Un trabajo académico liberado recientemente por los investigadores de la Universidad de Cambridge, Jason Lu y Coen Teulings (“Secular stagnation, bubbles, fiscal policy, and the introduction of the contraceptive pill”) propone una interesante e innovadora tesis para explicar la crisis europea y de otras áreas desarrolladas, apuntando a su perfil demográfico, lo que, dada la estructura etaria que ha ido adquiriendo Chile, también resulta relevante para propósitos de política en nuestro país.
En efecto, tras casi diez años desde la crisis de 2008 y para conseguir mayor crecimiento, muchas economías industriales han estado llevado sus tasas de interés oficiales hacia terreno negativo (Japón, Europa), arrastrando la deuda pública de naciones como Suiza, Japón e incluso España a guarismos bajo cero y haciendo que los inversores en esas áreas estén pagando por prestar su dinero.
La razón por la que las tasas han llegado a negativo, según la opinión más ortodoxa, es que el continuo choque entre tensiones inflacionarias y crisis provocadas por las sucesivas burbujas, han ido reduciendo los tipos de interés, llegando en los últimos años, al límite. En dicho marco, los Bancos Centrales han seguido protagonizando la lucha contra la baja actividad mediante reducciones aún más agresivas de los tipos hacia espacios negativos para estimular el gasto e inversión, aunque sin crear, en paralelo, estímulos para evitar acumulación de dinero en efectivo.
De acuerdo a la economía clásica, las tasas -o “precio del dinero”- se fijan en relación a la cantidad de ahorro y demanda por crédito. Como normalmente son los jóvenes quienes piden préstamos para estudiar, formar familia o comprar una vivienda, mientras los mayores tienden a ahorrar más para una mejor jubilación, cuando hay más jóvenes que viejos, hay mayor demanda por crédito y las tasas son relativamente más altas. El fenómeno también aplica viceversa y, según la investigación de Lu y Teuling, a partir de los 70, dicha correlación comenzó a moverse hacia el segundo escenario.
En la propuesta de los economistas de Cambridge, las tasas negativas responderían más bien al envejecimiento de la población, expresado en el aumento de las cohortes mayores, hecho que ha estado conduciendo a una población desproporcionadamente sesgada hacia el ahorro y menos propensa al gasto y el riesgo. Si a dicho proceso se agrega la desigual distribución del ingreso mundial, que deja en pocas manos las decisiones de inversión, así como la enorme liquidez desatada por los bancos centrales de las naciones desarrolladas a través de los planes de “facilitación cuantitativa” (QE) -que solo debido a que dichos recursos han ido a solventar quiebras, ajustes y fusiones de centenares de bancos desde la crisis de 2008 no se han manifestado en más inflación- el cuadro de tasas bajas por varios años más, es perfectamente previsible.
Según los investigadores, ubicar el inicio de este fenómeno en los 70’ no es casual, pues es a partir de esa década que se extiende masivamente el uso de la píldora anticonceptiva y se inicia la caída de la natalidad en todo el mundo occidental, y, por tanto, actualmente las curvas poblacionales ya no tienen forma piramidal, sino arbórea (ver cuadros), situación que tendería a promover exceso de ahorro y, en consecuencia, una caída generalizada de los tipos de interés.
La teoría explicaría por qué Japón ha mostrado porfiadamente una crisis similar, con una baja de las tasas a cero unos 20 años antes, pues su situación demográfica iba adelantada respecto del resto del orbe. El estudio pronostica que el “peack” global de exceso de ahorro se producirá alrededor del 2035, es decir, quedarían aún 20 años de tasas negativas o muy bajas. Mal pronóstico para los bancos.
Pero las tasas negativas teóricamente desestimulan el ahorro y, dada la estructura de distribución del ingreso mundial, promueven la formación de nuevas burbujas de inversión en diversas áreas, impulsadas por la búsqueda de mayores rentabilidades a través de los movimientos financieros de las cerca de 250 mil familias que deciden las inversiones de más del 35% del PIB global, así como de las entidades institucionales que mueven los ahorros previsionales de millones de personas.
Para Lu y Teulings, la única solución en este cuadro sería emitir más deuda soberana, de manera que todo el ahorro excesivo acabe en manos de los Estados, ralentizando así el flujo de liquidez y estimulando un retorno a la inversión y mayor gasto, no obstante que economías como Japón o China, muestran ya niveles de deuda superiores al 200% del PIB, aunque en Europa, sus dirigentes intentan que los Estados no emitan más deuda y tengan un menor déficit fiscal, tal como en Chile.
Esta semana, los Centrales de Japón, Inglaterra y EEUU realizan sus respectivas reuniones de política monetaria y los analistas auguran nuevas medidas, aunque en direcciones opuestas, no obstante que, ante la falta de señales claras de la economía mundial, pudieran optar por mantener sus posturas. Para Inglaterra, el Brexit seguirá pesando, tanto por el mayor crecimiento conseguido en los últimos meses gracias a la depreciación de la libra, como por cuestiones de política interna. Japón, por su parte, no obstante sus tasas negativas, no logra despegar y mantiene niveles de inflación muy por debajo lo esperado, negándose a introducir reformas estructurales. La Reserva Federal de EEUU, en tanto, enfrenta una situación menos problemática: la semana pasada se informó de un crecimiento del PIB de 2,9%, que superó las expectativas, mientras la inflación ha ido aumentando y el mercado del trabajo, mejorando, lo que llevaría a su Comité a inclinarse por un alza de las tasas. Sin embargo, sus conclusiones llegan a solo unos días de que se celebren unas elecciones presidenciales caracterizadas por encuestas que muestran un empate técnico entre los contendientes, generando una incertidumbre política que recomendaría aplazar cualquier medida hasta después de esos comicios el próximo domingo.
Estos dilemas muestran, pues, la inquietud política que enfrenta la economía mundial, así como la necesidad de cambios macroeconómicos que trasladen el excesivo peso que sobrellevan hoy los bancos centrales -y que no muestran efectos notables dada la aparente causa estructural demográfica que se añade a las causas de la crisis- hacia decisiones de estrategia más integrales que reactiven el crecimiento y demanda, reduzcan focos de endeudamiento, coordinen políticas a nivel global y refuercen la economía regional de Europa.
Todas estas acciones implican, empero, un traspaso de poder desde las tecnocracias financieras hacia la clase política, incrementando su casi nula capacidad de determinar los pasos de futuro por sobre las decisiones de un pequeño sector de la población mundial que hoy decide el destino de los recursos que administra, según la lógica de mayor y más rápida rentabilidad económica, por sobre evidentes requerimientos sociales presentes (educación, salud, previsión) claves si se quiere consolidar un entorno democrático y de libertades.