Cuesta creer que a estas alturas el cantautor, poeta y pintor Joaquín Sabina diga que lo niega todo, como anuncia su nuevo disco en solitario, con el cual llegará en mayo de 2017 a Guatemala.
Para el hombre controversial y de pródiga imaginación nunca pareció existir el límite de lo prohibido y prueba de ello son las revelaciones lanzadas en ráfaga a través de sus 17 álbumes, cargados de acordes entrelazados con escenas pecaminosas, a juicio de ciertos guardianes de la moral.
De hecho, en una de las piezas de Lo niego todo, incluida en el concierto que ofrecerá por buena parte de este continente en el 2017, reconoce que “quien más, quien menos, se ha tomado a sí mismo como rehén y tiene una conciencia todoterreno del mal y el bien, pero yo fui más lejos”.
Asimismo, deja entrever otra vez que jamás clasificó para monje de convento y que como muchos “pagó caras 500 noches baratas y cambió a la familia por dos mulatas de culo obsceno”.
No es para menos si se consideran los estudios de Filología Románica cursados por este joven eterno, nacido hace casi 68 años (12 de febrero de 1949), quien llegó a ser mucho más que un manojo de canciones capaces de encantar a los más bisoños hace unas tres décadas, pero también a los que marchan con sus letras hacia la puerta de la tercera edad.
Las creaciones melódicas del ahora reconocido como Hijo Predilecto de Andalucía, título concedido por la Junta de Andalucía, mucho deben a su azarosa travesía lejos de su natal Úbeda de Jaén, España, como exiliado político del régimen franquista “y quizás de su padre, policía entonces”, con el nombre de Mariano Zugasti.
El libreto de canciones Memorias del exilio (1976) dio vida a su primer sencillo, Inventario. Según dijo, aquellos textos habían sido escritos para ser cantados porque temía que leídos resultaran “desabridos como puchero de pobre”.
Sabina sabe de poesía y continuamente reafirma su respeto por ella. Igual, sabe de las vueltas y tumbos de la vida, de tabernas, de vicios, de amor, de amistad y hasta de prostitutas, para él tan respetables como condenables piensa que son los hipócritas que las cuestionan.
“Noble oficio, rara vocación… Pobres por necesidad, ricas por morbo, casadas por poderes, viudas sin haberes, peripatéticas, rubias de bote, paños de lágrimas, refugium pecatorum, solteras sin dote, buenas samaritanas, baratísimas para lo que dan”, las distingue.
De esto y más trata Lo niego todo, concebido en una época en la cual reconoce que “el tren de ayer se aleja, el tiempo pasa, la vida alrededor ya no es tan mía”, aunque está seguro de que la “sabinamanía” seguirá en este mundo por un buen rato.