada como El Ruiseñor de Chile. Dotada de una belleza y personalidad que no se amilanó ni frente a Hitler, Rosita tomaba su guitarra y cantaba en alemán, inglés y castellano, fascinando a su audiencia que se deleitaba con su voz de soprano que dentro de sus recursos más sorprendentes era un silbido melodioso y arrullador.
La escritora Patricia Hidalgo escribió una novela a partir de algunos de sus datos biográficos más importantes en el libro Cuéntale tus amores, editado por el sello chileno Asterión. Un libro donde es la misma autora la que advierte al lector que no se trata de una biografía autorizada, sino que de un relato que busca “rescatar del olvido a este personaje y estimular a que alguien la escriba”. Sin embargo, se trata de un libro que permite ingresar a su vida a través del relato en primera persona de una Rosita Serrano que recuerda su agitada y fascinante existencia desde sus días finales, lo que aumenta la perspectiva de sus logros y el olvido en el que se han mantenido, no por mucho tiempo más, asumimos, cuando ya existe documental sobre su vida. Rosita, la favorita del Tercer Reich es cómo tituló su trabajo Juan Pablo Berthelon Aldunate, sobrino de la artista, quien ganó el Festival de Cine Recobrado de Valparaíso con el filme y en estos momentos se encuentra produciendo la película sobre su vida.
La carrera artística de Rosita Serrano estuvo fuertemente ligada al nazismo y fue criticada en el Chile de la posguerra, ignorante que mucho antes de que Hitler fuera derrotado y después que le enviara a la artista una fotografía suya firmada, Rosita fue censurada y borrada de la historia de la Alemania nazi por su protección y ayuda a los judíos.
Su matrimonio con un millonario egipcio, la vida de mujer casada en la ciudad de Alejandría y las giras artísticas por las más bellas capitales de Europa, con temporadas en su Santiago natal, aderezan su historia hasta convertirla en el material ideal para un escritor o un realizador cinematográfico. Una manera de terminar con la espera de ese mezquino reconocimiento que tanto se merece.