El 6 de mayo de 1921, Enrique Soro estrenó en el Teatro Municipal de Santiago su Sinfonía romántica. El concierto tenía una connotación especial. Una íntima, porque la obra estaba dedicada a Adriana Cardemil, con quien se casaría nueve días más tarde; y otra más amplia, porque esa fue la primera sinfonía que se escribió en Chile. Al año siguiente, la dirigió él mismo ante la Filarmónica de Berlín.
Casi un siglo más tarde, la Sinfonía romántica ha vuelto a cobrar vida. Es la obra que encabeza el disco que Naxos, uno de los sellos de música clásica más importantes del mundo, le acaba de dedicar al compositor nacido en 1884 en Concepción. El álbum incluye otras tres obras: la Danza fantástica, los Tres aires chilenos y la versión orquestal del Andante apassionato.
El disco fue grabado en septiembre de 2015, cuando la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile dedicó dos conciertos completos a Enrique Soro. Dos presentaciones y tres ensayos realizados en el Teatro Universidad de Chile, bajo la conducción de José Luis Domínguez, fueron registrados para la grabación, la primera de un compositor chileno en el sello. “El catálogo de Naxos incluye compositores de Islandia, Nueva Zelanda, Portugal, Grecia, Líbano, Irán, ¿por qué no podía estar Chile? -se pregunta hoy el periodista Álvaro Gallegos, quien produjo el disco. La idea era tomar un clásico chileno y Soro era ‘el’ nombre. Con la reivindicación que ha habido de su figura, no cabe duda que es el gran clásico chileno”.
El renacer
La edición de Naxos es el hito más reciente de una revalorización que la figura de Enrique Soro ha vivido solo en los últimos años. Aunque en 1948 recibió el Premio Nacional de Música, su nombre había sido marginado y su vida había caído en una suerte de olvido, pese a que había muchas historias para recordar.
Cuando aún no cumplía 14 años, Enrique Soro viajó a estudiar a París, pero finalmente acabó en el Conservatorio de Milán, el mismo donde su padre, el italiano José Soro Sforza, había estudiado décadas antes. Luego de presentar su música en Europa volvió a Chile y, en lugar de enfocarse en la moda de la música de ópera, se abocó a lo que había visto y oído en su viaje, la música de cámara y sinfónica. Así, con los años, grabó para sellos extranjeros, obtuvo un contrato con la editorial Schirmer y se vinculó a compositores como Pietro Mascagni, Camille Saint-Säens, Giacomo Puccini y Maurice Ravel. Al mismo tiempo, entre giras, se dedicó a la enseñanza: en 1905 comenzó a hacer clases en el Conservatorio Nacional, que dirigió entre 1919 y hasta que fue expulsado, casi una década más tarde.
Toda esa historia, sin embargo, cayó en una cierta indiferencia. Roberto Doniez, su nieto, recuerda que en 2009 apenas tenía dos grabaciones: un vinilo con el Concierto para piano y orquesta en Re Mayor, incluido en la Antología de la Música Chilena que Víctor Tevah y Herminia Racagni publicaron en 1978; y un CD con la Sonata No. 3 para piano, interpretada por el pianista letón Armands Abols. “Al mismo tiempo, observaba que en los conciertos sinfónicos se repetían una y otra vez las mismas tres piezas, casi como una cantinela, como un automatismo: la Danza fantástica, Tres aires chilenos y Andante appassionato. Ahora se está notando un cambio”, relata.
Ese año 2009 quizás sea el inicio del redescubrimiento. Luego de rescatar partituras y otros archivos de cajas y bolsas de basura, Roberto Doniez comenzó a formar lo que hoy llama el Archivo Enrique Soro, con el cual publicó el libro Palabra de Soro (2011). Al año siguiente se estrenó el documental En busca del piano perdido, producido por el mismo Doniez y dirigido por Carlos Pérez Villalobos.
Paralelamente, las partituras comenzaron a circular entre músicos y especialistas. “Fue clave poder ofrecerlas en el momento preciso -considera ahora Roberto Doniez. Tuve que implementar un sistema de digitalización fotográfica, para no manipular los originales y ofrecer copias digitales a los músicos”. Así, el dúo entre el pianista Alexandros Jusakos y la violinista Yvanka Milosevic, por ejemplo, grabaron dos discos y comenzaron a tocar a Soro no solo en Chile, sino también en Polonia, Grecia y China. Mientras, directores como Maximiliano Valdés, Víctor Hugo Toro y el canadiense Julian Kuerti programaron otras obras en conciertos.
Y hay más. La chelista Katharina Paslawski, que dirige el Ensamble Filarmónico del Teatro Municipal, se ha sumado a ese rescate, al igual que la pianista rusa Svetlana Kotova, que en 2015 publicó otro disco con obras para piano. “Soro debería ocupar el lugar del padre de la música chilena. Debería ser el primer nombre que asociemos a la música clásica de nuestro país, así como asociamos a Rusia con Tchaikovsky y a Noruega con Grieg. Eso, por su lenguaje musical clásico y universal, de fácil llegada al público, y por su compromiso con los elementos de la música nacional”, argumenta la intérprete.
Svetlana Kotova se encontró a Soro mientras escarbaba en la biblioteca de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, donde hace clases. Quería una obra chilena para piano y, hasta entonces, solo conocía los Tres aires chilenos: “Fascinada con las tonadas, empecé a buscar más música. Eso me llevó a investigarlo durante mi doctorado en Estados Unidos, donde también me preocupé de recopilar más material en las bibliotecas”, relata.
Así ha continuado la secuencia. El año pasado, la pianista María Blanca Mastrantonio presentó un disco doble con obras que el compositor penquista compuso entre 1900 y 1949, entre ellas, seis inéditas que fueron copiadas de los mismos manuscritos por la copista Ingrid Santelices. También en 2016, Carlos Pérez Villalobos dirigió el documental Recording Romántica, que aborda aquella obra y la interpretación que la Sinfónica de Concepción hizo bajo la dirección de Julian Kuerti.
Ahora, en enero de 2017, la Orquesta de Cámara de Chile y el violinista Dorian Lamotte sumaron otro capítulo. Acaban de registrar un disco que el sello belga Le Chant de Linos editará en marzo y que incluye obras de Enrique Soro, junto a piezas de Vicente Bianchi, Santiago Vera Rivera y el argentino Esteban D’antona. “Son como miniaturas”, describe Alejandra Urrutia, quien se hizo cargo de la dirección. En particular, son cuatro piezas inéditas: Tiempo de gavotta, Danza de amor, Primavera, y Romance sin palabras, escritas a inicios del siglo XX. Las tres últimas fueron compuestas para piano y orquestadas en su época, para la edición en Schirmer.
Brahms, Schumann, Dvorak y Soro
¿Por qué tuvieron que pasar tantos años para que la música de Enrique Soro volviera a escucharse en Chile? Roberto Doniez habla de “estimulación múltiple” para describir lo que ha ocurrido en los últimos años: “Unos muestran a otros la riqueza que hay en este genio musical chileno. Se nos ha acostumbrado a escuchar a los genios europeos -Bach, Mozart, Beethoven, Liszt, Wagner, etc.- y nos cuesta creer que aquí tan cerca haya uno de ellos”, dice.
Por su parte, Álvaro Gallegos considera que “la figura de Enrique Soro se invisibilizó mucho por la pelea que tuvo con Domingo Santa Cruz hace muchos años. Él convenció a todo el país de que Enrique Soro era un mal compositor, pero las cosas se dan vuelta”.
“Con la distancia del tiempo, podemos mirar atrás y ver más objetivamente a nuestros compositores, con una luz más clara. Ha sido importante también el trabajo que ha hecho Roberto. No sabría decir cuál es el origen de este proceso, pero sin duda ha dado frutos y hay mucho Soro todavía por redescubrir y reinterpretar”, agrega.
Asimismo, Svetlana Kotova dice que “quizás se deba a que las nuevas generaciones de músicos empiezan a ver su música con una mirada menos prejuiciosa. Por décadas su nombre ha sido relegado al segundo plano, como compositor anticuado”.
“Me da lata decir esto -advierte Alejandra Urrutia cuando trata de responder a esa pregunta. Pero cuando grabábamos, yo pensaba en Brahms, en Schumann, en Dvorak. Me da lata, porque Enrique Soro debería pararse por sí solo, debería ser al revés, pero igual es lindo que se den estos espacios para conocer su música”.
Para la directora de la Orquesta de Cámara de Chile, el tardío redescubrimiento de Enrique Soro se relaciona con la idiosincrasia chilena: “Es parte de nuestra cultura que tengan que venir de afuera a decirnos lo maravilloso que es alguien. Somos así y es lamentable, pero creo que está cambiando un poco. Es una responsabilidad nuestra, como directores, que esta música se escuche”.