Nuevamente una parte de la casta política chilena llega tarde al evento y, lo peor, es que viene disfrazada con ropajes que no solamente le son propios, sino que completamente ajenos, que le quedan mal, que le sobran por todos lados, en resumen: se nota a la legua que son impostores en una fiesta a la cual no son ni invitados, ni promotores, ni mucho menos actores de la misma.
En estos días se han ido desarrollando en Chile varios temas fuertes y profundos en paralelo, pero los dos más relevantes han sido el terremoto-por fin- en la moralmente corrupta élite de la Iglesia Católica, condenada Urbi et Orbi por el papa Francisco, con un grado no menor de hipocresía, ya que en su visita a nuestro país defendió a rajatabla a un encubridor de pedofilia, quien se paseó a su lado cual santo y, por otro lado, la irrupción masiva, visible y combativa de un feminismo en las calles que, al igual que la revolución pingüina con aguerridos estudiantes del primer gobierno de Piñera, sorprende, arrincona y descoloca a la clase política, mientras que marca la agenda y obliga hasta a las fuerzas más refractarias a los cambios a declarar, incluso a contrapelo, que las demandas son justas, actuales y necesarias.
En apariencia ambos temas, Iglesia y Feminismo, son cosas apartes, no tienen nada en común y sólo los uniría la tragicomedia de haberse dado casi al unísono.
Pero, en estricto rigor, ambos son producto de la misma torpe y anquilosada piedra de tope del verdadero desarrollo en Chile: una élite económico-financiera incapaz de ver más allá de sus guetos auto generados, para la cual el país no pasa de ser un fundo colonial al cual hay que sacarle el máximo rinde con la mínima inversión, élite que cuenta incluso con miembros del Parlamento dispuestos a sacar leyes dictadas por grandes empresas para que perpetúen el statu quo, como es ya de público conocimiento y, por otra parte, con honorables, que por omisión, connivencia o derechamente estulticia, callan y se dejan llevar por la dulzura de los mullidos sillones del Congreso, obviamente que con valiosas excepciones a la regla.
En cuanto al “descubrimiento” de verdaderas redes mafiosas en la Iglesia para nutrirse de víctimas y encubrir la pedofilia y abuso por parte de curas enquistados en las élites, resultan absolutamente intragables las expresiones de asombro y las tibias condenas dados por esos mismos personajes que concurrían a rezar y confesarse en las parroquias donde ejercían su reino y su depravado poder estos pseudo y anti santos pastores.
Y claro, también se suma el “estupor” de algunos políticos católicos, como si nunca hubieran sabido de las denuncias en contra del clero. Pero callaron ignominiosamente con tal de seguir creando en sus medios de comunicación la imagen de un Chile gobernado, en lo visible o en lo oculto, por prohombres santos, píos y devotos cuyo norte era la salvación de los pecados que asolan al mundo desarrollado como el divorcio, el aborto, el matrimonio igualitario, la eliminación de la oprobiosa desigualdad, la diferencia escandalosa en los sueldos para mujeres en un mismo cargo y un largo etcétera.
Y hoy están atónitos y estupefactos porque sus guías predicaban la moral mientras rompían de manera brutal la inocencia de cientos de niños y adolescentes, entonces esos mismos políticos se suben al tren de la condena mientras piensan cómo salir incólumes y mantener al país en su supuesta santidad.
Al mismo tiempo, las calles se llenaron de mujeres en masivas manifestaciones, combativas, alegres, organizadas por ellas y para ellas, a las cuales se sumaron hombres como simples espectadores, apoyando, no siendo los protagonistas, lo que muestra la magnitud y profundidad del movimiento y la fuerza de las ideas de cambio que se vienen como un verdadero maremoto imparable y que ya instaló la necesidad de hacerle entender a la sociedad toda que las mujeres son sujetos y no objetos, con iguales deberes y derechos ante iguales desafíos.
Las mujeres en la calle peleando por sus legítimos derechos y marcando fuerte la agenda, llegaron para quedarse y cambiar este país tan desigual y decimonónico en el tema de géneros y ese hecho choca de frente contra la ideología y la santidad de la élite, donde la mujer es vista como un mero acompañante, reproductor y criador de hijos, jamás como una igual, ya que las ideas de igualdad desequilibran el peculiar modelo neoliberal chileno y sus cada vez menos sólidas bases morales, éticas y anti desarrollo, donde lo que existe es libertinaje económico y estricto control moral sobre la sexualidad y el cuerpo de las demás, debido básicamente a la misoginia desparramada desde la cúpula clerical chilena, cuya amoralidad está remeciendo el mundo católico hasta El Vaticano mismo.
Y ahí se juntan estos dos hechos: ambos golpean dura y profundamente las bases más reaccionarias de la élite chilena, haciendo tambalear sus débiles argumentos sobre el orden natural del mundo y se nota.
Se nota cuando la vocera de gobierno y el propio Piñera, como representante indiscutido de esa élite, salen a decir que las demandas feministas son parte de su programa de gobierno y que ellos están de acuerdo, pero sobre todo cuando Chile Vamos le exige al presidente que se apodere de la agenda que se está instalando con fuerza en las calles del país.
Y se nota también cuando la socialdemocracia de este país, léase ex Concertación, ex Nueva Mayoría, queda fuera del movimiento y salen con declaraciones de apoyo y aseguran que son ellos los que inventaron la igualdad de género, porque un par de veces desde el 90 en adelante hicieron declaraciones altisonantes al respecto y repartieron un par de cargos.
En definitiva, la clase política está descolocada una vez más. El país se organiza a espaldas de ellos y los sorprende, los arrincona y les muestra el camino, pero ¡OJO!, cuando esos políticos sienten que la calle, llámese feminismo, llámese estudiantes, llámese ¡NO MÁS AFP! amenaza su estatus, se unen y se organizan de espaldas a los ciudadanos, se apoderan de las demandas y en concomitancia con los poderes fácticos y los medios de comunicación mayoritarios que poseen comienzan a tratar de encausar esa lucha hacia su desintegración, cambiando y dando pequeñas concesiones para que nada cambie, mientras esperan esperanzados que todo se calme.
El gatopardo no es chileno, pero acá ha alcanzado las cumbres más altas de su imaginación y actuación.
Aplaudo con vigor la caída de la amoral cúpula clerical que se olvidó de los pobres, y aplaudo con mucha fuerza el movimiento feminista protestando fuerte en las calles, porque el resultado de su lucha hará de Chile un país más digno, más solidario, más desarrollado y enriquecerá de manera insospechadas a los hombres chilenos, porque, al final de cuentas, todos somos engranajes de una misma vida y cada mitad en plenitud de sus derechos sólo traerá como consecuencia que ambas partes crezcan como personas y podamos vivir en un país más justo e igual.