Hace mucho tiempo que la FIFA se ha ido convirtiendo en sinónimo de corrupción. Pero lo que se ha visto con el actual mundial de fútbol en Katar ha rebasado todos los límites. En primer lugar, porque se ha comprobado judicialmente que su condición de país sede del mundial fue obtenida por medio del más desvergonzado soborno. Y pese a que esto fue comprobado hace ya muchos años no generó una automática descalificación del país sede, como exigía la ética más elemental.
Pero más grave aún ha sido el hecho también suficientemente comprobado de que el sistema laboral (“kafala”) por medio del cual se construyeron casi todos los estadios que cobijan el evento –y muchas otras obras de infraestructura de apoyo de aquel- constituyó una explotación inicua y brutal de decenas de miles de trabajadores, la gran mayoría de los cuales fueron migrantes de países pobres; y con temperaturas que en épocas del año suben de los 50° celsius. Precisamente porque Katar no era un país futbolizado, no tenía la más elemental infraestructura para efectuar el mundial. Esto fue debidamente considerado por los informes previos con que contó el órgano directivo máximo de la FIFA para resolver la sede, que tanto por aquello como por sus altísimas temperaturas en largos períodos del año, colocaron la procedencia de elegirlo al final de la lista. Pero más pudieron los sobornos…
El sistema de la “kafala” –por supuesto de conocimiento público- era tan ignominioso que de acuerdo a la reseña de Moussa Bourebka, investigador principal del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), “ata, literalmente, a los migrantes a su empleador”. De este modo, “ven el pasaporte confiscado, el empleador decide la entrada o salida del país, no suelen tener libertad sindical ni protección social, y no pueden cambiar de trabajo sin el acuerdo previo de su empleador” (La Sexta, España; 19-11-2022). Además, la Confederación Sindical Internacional (la central más grande del mundo) denunció los graves abusos sufridos por los trabajadores migrantes en Katar en 2014 y acusó “al Estado katarí por la explotación de los trabajadores en vínculos que calificó de esclavitud moderna” (La Nación, Argentina; 16-11-2022).
Es cierto también que la Confederación logró un mejoramiento efectivo de su condición a partir de 2016. Esto la llevó a cuestionar como desmesurados los cálculos de trabajadores fallecidos efectuados en 2021 por The Guardian de Inglaterra (6.500) y particularmente por Amnistía Internacional (15.000). En rigor, estas estimaciones se han basado gruesamente en el número de inmigrantes fallecidos en esos años en Katar, utilizando The Guardian una selección específica de países. Pero de todas formas, la secretaria general de la Confederación Sindical, la australiana Sharan Burrow, ha señalado que en 2020 -cuando ya hubieron mejorado mucho las condiciones de trabajo iniciales- “las investigaciones de la OIT muestran que hubo 50 muertos y poco más de 500 heridos graves” (Ibid.). Es decir, extrapolando estas cifras podrían perfectamente estimarse los fallecidos en centenares si no en miles de personas; y los heridos graves en varios miles. Y muy revelador ha sido el hecho de que el gobierno katarí no ha investigado siquiera el tema…
El horror de todo esto ha sido tan grande que diversas organizaciones de derechos humanos le solicitaron a Katar, a las federaciones de los países organizadores del mundial -y a las empresas multinacionales auspiciadoras- una compensación de 440 millones de dólares para los trabajadores migrantes que construyeron los estadios. De acuerdo a la subdirectora de las Américas de Human Rights Watch, Tamara Taraciuk, entrevistada por Andrés Oppenheimer, esa era “una cantidad muy pequeña si la comparamos con lo que la FIFA espera ganar en esta Copa del mundo, que son unos US$ 6.000 millones” (El Mercurio; 27-11-20). Sin embargo, hasta el 21 de noviembre -un día después del inicio de aquella- sólo las federaciones de fútbol de Bélgica, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Países Bajos habían apoyado esta petición; y solamente 4 de las 14 grandes empresas patrocinadoras (ver Ibid.).
Lo anterior ha generado una situación única en un mundial de fútbol: Que la construcción de cada estadio ¡efectuada precisamente para dicho evento, haya provocado decenas o centenares de muertos y centenares o miles de heridos graves! Es algo tremendamente perturbador para los hinchas del fútbol y, particularmente, para los jugadores de todos los equipos nacionales que concurren y participan en él. Dependiendo de la sensibilidad de cada uno puede llevar a simplemente no querer ver los partidos o a verlos con un sabor más o menos amargo.
Y peor para los jugadores que no tienen elección posible. Porque ya no se trata sólo de que el mundial se esté desarrollando en un país autocrático donde no se respetan los derechos humanos fundamentales, como es el caso hoy de Katar. O como lo fue en 1934, en la Italia de Mussolini; en 1978, en la Argentina de Videla; o en 2018, en la Rusia de Putin. ¡Se trata de que para hacer posible lo que uno está viendo, se llegó al extremo de maltratar a quienes hicieron posible el espectáculo mismo, a tal punto de que muchos de ellos fallecieron o quedaron gravemente heridos producto de sus condiciones de trabajo y de vida!
Esperemos que esta infamia repercuta al menos en dos medidas que serían muy importante adoptar por razones éticas. Una, que el sistema internacional de protección de Naciones Unidas emprenda una profunda investigación de las graves y sistemáticas violaciones laborales y de los derechos a la vida y a la integridad física cometidas por el Estado katarí en todo el proceso de construcción de infraestructura para el mundial. Y que, de acuerdo a sus resultados, inste a dicho Estado a adoptar las medidas de justicia y reparación correspondientes.
Y la otra es que la comunidad internacional no puede seguir “mirando para el lado” respecto del creciente poder y corrupción que ha adquirido la FIFA a nivel mundial. Aprovechando su calidad de ente virtualmente autónomo de toda autoridad nacional e internacional; y de la alucinante cantidad de dinero mundial que absorbe crecientemente, no hay duda que representa un peligro cada vez mayor de que se constituya en refugio para el lavado de dinero del crimen organizado y de todo tipo de corrupciones a nivel mundial. Que nos sirva de lección el hecho de que toda la infame corrupción que llevó a que Katar organizara el mundial, solo pudo saberse por un conjunto de circunstancias azarosas. Primero, que una parte del dinero del soborno se introdujera en el sistema financiero estadounidense; que ¡Estados Unidos hubiese sido el principal derrotado en las “elecciones” de 2010 que le dieron el triunfo a Katar!; y que el gobierno de Estados Unidos no le tenía ningún temor al gigantesco poder de la FIFA, dado que es la principal potencia mundial y que además el fútbol (“soccer”) excepcionalmente no es de los deportes más populares del país.
Por lo tanto, si queremos terminar con esta aberración, es fundamental que las Naciones Unidas tomen cartas en el asunto y establezcan una entidad que permita fiscalizar a la FIFA. Y que los diversos Estados del mundo hagan algo análogo, ya que la creciente corrupción de la actividad se va produciendo fundamentalmente a nivel de las federaciones nacionales del fútbol que son las que concentran la actividad diaria de este noble y bello deporte.
Si no se hace nada – no dándonos cuenta que la impunidad y la indolencia nunca mejoran nada- el fútbol nacional y mundial caerán tristemente en el descrédito absoluto. Que, al menos, la infamia de este mundial nos despierte para evitarlo.