Los gravísimos hechos ocurridos el pasado sábado en Iquique nos impelen a tomar partido con determinación. No se puede estar del lado y ni siquiera ser neutrales frente a la barbarie y la inhumanidad: si las personas que quemaron las escasas pertenencias de los inmigrantes que viven en la calle, incluyendo coches y juguetes de niño, quisieron con eso reivindicar a Chile, debemos decirles de vuelta que son una vergüenza para el país y que deshonraron la bandera con la que hacen ostentación. Así nos vio el mundo, que a través de medios de comunicación de distintas latitudes informó horrorizado sobre lo que había ocurrido.
“El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando” decía Miguel de Unamuno. Y qué duda cabe que no puede sino atribuirse a la ignorancia esta horrorosa expresión de nacionalismo, lo cual, se investiga ahora, podría haber sido azuzado por grupos políticos organizados. Los argumentos leídos y escuchados para justificar a aquella horda son penosos, partiendo por aquel de que “Chile debe ser para los chilenos”. Con esa afirmación no solo se desconoce la gran cantidad de olas migratorias que ha tenido el país (ésa es, de hecho, la historia de la Humanidad) sino también el hecho que en nuestro devenir son frecuentes las cesiones de soberanía de todo tipo, lo cual se puede ver en todo el territorio nacional y, por cierto, también en Iquique. Nunca los hemos visto marchar para reclamar por aquello.
No desconocemos -cómo podríamos hacerlo- que la llegada cada vez más masiva de personas a través de la frontera norte genera complicaciones a la comunidad. Lo hemos visto en Colchane y en Iquique. Ante tales situaciones procede una respuesta de la autoridad política, lo cual tiene que ser enfrentado desde el nivel central y no circunscribirlo como un problema meramente regional y local. Así lo han señalado todos los gobernadores regionales. Pero es aquí donde chocamos con una parte central del problema: el Gobierno ha dado consistentes demostraciones de que no posee un repertorio distinto al de la criminalización para enfrentar la situación migratoria.
No se puede explicar el horror del pasado sábado sin el desalojo de la Plaza Brasil de Iquique, por parte de Carabineros, el día anterior. Lo insólito es que la acción policial no fue parte de una solución al problema: simplemente se les sacó de ahí para que se fueran a otra parte ¿Adónde? No es algo de lo que las autoridades tengan interés en hacerse cargo. Escuchar al subsecretario Galli satisfecho y convencido de lo que ha hecho el Ejecutivo, aun después de lo del sábado, solo reafirma lo señalado en esta columna.
Es que no ha habido ninguna autocrítica frente a las sucesivas deportaciones irregulares, a los discursos y operativos mediáticos que lindan con la xenofobia y al intento permanente por vincular la migración con la delincuencia, sin que haya estudios que permitan sostener semejantes acusaciones. Estas formas de proceder, que han sido severa y sistemáticamente criticadas por organismos nacionales e internacionales de derechos humanos y migrantes, han generado las condiciones para que ocurriera el horror al que asistimos el sábado.
Este clima favorecido por las actuales autoridades, por la estigmatización de algunos medios de comunicación y por la ignorancia debe ser confrontado enérgicamente. Son momentos que marcan un antes y un después en las sociedades: de encrucijadas como ésta depende que en el futuro tengamos una comunidad más tolerante y respetuosa de sus diferencias o, por el contrario, de que se imponga la sinrazón en la manera de relacionarnos entre nosotros.