Esteban Catalán, escritor: “En una época donde todo es más volátil, la literatura no escapa de eso”

La pandemia le permitió al periodista radicado en Inglaterra culminar un libro que comenzó a escribir en 2016. El resultado, dos novelas hermanadas en su abordaje del dolor, pero distantes en el ímpetu con el que sus personajes miran el futuro.

La pandemia le permitió al periodista radicado en Inglaterra culminar un libro que comenzó a escribir en 2016. El resultado, dos novelas hermanadas en su abordaje del dolor, pero distantes en el ímpetu con el que sus personajes miran el futuro.

Al finalizar el taller, Esteban sacó un cuaderno que nos dijo se había comprado ese mismo día y en donde, por más cursi que parezca, quería anotar los planes que teníamos para el futuro con respecto a la escritura. No todos querían escribir, por supuesto, pero todos querían soñar.

La despedida vino en un mail algunos días después. Nos contó sobre su nuevo barrio en Brooklyn, a treinta minutos de la Universidad de Nueva York, de los canapés de la biblioteca de la ciudad y de los discos de jazz de los años cuarenta que escuchaban sus vecinos. En esos meses, empezaría a firmar algunas de sus crónicas con una pequeña biografía en donde, en simple, se decía más o menos lo mismo, y que además de su primer libro, Eslovenia (2014), trabajaba ahora en un proyecto llamado “Pájaros de Chile”.

“Todo era ‘promises’ en ese entonces”, dice ahora Esteban Catalán. En Coventry, la ciudad inglesa más lejana del mar, se pasó los años de confinamiento culminando un libro que comenzó a escribir hace siete años, o más bien respondiendo con una segunda novela al ímpetu rebelde y de subsistencia con el cual sus personajes, mujeres que preparan una obra de teatro en Chile y que son sorprendidas por el terremoto de 2010, enfrentan el dolor y se preguntan si su ausencia es realmente posible.

Los límites y el mar

El resultado es “Los límites y el mar”, una apuesta de novela doble que funciona como el zoom in y el zoom out de una cámara fotográfica que viaja hacia el pasado y el futuro con la audacia y la humildad de saber que la única certeza es la incertidumbre. ¿Qué sentido tiene entonces planear/soñar sobre el ejercicio de escribir? Catalán aún guarda los textos y el cuaderno que compró para el final del primer taller de literatura que dio en su vida.

“La escritura no es una isla en la que tengo una gran vida, es una balsa a la que me aferro porque creo que vale la pena”, confiesa.

Recuerdo una escena del libro en donde se menciona a unas aves que escapan de Chile y vuelven en verano, pero también sé de tu admiración por Lorrie Moore, que tiene un libro que se llama “Pájaros de América”. ¿Por ahí está el título de la primera novela?

Muchas decisiones del libro no las sé al cien por ciento. Todo se reduce a hacia cosas como, ‘se me hizo bonito’, aunque suene muy simplón, y ‘hace sentido con el material’. Ahora, si hubiese que buscar razones de por qué “Pájaros de Chile”, siento que, por ejemplo, los epígrafes hacen referencia al cielo, hacia donde usualmente están los pájaros. Yo había olvidado esa escena que mencionas, pero en algún momento sí me pareció muy significativa, por qué los pájaros hacen lo que hacen, y que se relaciona con la segunda obra, que precisamente pasa en Canadá. Me gusta tener dos o tres respuestas para tu pregunta y que el lector pueda elegir la suya.

¿Y siempre creíste necesario que salgan ambas novelas en un solo libro?

Era muy necesario. Incluso, en la versión inicial, en medio había tres cuentos largos que ampliaban esta especie de mundo de diez años entre la una y la otra. Ahora, no te sabría decir por qué, pero la respuesta más formada que puedo dar es que “Pájaros de Chile”, por sí misma, me parecía que tenía un entusiasmo que yo ya no compartía y que no por eso renegaba de ese texto, me sigue convenciendo, pero sentía que se completaba mejor con “Nunavut”, que es el nuevo texto.

Si bien hay un mundo propio en esta novela, me da la impresión de que también hay un universo de personajes con los cuales sueles trabajar. Una colega me dijo una vez que tus personajes no son ni cuicos ni pobres, son una especie de clase media emergente…

Uno escribe de lo que conoce. En Eslovenia, por ejemplo, recuerdo que algunas críticas estaban sorprendidas de que las cosas pasaran en Maipú, San Miguel, San Bernardo, pero en ese entonces yo no era un lector tan ávido de literatura chilena y no sabía que nadie hablaba de esos lugares. Acá es lo mismo, los personajes viven en Pudahuel, Maipú, San Bernardo porque son cosas que me quedan más parecidas. Ahora, tengo amigos que dicen, tu novela son puros cuicos que viven en Canadá, y otros me dicen que son puros flaites. Me parece un halago que aparezcan ambas capas, yo solo espero que los personajes sean lo suficiente creíbles o complejos para que puedan sostenerse, porque lo que más me importa genuinamente es que, de donde vengan, no sean clichés de bondad o maldad, porque así no es la gente que conozco. Me interesa que parezcan una novia, un hermano, un amigo, una prima.

He notado también que a tus personajes les suele faltar algo. En Eslovenia, Geraldine es sordomuda y, en esta última, Xiomara no tiene una mano…

Esa es una pregunta para mi terapeuta. El texto de Geraldine es muy especial porque es el cuento favorito de la mayoría de la gente que lee Eslovenia, y me han dicho que es porque es el único más o menos feliz. Pero nunca tuve la intención de decir vamos a escribir sobre la comunidad sordomuda. Creo que esos intentos, si están muy maqueteados, no potencian al texto necesariamente; ayudan si suceden como una consecuencia natural del personaje. Diamela Eltit decía algo así como que “este texto está bueno, pero un texto no tiene que salvar el mundo, tiene que espejear el mundo”. En el caso de “Los límites y el mar”, me gusta que no sea central para el personaje de Xiomara haber nacido sin una mano, es una cosa más de las que la componen. Es como la quinta cosa que uno piensa de Xiomara.

Te he escuchado algunas alusiones a Diamela Eltit. ¿Dónde la conociste?

Ella es una de las profesoras de la maestría en Nueva York. También estaba Sergio Chejfec, que hace poquito falleció. Ellos dos fueron los lectores de este proyecto como evaluadores. Tuve que trabajar con ellos y la experiencia de trabajar con la profe Diamela es bacán. Lo único que te inspira es respeto; estar callado, intentar aprender, escribir y corregir. Recuerdo que la frase que te dije la usó en sus primeras clases y terminó siendo importante en mi formación. Lo que pasa es que, aunque la digo mucho y siempre expreso mi admiración por la profe Diamela, no quiero intentar llevar agua a mi molino. Eso sería como estas notas deportivas donde uno dice, jugué quince minutos con Alexis Sánchez. Para mí fue un privilegio y espero que lea el libro.

Volvamos al libro. Recuerdo una conversación entre dos personajes en la que una se pregunta “¿qué sentido tiene escribir?”. Te hago la misma pregunta.

Me gusta que en libro las tres amigas sean distintas y que a la vez se necesiten en distintas partes. Por ejemplo, para Xiomara, el periodismo es muy importante, ella siente que está haciéndole un bien al mundo, y creo que las sociedades necesitan Xiomaras. En cambio, a Celeste, que está más lejana de las otras dos socioeconómicamente, le importa la verdad, pero está muy cercana al poder. Esa reflexión que dices es de Celeste y tiene sentido con algo que yo no creo que no está en el futuro, sino que está en el presente. La literatura no es relevante hoy. No sé cuál será el libro que más vende en Chile, pero en el discurso social grande, no es relevante. Y no sé si eso ha sido distinto antes. Sé que, en la época de la Quimantú, la literatura sí que era best seller, se vendía en los quioscos, era barata y era buena. Ahora, tampoco estoy rasgándome las vestiduras por eso. Creo que la reflexión de este personaje tiene que ver con eso. Es como decir, quién juega a elevar volantines hoy, son cosas que van pasando. Es más o menos evidente que en esta última década hay una gran transición desde lo escrito a lo digital, y eso es lo que es.

Pero en esta generación casi digital al cien por ciento tú eres un escritor sin ninguna red social. ¿Con qué tiene que ver esta decisión?

Es algo así como que me gusta jugar baby fútbol, pero no handball. Probé el handball, me gusta verlo, pero no soy bueno para eso. Con las redes sociales es lo mismo. Yo soy periodista y trabajé muchos años activamente. Y ahí hay que tener Twitter, pero la experiencia no me pareció que me aportara mucho. Ahora tengo WhatsApp, entonces, en algún punto me llegan los memes, que es lo que me importa. Además, cada cierto tiempo un amigo me dice, estoy tan cansado de esto y yo le digo, pero salte, no es obligatorio. Aunque entiendo que para los periodistas es difícil.

Hablemos de tu etapa en el periodismo. Hay de eso bastante en el primer texto. Incluso hay un medio que se llama Radio Chile y que queda en Providencia.

Es una buena metáfora de cómo yo veía a Chile. Cuando entré a la radio Cooperativa, estaba en el equipo de Internet. Nosotros éramos siempre como el hermano pequeño de la radio. Tenías gente que pertenece a la historia de la radio en Chile, como Sergio Campos; y mi posición natural era de respeto y admiración. Estábamos en pisos distintos, pero el terremoto nos hizo mezclarnos. Obviamente, el periodismo en Chile está marcado por la precariedad de los trabajos, y eso mismo les pasa a muchos amigos que trabajan en humanidades o ciencias sociales, entonces siempre hubo allí una relación de amor y odio. Sobre todo, porque en los primeros años pensaba que era una cosa importante, pero la medición de Google cambió todo e hizo que se dejen de hacer notas largas sobre la colusión de las farmacias para hacer vídeos de gatitos. De todos modos, al medio que más cercano me siento es a la radio. En los momentos que yo pasé confinado en el Reino Unido la radio fue mi gran compañía. Eso es curioso y no ha cambiado. Como había tan poca gente en la época del terremoto, yo salí al aire y hasta el día de hoy hay gente que me dice, te escuché.

En la presentación de YouTube de tu libro vi un comentario de Sergio Campos. ¿Era el Sergio Campos que todos conocemos?

Sí, es él. Sergio fue uno de los pocos que al comienzo vio que Internet iba a ser algo importante en el futuro, era de los poquitos que nos pescaba al aire, que decía lean cooperativa.cl. Es muy querido en la redacción de Cooperativa digital, y ahí se ha formado una amistad que sigue pese a la distancia. Me mandó un mensaje en la presentación, así que entiendo que era él.

Además de Sergio Campos hubo muchos familiares tuyos en esa presentación. Se les pregunta poco a los escritores sobre sus familias y si, por ejemplo, han leído sus textos.

Sí, y la respuesta es un misterio. Yo nunca hablo de esto, nunca digo que estoy escribiendo una novela. Hablo de fútbol con mis primos, del clima y de Inglaterra con mis tías. Cuando salió “Eslovenia”, una tía que es muy fan lo leyó y le gustó mucho el cuento de Geraldine. Ella siempre quiere que haga otro donde la pasa mejor. Ahora, con “Los límites y el mar” es distinto, hay mucho sexo en ese libro y no sé si quiero que mi abuela me mande un pantallazo diciéndome qué pasa en esta escena. Pero lo que sí me doy cuenta es que el cariño con este libro lo he recibido de manera distinta al primero. Ahí estaba muy nervioso, pensaba que quizás estaba haciendo el ridículo. Hay una frase que me dijo Diego Zúñiga una vez, y es que lo mejor que uno puede esperar es que el libro encuentre sus lectores. En eso hay que confiar.

Recuerdo que en una presentación de un libro de Cronwell Jara me dijiste “los escritores flaites somos pocos” y esa frase se me quedó grabada como la que te dijo Zúñiga. ¿En dónde te encuentras tú cómo escritor en el espectro de la escritura chilena contemporánea?

Tengo muchos amigos que me consideran flaite, eso con certeza. Pero cuando he escuchado que dicen “nosotros los escritores”, digo, no sé si me siento un escritor. Un escritor suena como algo definitivo y yo estoy pensando en las cuentas, en cómo le voy a hacer para este fin de año o cómo está mi mamá, pero siento que es bueno eso. Nunca tuve una época, o quizás sí pero muy brevemente, de pensar que los escritores eran gente importante. Los escritores que conocí de joven eran no muy inteligentes, no muy brillantes, pero escribían muy bien. Hay una literatura que me gusta mucho, la literatura de urgencia, de gente que está intentando pagar sus deudas mientras escribe. Un escritor, criticando a Camus, decía que siempre escribe como que se acaba de comer un filete grande, y la vida no es siempre así. Hay literatura que te hace escuchar de fondo a Beethoven, pero otra que te conecta con cosas más primitivas. Eso creo que atraviesa mis textos. Siento que ahora, en una época donde todo es más volátil, la literatura no escapa de eso.

Esas sensaciones se rescatan mucho en la última parte de tu libro, ¿crees que ha estado marcado por la pandemia?

Está influenciada por esta transición a lo que uno podría llamar una vida más digital. Siento que la vida va a ser completamente distinta para una persona que se crio completamente con internet. Aquí tampoco es que me ponga a gritar qué terrible es que los niños se críen con Internet, quizás tiene cosas muy buenas. Ahí es conveniente decir que no lo sabemos. Pienso también que en algún punto los personajes del libro se preguntan si la ausencia del dolor es posible, pero si lográsemos eso más adelante, cómo podríamos identificar otras sensaciones. Ese tipo de cosas me interesan del futuro. Soy muy pesimista de procesos políticos inmediatos, pero sí muy optimista sobre lo que podríamos llamar el espíritu humano. En la primera parte del libro, si bien hay catástrofes, los personajes siguen, hay un deseo de vivir que parece obvio y no lo es. Creo que es terriblemente difícil terminar con el mundo, esa es la sensación que me da.

Y paralelo al abordaje del dolor y la incertidumbre por el futuro que se plantea en el libro, me parece que hay muchos guiños a la ciencia. ¿Cómo fue para ti narrar este tipo de temas?

Se da como algo natural entre temas que me interesan y que siento que pueden aportarle algo a la escritura en algún momento específico. Y en eso estudiar el doctorado ha sido muy liberador porque un par de años te das cuenta de que nadie sabe mucho de nada. A mí también me interesaba mucho el tema de cerebro y un detonador de esto fue un libro de Eric Kandel, que es un Premio Nobel de Física. Él hizo cosas que me parecían muy interesantes. Por ejemplo, cómo para los niños con autismo el arte toma forma de un lenguaje. Yo decía, aquí hay algo que me interesa porque este personaje puede que tenga algo parecido, pero como es de una clase popular y jamás va a tener un diagnóstico, es mejor que quede en la sombra. También di con el dato de que hasta 1987, a las guagüitas se les operaba sin anestesia porque se pensaba que no tenían dolor. No estamos hablando de que en una pequeña nación africana o el caribe donde se opera así, era la Asociación Pediátrica Estadounidense, la mejor ciencia disponible en ese minuto. Todo eso te hace la visión más humilde, te quita mucho el miedo a fallar. Yo no soy neurólogo y seguro hay un par o muchos datos que tengo mal en el libro, pero eso no me importa tanto como que las apariciones de la ciencia permitan hacer más humilde el entendimiento de que las cosas no están fijas, van cambiando todo el tiempo.

En el taller en que te conocí dijiste una vez que hay cosas de las que no se escribe. Dijiste “por ejemplo, los calcetines mojados en un día de lluvia”. Hay una parte del libro en donde mencionan algo similar, “hay cosas de las que no se escribe, por ejemplo, las caderas de los hombres”. ¿De qué no se escribe ahora?

No, eso viene de la ignorancia. Creo que se ha escrito y dicho todo, pero aun así no es aburrido. Es como el debate con la música. No sé si se ha intentado todo, si va a salir algo completamente nuevo, sino que es simplemente la belleza de la búsqueda. Siento que se ha escrito sobre todo y se debe escribir sobre todo. En un momento pensé que me ibas a citar una parte del final cuando Amaia piensa que hay cosas de las que no debería escribirse nunca. Ese también es un debate interesante. Creo que la literatura precisamente ayuda a esos puntos que son de tensión, es un espacio prolífico para escribir sobre cosas que están justo en el límite de lo que es aceptable o no. Precisamente la ficción te da la ventaja de poder plantear un tema que quizás en el periodismo, por ejemplo, sobre todo en los tiempos en que vivimos, cada vez es más difícil porque hay un temor muy grande a hacerlo incorrecto desde un punto de vista político. En este libro yo quería escribir de casi todo lo que me interesaba, pero hay que preguntarse mucho si estoy siendo estúpido escribiendo esto. Incluso es una buena pregunta de terapia.

La fotografía de portada es cortesía de Yuán Silva. 





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