Crónica: Chile, el país de los eufemismos

Según el último catastro realizado por el Ministerio de Desarrollo Social en 2011, la cifra de “gente en situación de calle”, como les gusta llamar a las autoridades, alcanzaba las 12 mil 500 personas. Sin embargo, Francisco Román, director ejecutivo de la Fundación Gente de la Calle, asegura que el número podría alcanzar los 18 mil este año. Para Román, hablar de gente “en situación de calle” no sólo es un eufemismo, sino que además es un concepto errado, pues es muy amplio y mezcla realidades muy diversas.

Según el último catastro realizado por el Ministerio de Desarrollo Social en 2011, la cifra de “gente en situación de calle”, como les gusta llamar a las autoridades, alcanzaba las 12 mil 500 personas. Sin embargo, Francisco Román, director ejecutivo de la Fundación Gente de la Calle, asegura que el número podría alcanzar los 18 mil este año. Para Román, hablar de gente “en situación de calle” no sólo es un eufemismo, sino que además es un concepto errado, pues es muy amplio y mezcla realidades muy diversas.

Es una fría mañana en la Plaza de Armas de Santiago, en medio de una de las semanas con temperaturas más bajas en lo que va del año, que alcanzan los 3 grados bajo cero, según advierte la Dirección Meteorológica de Chile. La gente camina más arropada que de costumbre, portando guantes y bufandas, lo necesario para no ceder al frío.

La esquina que une al paseo Ahumada con Huérfanos, suele ser un lugar donde convergen oficinistas, gente de negocios, empleados públicos y familias que pasean o hacen compras. Es, como todo el centro de Santiago, un espacio ruidoso y donde cada tanto, las calles colapsan producto de la multitud. Es justo allí, en medio de estas calles, donde dos carpas se instalan en el frontis de una sucursal del Banco de Chile. Una imagen que confunde a los pocos transeúntes que se detienen o prestan atención. Las coloridas tiendas de campaña se instalan marcando el contraste con la arquitectura uniforme y opaca que caracteriza al centro.

“Ahí viven dos hombres jóvenes, de unos 40 años, que trabajan acá en el centro. Cada tanto los vecinos o la gente que trabaja acá les traen café o algo para comer. El otro día, una señora les trajo ropa para que pudieran abrigarse”, me dice Sonia, una vendedora ambulante que ofrece bolsos y carteras.

Sonia dice que en enero pasado se instalaron en ese rincón y que, aunque ella no los conoce de cerca, sabe que son personas tranquilas y amables. Hace unas semanas vino el personal de la municipalidad a limpiar ese espacio que huele a orina y Sonia asegura que los hombres colaboraron con la limpieza y guardaron sus pocas pertenencias en una alcantarilla que se encuentra a unos metros de ese rincón que ellos consideran hogar. Al parecer, las carpas también fueron un regalo de gente solidaria que no pudo soportar verlos dormir a la intemperie.

Al igual que esta pareja, miles de personas viven en la calle, enfrentando el frío que acecha de madrugada y la mayoría no cuenta ni siquiera con una delgada carpa de nailon. Se acurrucan en los espacios apegados a los ventanales de las grandes tiendas, en los pequeños espacios donde se instalan los cajeros automáticos, debajo de vitrinas con techo, sobre todo los días de lluvia, y se cubren, en el mejor de los casos, de gastadas frazadas o de plásticos y cartones, cuando no se corre con más suerte. Ese fue el caso de dos personas que murieron de hipotermia en Santiago el fin de semana recién pasado. Esa es la historia que se repite cada invierno.

Tan grave es la situación, que a media noche se pueden encontrar diversos grupos de organizaciones caritativas, fieles de algunas iglesias o vecinos conmovidos que realizan ollas comunes, reparten pan y algo de abrigo.

Esta misma semana, en Viña del Mar, la Brigada de Investigación Criminal, rescató a una lactante de 8 meses de edad que se encontraba expuesta al frío en brazos de su madre, una mujer que vive pidiendo limosnas en el centro de la ciudad. La noticia destaca que la menor se encontraba en “situación de calle”, un eufemismo que ya nos parece normal y con el que se hace referencia de manera, incluso elegante, a aquellas personas que no tienen hogar y mucho menos recursos para vivir de manera digna. Los mismos a los que en Estados Unidos se les llama “homeless”, lo que significa sin hogar, una traducción tan simple como directa. En otros países se les denomina “los sin techo”. Sin embargo, en Chile parece que existe un esfuerzo por aliviar el peso que significa no tener un espacio caliente, limpio y seguro donde ir luego de una jornada de trabajo.

Sonia, la mujer que vende artesanías a un costado de las carpas, me dice que uno de los que vive en la carpa azul es un vendedor de parches curitas. Cada mañana la saluda con un tímido “buenos días” y aunque no suelen conversar, sabe que es un hombre trabajador que vive pacíficamente en ese espacio de la vía pública que él utiliza como propio.

“Es un trabajador como cualquier otro. Sólo que es pobre y no tiene donde vivir”, me comenta Sonia.

Según el último catastro realizado por el Ministerio de Desarrollo Social en 2011, la cifra de “gente en situación de calle”, como les gusta llamar a las autoridades, alcanzaba las 12 mil 500 personas. Sin embargo, Francisco Román, director ejecutivo de la Fundación Gente de la Calle, asegura que el número podría alcanzar los 18 mil este año. Para Román, hablar de gente “en situación de calle” no sólo es un eufemismo, sino que además es un concepto errado, pues es muy amplio y mezcla realidades muy diversas.

“Hay situaciones muy diferentes dependiendo de las características de estas personas. Partiendo porque hay niños, pacientes psiquiátricos y adultos mayores que no deberían entrar en esta categoría”, me explica Román. Chile ha ratificado convenios internacionales como la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas, en la que su artículo 27 dice explícitamente que los niños tienen derecho a un nivel de vida decente.

Por eso Román hace hincapié en que ellos consideran dentro de la categoría de situación de calle a “personas entre 18 y 60 años” y que no tengan problemas de salud mental. Román enfatiza en que el Estado de Chile se comprometió a que los menores de edad o personas que necesiten atención médica especial como los enfermos psiquiátricos y los adultos mayores no estarían expuestos a esa situación. Además, el 70 por ciento de las personas que viven en la calle tienen algún tipo de discapacidad.

Caminando hacia Plaza de Armas me encuentro con Pedro, otro vendedor ambulante de parches curitas que vive en uno de los cajeros automáticos del paseo Huérfanos. Me confiesa avergonzado que desde los 20 años vive en la calle. Ahora tiene 46 y además de recibir ayuda puntual de vecinos que le regalan comida y café, sólo en dos ocasiones ha aceptado ir a un hogar o albergue. Su rechazo se debe a que no lo dejan ir con el cholo, un perro negro y viejo que es su única compañía. Se niega a abandonar a la que es, según dice, su única fuente de cariño.

Francisco Román entiende bien esta situación, pues dice que lo ve a menudo: “Un carrito que quizás para mi es pura basura, puede que para una persona que no tiene nada lo sea todo. Es su propiedad. Tiene que ver con el trato que se les ofrece. Asegurarse que no estén hacinados. Las organizaciones tampoco consideran que esa persona tiene que trasladarse para llegar al albergue y que sólo llega a dormir, pero el resto del día no tiene a dónde ir”. A final de cuentas, reconoce Román, se trata de dignidad

Francisco Román apunta a que el Estado y las organizaciones de la sociedad civil administran el problema, pero no entregan una solución. Dice, además, que el tema pasa por generar un trabajo en conjunto que incluya no sólo al Ministerio de Desarrollo Social, sino también al Servicio Nacional del Menor, al Ministerio de Salud y al Servicio Nacional de la Mujer. Una vez que se componga un equipo interdisciplinario, éste debe apuntar a las causas y preguntar por qué están en las calles y por qué cada uno de los organismos que deben velar por la integridad de estas personas no están haciendo su trabajo.

“Creemos que es un problema que se puede resolver, pues sigue siendo un número ínfimo.  Sólo se trata de falta la voluntad política”, subraya Román. En nombre de la Fundación Gente de la Calle explica que en caso de que la cifra sea real, es decir, 12 mil 500 personas viviendo en la calle, el problema es menor, pues considerando que Chile tiene 340 municipalidades, al dividir la cifra el resultado indica que cada municipio podría hacerse responsable de 36 personas, algo completamente factible. Por esto, la Fundación Gente de la Calle cree que tiene que existir una política de Estado y no de gobierno. Una medida a mediano y largo plazo, con perspectiva de erradicar la situación.

Mientras tanto, Pedro ha pasado 26 años de su vida completando estos catastros que describen su pobreza, ausencia de derechos y abandono como una “situación de calle”. Para él no se trata de una “situación”, sino de una realidad dramática.

Por ahora, acomoda su saco de dormir bien apegado a la máquina del cajero. Es la única forma que tiene de enfrentar otro nuevo y duro invierno.





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