En un mundo globalizado, la corrupción se erige como una plaga que corroe las bases de las sociedades, obstaculizando el progreso y el bienestar de las naciones. Esta lacra, presente en diversas formas y niveles, desde el soborno, la manipulación de la información y los medios, hasta el fraude y la malversación de fondos, socava la confianza en las instituciones, desalienta la inversión y perpetúa la desigualdad.
Abordar este desafío global exige un compromiso firme y acciones concretas por parte de gobiernos, organizaciones civiles y especialmente desde de la ciudadanía en general. Y finalmente, esto siempre, siempre se trata del actuar de las personas.
La corrupción es un obstáculo para el desarrollo, si bien el informe de “Indicadores de Gobernanza Mundial 2023” del Banco mundial, no proporciona una estimación monetaria global de la corrupción, si destaca sus graves consecuencias económicas y sociales. Se estima que la corrupción en la contratación pública, le cuesta a los países en desarrollo entre el 8% y el 10% de sus presupuestos.
Es evidente que las empresas públicas y privadas que operan en entornos corruptos a menudo enfrentan costos adicionales, como sobornos y tarifas no oficiales, lo que reduce su competitividad y eficiencia.
La corrupción: Una crisis de valores
Más allá de sus repercusiones económicas, la corrupción es un síntoma de una profunda crisis de valores, es la expresión fáctica de su ausencia. Cuando la impunidad impera y los actos de corrupción quedan sin castigo, se genera un clima de cinismo y desconfianza que desincentiva la participación ciudadana y obstaculiza la construcción de sociedades justas y equitativas. Peor aún, desalienta la participación de nuestras generaciones jóvenes, el más preciado recurso de los países en desarrollo.
¿Cómo combatirla?
Sin duda promoviendo la transparencia, la rendición de cuentas y el acceso a la información, en todo tipo de organizaciones hasta en la más pequeña, incluida la familia, se debe generar una cultura que practica la transparencia en todas las instancias.
La lucha contra la corrupción no se limita a medidas punitivas; también requiere un esfuerzo sostenido para fortalecer los valores éticos y la integridad en todos los ámbitos de la sociedad. La educación juega un papel fundamental en este sentido, promoviendo desde temprana edad valores como la honestidad, la responsabilidad y el respeto por las normas.
Es necesario fomentar una cultura de auditorías públicas de las acciones de gestión en todo tipo de organizaciones en cada cambio de mando y los medios de comunicación cumplen un rol fundamental en hacer seguimiento a lo que va ocurriendo con denuncias de alto impacto nacional. Asimismo, es crucial promover la participación ciudadana en la toma de decisiones y el control social, empoderando a las comunidades para que exijan transparencia y rindan cuentas a sus autoridades. Un poder que la sociedad moderna se ha ganado, es su derecho a voto. Si no queremos corrupción, no podemos elegir en un proceso de elección democrática sin tener claridad de los antecedentes de quienes quieren asumir cargos de poder y representación ciudadana. Esa es nuestra primera responsabilidad ética.