Ciudad: fútbol y política

  • 31-08-2010

El fútbol es una actividad que genera subproductos urbanos de gran impacto. La ciudad, a veces, se ennoblece, y otras, se degrada, como resultado de la actividad futbolística. Es así que conviven en nuestras ciudades, especialmente en Santiago, la belleza de la fiesta con la vileza de la destrucción. Incluso el fútbol produce actos poéticos como el de aquel solitario hincha del Everton que celebró solo con su bandera en la Plaza Italia el campeonato del club de sus amores.

Las barras bravas, subproducto del negocio del fútbol, constituyen un fenómeno urbano sobre el cual hay que poner atención. Es tal la potencialidad destructiva (y constructiva también) de estos grupos, no tan sólo sobre los bienes urbanos materiales, sino que también sobre el tejido social, que es posible afirmar que el peligro para la sociedad urbana santiaguina incluso es mayor que el que presentan las barras bravas de Buenos Aires.

Me explico, en Buenos Aires las barras están circunscritas a un territorio determinado, en el cual no tienen rivales. Cada barrio tiene un solo cuadro de fútbol (salvo excepciones), por lo tanto, su irradiación está limitada. No entran en conflicto territorial. Incluso, constituyen actores que refuerzan el carácter cultural de determinado territorio.

En el caso de Santiago, especialmente los equipos más grandes, las barras bravas tienen como territorio posible de controlar a toda la ciudad, ya que esos equipos no se identifican con ningún barrio específicamente. Por lo tanto, la disputa (y el peligro) es mayor, inesperado e incontrolable.

En otras latitudes, las barras bravas constituyen grupos de choque, dispuestas a ejecutar trabajos sucios delictuales y políticos. Por suerte durante la dictadura en Chile este fenómeno era incipiente. Es así que las barras bravas y el negocio del fútbol constituyen instrumentos de poder muy fuertes y poderosos. Por lo tanto, debería ser preocupante la estrategia de algunos grupos empresariales y de la derecha política por copar la actividad del fútbol. Sin duda que este fue un “golazo” que dejó pasar la centro izquierda al aceptar legislar sobre el control de los equipos de fútbol por sociedades accionarias.

Es así que vemos que importantes grupos empresariales han comenzado a controlar los equipos, especialmente los más grandes y populares, y ahora van por el control de la totalidad del futbol.  He ahí la explicación de la disputa entre la Asociación Nacional de Fútbol Profesional y los empresarios, controladores de los principales clubes, fuertemente apoyados por las más altas autoridades del Gobierno (que también son importantes accionistas).

Existe, por lo tanto, un peligro evidente ¿Quién nos asegura que en caso de polarización política, estos grupos no utilicen las barras bravas de los clubes de su propiedad para promover y controlar políticamente a través de la violencia urbana? Esta preocupación no constituye una exageración, ya que ha habido casos que, en momentos de crisis extrema, muchos actores sociales no han sido precisamente delicados al momento de aplicar todas las formas e instrumentos de violencia para la imposición de sus ideas en la actividad política.

Como pueden apreciar, estimados auditores, la ciudad tampoco se escapa de las preocupantes consecuencias de las pugnas por el control del fútbol profesional.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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