Si este nuevo filme del realizador italiano Nanni Moretti se sitúa con aplauso unánime entre los más bellos de 2015, se debe sin duda a la manera transparente en que hace fluir la vida y la emoción. En un cine contemporáneo saturado de artificios, la mirada limpia de este director recupera la belleza de lo cotidiano, con sus afanes y pesares. La película parte con una escena de protesta laboral, que pronto se revela parte de un filme que dirige la protagonista, Margherita. En uno de los diálogos que siguen, Moretti desliza esta reflexión sobre el cine: ¿prefieres el impacto del close up o tomar un poco de distancia para dar cuenta del contexto completo? Mia madre opta por esta segunda opción en una apuesta profunda, que lleva a que el relato se mantenga fiel al realismo más sobrio, y al mismo tiempo explore con toda libertad los desvelos, alegrías y angustias de Margherita, agobiada por la necesidad de rodar la película, por los conflictos con su hija adolescente y por la inevitable muerte de su madre. “No es un filme triste, sino uno lleno de energía y esperanza”, le dice la protagonista a su madre, en una auténtica declaración de principios. Es una esperanza energizada que proviene justo de la vivencia del fugaz presente, donde la clase de latín es tan importante como la pasta, el paseo nocturno por Roma y el diálogo sincero con un hermano