Marcela Aguilar dice no querer sobreintepretar los textos de los cronistas latinoamericanos. Tiene la seguridad, además, de que si la argentina Leila Guerriero leyese el análisis que ella ha hecho de su obra, de seguro que no le sorprenderían sus anotaciones. La razón es simple.
“Es impresionante la consciencia que tiene ella misma, hasta de por qué usa una palabra y no otra”, comenta en su oficina ubicada en Vergara 240, una dirección que es también el título de un blog en donde algunos alumnos de la escuela de periodismo de la Universidad Diego Portales publican, entre otras cosas, un género que Aguilar ha analizado con la precisión de un forense: la crónica.
La editora de Domadores de historias (Ril, 2012) asumió este año el decanato de la Facultad de Comunicaciones y Letras de dicha universidad. Es, por placer, una voraz lectora de no ficción, y pese a haber desmenuzado textos de los grandes cronistas latinoamericanos para su tesis doctoral, sigue sorprendiéndose con “las muchas formas en que se puede contar la realidad”.
En su nuevo libro, La era de la crónica (Ediciones UC, 2019), detalla cada una de estas reflexiones. Sobre esto conversó con Diario y Radio Universidad de Chile.
La era de la crónica fue también un titular de un diario argentino luego de que Alexiévich ganara el Nobel de Literatura. ¿Fue ese el último momento donde se habló de la crónica con tal ensalzamiento?
El Premio Nobel para Svetlana Alexiévich hizo desempolvar estas ideas sobre el auge de la crónica, y creo que ese entusiasmo corresponde a un deseo oculto de muchos periodistas de que este género -el periodismo transformado en literatura- tenga el reconocimiento que muchos esperarían que tuviera.
Hay muchos escritores que se han dedicado a la crónica y que sintieron durante mucho tiempo que era un género menor para las editoriales y para la gente que estudia la literatura, un tipo de escritura que no valía la pena estudiar porque seguía una plantilla. Cuando le dieron el Nobel a Alexiévich fue como el último momento de mucho orgullo para este movimiento, pero también ha ocurrido otras veces.
¿En qué otros momentos?
Está el libro que editó Tom Wolfe y que marcó la manera de hacer periodismo en muchas escuelas. Allí hay un prólogo suyo en que él anuncia que la novela va a dejar de ser un género preponderante en la literatura y lo que va a empezar a ser más valorado es el periodismo literario. Lo que hizo en ese libro fue cuestionar convenciones que se instalaron durante las guerras mundiales y que tenían que ver con el trabajo de las agencias informativas internacionales.
¿Y en el caso de Latinoamérica?
Cuando se crea la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en el año 1994, lo que hace García Márquez es levantar un relato propio sobre el periodismo narrativo latinoamericano. La Fundación captó a los grandes maestros del periodismo latinoamericano -García Márquez, Eloy Martínez, Alma Guillermoprieto- y ellos empezaron a dar talleres para formar a nuevos periodistas. El objetivo declarado era mejorar el periodismo, pero también visibilizar al periodismo, darle una dignidad como una actividad intelectual, como lo es ser escritor de novelas.
¿Se empiezan a empoderar los cronistas?
Sí. La Fundación tiene un efecto muy importante hasta el 2012, cuando salen dos antologías en España de crónica latinoamericana, la de Alfaguara y la de Anagrama. De 1994 al 2012 son 18 años de crecimiento de esta idea de que existe un movimiento latinoamericano en el periodismo, que está surgiendo como una respuesta a todo este cambio tecnológico, a estas plataformas que dicen que la gente ya no lee, y en donde Gabriel García Márquez o Tomás Eloy Martínez se empiezan a identificar bajo el rótulo de cronistas. Lo mismo pasó con la nueva generación de cronistas.
¿Les costó reconocerse como cronistas?
En el libro intento explicar cómo se desarrolla este fenómeno. No solo se dio en los textos sino fuera de ellos. En los talleres de crónica se empieza a generar una red de cronistas muy conscientes de lo que están haciendo: escriben mucho sobre la crónica -ensayos, columnas-, dan entrevistas. Ellos se desmarcan en el discurso del periodismo literario estadounidense y dicen que tienen su propia tradición, que viene de los cronistas de Indias.
Pero en estos relatos de aventuras muchas veces había fantasía…
Lo que tenían que hacer era justificar la inversión que se había hecho en ese viaje. Es casi como cuando uno tiene un jefe que te pone plata para un proyecto y tú tienes que decirle que el proyecto está yendo estupendamente bien. Pero después empezó a pasar que vinieron otros cronistas, que era los misioneros, y ellos eran más críticos con el periodo de colonización.
Luego, hay un momento grande de la crónica cuando los escritores empiezan a publicar en los periódicos de Latinoamérica. Ahí tienes a Rubén Darío, José Martí. Eran personajes intelectuales que escribían en los periódicos porque los periódicos eran muy exitosos. Entonces les pagaban a estos escritores para tener buenas firmas.
¿Dónde cabe la remuneración actualmente? En el libro hay un mapeo de revistas latinoamericanas y muchas de ellas pasaron por momentos críticos. Etiqueta Negra, por ejemplo.
Etiqueta Negra, en rigor, está cerrada. Lo que pasa es que Julio Villanueva dice que está congelada. Esta revista era famosa por no pagar por la colaboración, y mucha gente mandaba sus textos porque lo que ganaba era aparecer a lado de Jon Lee Anderson o Alma Guillermoprieto. El ser cronista, del año 94 hasta ahora, nunca ha sido un oficio bien remunerado y creo que durante un muy buen tiempo a los cronistas parecía no importarle.
Leila Guerriero es un buen ejemplo. Cuando una lee sus ensayos sobre cómo funciona su proceso creativo, la impresión que da es que es alguien que solo busca una historia, y que se encierra 15 días a transcribir todo, y durante esos días casi que bebe solo agua. Lo que ha pasado en estos años, es que los cronistas se fueron convirtiendo también en personajes. Cada uno de estos grandes cronistas tiene un sello.
¿Crees que esto lo hicieron conscientemente? Pienso en esta leyenda de que Carmen Balcells pensó en cada detalle para el Boom Latinoamericano.
La Fundación del Nuevo Periodismo, que ahora se llama Fundación Gabo, hizo un esfuerzo consciente por reunir a todos los grandes autores del periodismo latinoamericano. Y esa fue una visión de García Márquez. Luego, los propios cronistas se dieron cuenta de que les convenía estar conectados entre ellos y con la Fundación.
Aquí también hay un papel importante para las editoriales. La crónica también se transformó en la promesa de algo nuevo y que podía hacer potencialmente rentable. No tengo datos, pero sé por conversaciones con editores que esa expectativa que tenían no se cumplió. La crónica nunca vendió tanto como se pensaba que podía vender.
Estudiaste periodismo en los 90 y en paralelo a la creación de la Fundación. ¿Qué se hablaba de crónica en Chile?
Cuando yo estudié fue justo el año que partió la democracia en Chile y había mucha expectativa sobre lo que iba a pasar con el periodismo. Se pensaba que se iban a abrir muchos medios, pero volvimos a la democracia en un sistema neoliberal donde cada uno tenía que conseguir financiamiento porque no había ningún subsidio. Eso provocó que no surgieran muchos medios y que otros fueran desapareciendo. Luego entró con fuerza la masificación de internet y mucha gente que estudiaba periodismo sintió que las expectativas que tenían se estaban dando contra la pared. Para mi generación, estos talleres de la Fundación se veían como un oasis y mucha gente quería ser cronista. Ya como editora trabajé con muchos de estos cronistas. En la Revista del Domingo publicamos crónicas de viaje de Juan Pablo Meneses, Josefina Licitra, Leila Guerriero. Se armó un equipo que colaboraba con nosotros y me parecía que le daba otro aire a la revista.
Pasa ahora a veces en la revista de aviones. Suelen aparecer autores grandes a lado de una guía gastronómica…
Es algo que discutíamos cuando trabajaba en la revista. No todos tus lectores van a viajar. La persona que de verdad está planificando un viaje tal vez le sirve el dato donde comer en Lima o dónde dormir en París, pero al que no va a viajar le va a hacer mucho más feliz leer algo de alguien que no solo le dé datos de lugares, sino que pueda vincular esos lugares con películas, libros, es algo mucho más evocador.
Pese a esta idea de que, en el caso de la crónica de viajes, se intenta acercar al mundo, está la posición de que la crónica -en general- es un texto para élites.
Puede ser que la aproximación del cronista sea desde la gente más humilde, desde los que no aparecen en los medios, pero finalmente la crónica como producto se publica principalmente en revistas y en libros que son consumidos por las élites. Es una paradoja de la crónica latinoamericana: asume que tiene una vocación popular, pero es un texto dirigido a gente que tiene una formación cultural que le permite interesarse por estos textos largos.
Quizás por esto algunos discuten qué efectos reales tiene en los cambios sociales. El salvadoreño Óscar Martínez dijo en alguna entrevista que a veces no se logra cambiar nada.
El trabajo que él hace como periodista es obligar a que las autoridades se hagan cargo de problemas sociales muy duros que se dan en El Salvador y en todo Centroamérica. El problema es que el periodista no puede hacer más que exponer un problema. Juan Andrés Guzmán, que trabajaba en Ciper, decía que el problema en Chile es que el periodismo denuncia a la espera de que alguien recoja esa denuncia y haga algo. Es como dar un pase al centro esperando que llegue el delantero y meta el gol, pero en Chile no hay nadie que meta el gol.
Arelis Uribe ha publicado en su Instagram fotos de las protestas de Chile con frases de La noche del Tlatelolco y han coincidido perfectamente. Te cuento esto porque me gustaría saber el rol de la crónica en esta contingencia.
En esta contingencia es muy importante investigarlo todo, denunciarlo todo, porque incluso si es que algo parece que no tuviera efecto ahora, va a quedar el registro, alguien lo va a tomar. Tengo mucha fe en eso y creo que el papel del periodista no es pensar solo en el ahora, sino entender que esto va quedar para la posteridad. Los historiadores del futuro van a venir a este momento y van a tomar todo lo que se publicó, y lo van a analizar.
Hay un tremendo fenómeno también en esto que han llamado la “primera línea”. Uno recoge información de varios lados y entiende que son gente que, en la sociedad en la que vivíamos, no tenían ni una cabida. Entonces, ¿qué va a pasar con ellos cuando todo este movimiento se canalice hacia decisiones políticas, económicas? ¿Qué va a pasar cuando la gente ya no quiera que ellos estén en la calle y ellos quieran seguir?