Alejandra Naftal es una voz reconocida en Argentina respecto de la defensa de la memoria y los derechos humanos. Como museóloga y antropóloga social, ha liderado proyectos de investigación, indagando y difundiendo los horrores de la dictadura en su país.
Recientemente, como directora ejecutiva del Museo Sitio de Memoria ESMA, también colaboró en un hecho que marcó el devenir social y político de la historia trasandina, es decir, la postulación del ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio a la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco.
“Estoy asombrada de la buena recepción que hay en todos los sectores de la sociedad”, comentó Naftal respecto de esta candidatura. “Tenemos el apoyo por unanimidad de la Cámara de Diputados, de la Cámara de Senadores, de las legislaturas municipales, asociaciones civiles, de la academia, de clubes de fútbol. Es decir, se demuestra que la sociedad argentina quiere realmente que la ESMA represente a todos los sitios de memoria y no sólo en Argentina”.
“Latinoamérica tiene mucho para decirle al mundo de que no queremos más dictaduras, militares, persecuciones, campos de concentración, torturas, secuestros y asesinatos. Es una manera de contribuir al fortalecimiento democrático, aportar con un granito de arena, porque hay cosas que nunca más deben ocurrir”, señaló la profesional, quien, por estos días, participó en el Primer Encuentro Internacional de Museos de Memoria realizado en Chile.
¿Cómo fue el proceso que dio vida al Museo Sitio de Memoria ESMA?
El Museo Sitio de Memoria ESMA está instalado en lo que fue el edificio de uno de los más de 600 lugares de detenciones ilegales que hubo en Argentina. Se inauguró como tal el 19 de mayo de 2015, bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Digo esto porque si bien esa es la apertura de las puertas a los visitantes, este espacio de memoria es el resultado de más de 40 años de lucha de las organizaciones de derechos humanos. Este lugar fue posible porque a diferencia de otros países del mundo, en Argentina hay justicia. Hay un proceso de justicia con sus avances y retrocesos, pero pensemos que apenas termina la dictadura, inmediatamente se crea la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas y, rápidamente, vivimos el juicio a la Junta Militar. Hoy nos damos cuenta de que fue un hito impresionante en todo el proceso de memoria, verdad y justicia. Realmente hoy creo que el Museo Sitio de Memoria ESMA es el resultado de un consenso importantísimo entre los actores que son víctimas directas, pero también por ese debate que se dio con otros sectores de la sociedad que encuentran en este museo un espacio que nos representa a todos y todas.
¿Cuál fue el alcance de la violencia que se vivió en ese lugar durante la dictadura?
En Argentina estamos hablando de más de 600 lugares de represión ilegal. Hablamos de la práctica del terrorismo de Estado. Es decir, el uso de los recursos estatales para una violencia de características extremas de desaparición, de tortura, de muerte, de exterminio, de los campos de concentración ilegales y clandestinos como una herramienta fundamental para la aplicación de este sistema del terrorismo de Estado. En la ESMA, específicamente, hoy sabemos que desaparecieron cerca de 5 mil hombres y mujeres. La mayoría de ellos militantes políticos de organizaciones revolucionarias, sindicales, estudiantiles, pero también desaparecieron familias enteras, religiosas, estudiantes menores de edad. Por eso hablamos de un crimen de lesa humanidad y, en este lugar, el visitante puede vivir y recorrer los espacios de tortura, de reclusión de prisioneros y prisioneras, que algunos estuvieron días, pero otros estuvieron años. Luego hay lugares donde nacieron bebés de las madres en cautiverio. Aquí nacieron los bebés que eran, generalmente, dados a militares o llevados a los militares que hoy son los desaparecidos y desaparecidas vivas que estamos buscando junto a las Abuelas de Plaza de Mayo. La ESMA tuvo la particularidad de los vuelos de la muerte: a los detenidos se les daba un número y una vez por semana se los llamaba por ese número, se los llevaba al sótano, eran desnudados, se les aplicaba una inyección de peritoneal para adormecerlos y así, eran subidos a camiones para luego ser llevados a los aviones y ser arrojados vivos al mar. Es decir, este es un espacio que tiene mucha información.
¿Cómo el museo se ha hecho cargo de esa historia para transmitirla a las nuevas generaciones?
El gran tema de los espacios de memoria es el futuro. Cómo transmitir a las generaciones que no han sido contemporáneos de los hechos, cómo transmitir una historia que está en nuestro ADN. Nosotros lo que quisimos hacer aquí, después de más de tres años de debates del proyecto, porque el proyecto museológico y museográfico cambió cuantas veces fue necesario, fue articular dispositivos que apelan a lo racional, a lo formativo, a lo educativo, a lo pedagógico, con lo que ofrece este lugar, que es vivir con el cuerpo, recorrer con el cuerpo, para tener una experiencia física vital para apelar a las emociones, a los sentimientos, generar incertidumbre para preguntarnos cómo fue posible que esto ocurriera.
Entiendo que el edificio no ha sido modificado, porque es materia de prueba judicial. Entonces, ¿cómo fue ese trabajo de puesta en valor?
Exactamente. El edificio es prueba judicial, porque todo lo que sabemos de este lugar está narrado a través de las voces de los sobrevivientes. Los militares nunca hablaron, nunca dijeron lo que aquí ocurrió y los sobrevivientes han narrado, paso a paso, dónde está la escalera, dónde está la puerta. Con sus recuerdos de los olores, de los ruidos, han podido reconstruir lo que fue el sistema de secuestro, tortura y exterminio que funcionó en la ESMA. Entonces, el edificio es nuestra colección y decidimos no alterar arquitectónicamente el edificio, tampoco embellecerlo. Todas nuestras intervenciones no alteran para nada la materialidad del edificio. Si mañana tuviéramos que ponerlo a disposición de un nuevo testimonial, una nueva prueba, todo lo que está exhibido se desmonta, se desenchufa y el edificio queda exactamente igual a cómo lo recibimos. Al principio, eso parecía un obstáculo, pero terminó siendo, creativamente, una fortaleza.
Durante los últimos años, ¿cómo el Estado se ha hecho parte de la política de memoria en el país?
Somos una institución pública del Estado. Dependemos de la Secretaria de Derechos Humanos que, a su vez, depende del Ministerio de Justicia de la Nación, por lo tanto, dependemos del Poder Ejecutivo. Claro, hay cambios de gobierno y en 2015 asume un nuevo gobierno que no tenía en su agenda la política de derechos humanos como lo tenía el gobierno anterior, sin embargo, como realmente éste fue un proyecto de consensos, el museo siguió funcionando y realmente se instaló como un espacio de reflexión, de diálogo, de debate. Aquí nosotros no tratamos de imponer ningún relato, porque creemos que ya con lo que sucedió aquí y con las fuentes judiciales y documentales, no hay posibilidad de discusión. Los espacios de memoria en general tienen que ser cómodos e incómodos para el cómodo, ¿qué quiero decir? Que aquellos que fueron afectados directamente tienen que encontrar en este lugar un espacio de contención, de reparación, de encuentro, pero también funciona para aquellos indiferentes o que no quieren conectarse o conocer la historia. Me parece que eso es algo que los espacios de memoria deberían plantearse. No relatos únicos o unívocos, sino que generar preguntas, incomodidades, contener al mismo tiempo, interpelar, provocar. Los museos y sitios de memoria deben ser dinámicos y construir desde las demandas del presente.
¿Cómo los temas en torno a la memoria y los derechos humanos forman parte del currículum escolar y cómo ustedes se han hecho parte de ese proceso educativo?
En este museo no dejamos entrar a menores de 12 años, porque no hay mediación entre lo que ocurrió y lo que está viendo un chico de 12 años, aunque en el currículum escolar se trabajó muchísimo el tema y desde el jardín de infantes se trata la dictadura, los desaparecidos, las abuelas y las madres de Plaza de Mayo. El tema está muy instalado. Al principio, nos dirigimos directamente a los chicos, a los estudiantes, porque vienen muchas escuelas. Después, nos dimos cuenta de que algo no funcionaba, porque los docentes que acompañaban a los grupos de estudiantes se transformaban en sujetos de ciudadanía y se olvidaban de que estaban en su función docente e interactuaban con nosotros como visitantes. Entonces, desde el año 2016, hacemos una actividad que son los Encuentros Docentes, en donde convocamos a maestros, maestras y profesores, a toda una jornada en la que ellos se pueden explayar, consultar y contar su historia. Les damos herramientas para que preparen la visita con los chicos en el aula y puedan hacer las visitas sintiéndose parte del recorrido.
En Argentina, ¿hay consenso en torno a la política del “Nunca más”?
Si. En Argentina hay un piso básico en torno a la cultura del “Nunca Más”. Si bien hay sectores muy minoritarios que provocan y cuestionan, no creo que existan sectores negacionistas, para nada. Sí hay sectores que cuestionan el tema de la memoria completa, que cuestionan el tema de qué pasaba con las organizaciones revolucionarias armadas o que cuestionan el número de víctimas, pero creo que son provocaciones. La inmensa mayoría de los argentinos y argentinas toma el tema de la memoria y los derechos humanos como un tema identitario. En el año 2017, cuando hubo un intento de reducir las penas a los represores ya encarcelados, la sociedad argentina salió a la calle y no se pudo llevar adelante ese tratamiento de la ley del 2×1. Ahí había de todos los partidos, de todas las ideologías. La gente no quiere que haya represores sueltos en la calle. El otro gran tema es que ahora se están juzgando a los represores por crímenes sexuales. Es decir, el tema de los feminismos, de la lucha de las mujeres, también impactó en la revisión de aquel pasado.
Frente a los discursos negacionistas y/o de odio, ¿cuáles son los desafíos que deben enfrentar los espacios de memoria?
Obviamente, estas derechas van creciendo. En las últimas elecciones en Argentina, ganó un partido liberal libertario de derecha que tuvo un porcentaje muy alto. Eso nos tiene que interpelar. Eso está pasando en todo el mundo, pero creo que no es por el tema de las memorias de un momento traumático, sino porque las democracias no están dando respuestas a las necesidades que tenemos de educación, de pobreza, de justicia, de trabajo. Me parece que vienen por ahí los giros a la derecha, sumado a la pandemia que fue otro factor que incidió mucho en los gobiernos. Creo que los espacios de memoria pueden contribuir como espacios de diálogos intergeneracionales para que los conflictos del presente se puedan debatir, tratando de articular con el pasado. Pero tampoco los espacios de memoria son los que van a dar respuestas a todas las necesidades políticas, ideológicas y sociales de nuestros países.