La postergación de la ceremonia de presentación de cartas credenciales del nuevo embajador israelí en Chile y la fundamentación del Gobierno de Chile, marcan un antes y un después en una política de “dejar hacer” y cambiarla por una que, a lo menos, pone un freno a la condescendencia con las violaciones a los DDHH.
Cuando se producen hechos como postergar la fecha para la recepción de cartas credenciales a un nuevo representante israelí en Santiago y el Gobierno de Chile fundamenta su decisión como un acto de condena ante el asesinato de un joven palestino, se produce un hecho infrecuente en el mundo de la diplomacia y las relaciones entre los estados. No se explica cómo un país como Chile, colocado allá en el sur del sur del mundo y con muchos años de relaciones diplomáticas estables con el régimen de Israel, de pronto rompe la cristalería, tira del mantel y dice no, poniendo una línea roja allí donde muchos hicieron la vista gorda, más allá de las palabras de buena crianza y la condescendencia frente a la grave situación que vive Palestina, con la totalidad de su territorio bajo ocupación militar.
La decisión del presidente Gabriel Boric, más allá de lo anecdótico, sin duda implica un correlato coherente entre el decir y el hacer. Porque a nadie escapa la posición que el Presidente asumió frente al conflicto palestino-israelí, principios que fueron reafirmados y consolidados luego de su visita a Palestina en el año 2018, donde aprovechando su semana distrital viajó a ese territorio para entrevistarse con autoridades –entre ellos el Presidente Mahmud Abbas- organizaciones y protagonistas, como la joven Ahed Tamimi, encarcelada a los 17 años por los tribunales militares que ejercen como administradores de “justicia” en el territorio palestino bajo ocupación. Y si bien el ahora Presidente de Chile ya tenía posición tomada en función a las denuncias permanentes de violación a los DDHH por parte de la potencia ocupante, palpar en el terreno la vida cotidiana de una población bajo asedio sin duda le dieron al jefe de Estado chileno una clara visión de la realidad in situ que no hizo más que acrecentar sus convicciones.
Sus adjetivaciones fueron públicas en torno al tema y sus denuncias permanentes. ¿Nos podemos asombrar entonces de la decisión tomada y sus razones?
Por supuesto, no tardaron en aparecer las estridencias en torno al asunto, los ataques destemplados a la decisión presidencial, los pedidos de explicaciones, las condenas y los más duros cuestionamientos, tanto de organizaciones de la comunidad judía, como desde el propio grupo parlamentario de amistad con Israel, agrupación que no dudó en calificar la decisión presidencial como un “insulto” y algo “prácticamente inédito” en el mundo. Un verdadero concierto de defensores del régimen israelí.
Probablemente esto quedará como un mero incidente en el mundo de la diplomacia, un ámbito donde los sonidos y los silencios tienen un valor en sí mismo y donde los gestos son superlativos a la hora de juzgar y mostrar intenciones y posiciones.
Y es eso lo que precisamente hizo el Presidente Boric, un gesto. Una señal sólida de que las violaciones a los DDHH al Gobierno de Chile le importan y que, en la materia, nadie tiene coronita. Que no es aceptable que una potencia ocupante de un territorio que por derecho no le pertenece, coarte a sangre y fuego el derecho de otro pueblo a tener su propio estado, al igual que Israel.
Que la comunidad internacional se haga la desentendida, que la ONU no haga cumplir sus resoluciones, que el estado en cuestión ignore deliberadamente la legislación internacional, no quiere decir que actúa de acuerdo a las normas. Solo pone en evidencia ese sentido tan marcado del “destino manifiesto”, la excepcionalidad entre las naciones y la pretensión de que todo ese territorio fue un regalo de Dios, cuando en la realidad se lo regaló el Imperio Británico, cuya cabeza, en estos precisos instantes está siendo velada en Westminster, en el corazón de la ciudad de Londres, a la espera de su pomposo funeral.