Parece ser que es en la política donde mejor se comprueba la teoría de la relatividad. Respecto de los principios, de verdad todo queda a la caprichosa interpretación de quienes los proclaman, defienden y promueven. En definitiva, son siempre manipulados por los intereses de los distintos actores nacionales e internacionales. La propia historia es muy difícil conocerla cuando los acontecimientos definitivamente deben pasar por el tamiz de quienes la escriben. Ni cuando los hechos los tenemos enfrente somos capaces de darles una sola versión, explicación o consecuencia. Por lo mismo es que el periodismo actual difiere tan diametralmente entre un medio de comunicación y otro.
A propósito de lo que está sucediendo en Venezuela, hay quienes advierten y se lamentan de la “doble moral” practicada por los observadores para juzgar la actitud del gobierno de Nicolás Maduro y las acciones que se ejecutan en su contra de la estabilidad de su gobierno. Siempre las visiones preconcebidas son las más difíciles de cambiar pese a las drásticas experiencias que conocemos y vivimos. Por lo mismo es que hay referentes políticos y sociales absolutamente previsibles.
Pocos principios internacionales son tan vulnerados como el que proclama la “libre determinación de los pueblos”. La misma existencia de delitos de lesa humanidad y tribunales internacionales es un indicio claro de que ningún país puede hacer lo que quiera puertas adentro. En los hechos, el mundo tiene a la fuerza un gran gendarme como los Estados Unidos, con licencia la invadir países, financiar desestabilizaciones y establecer toda suerte de bloqueos y agresiones a regímenes que simplemente no le gusten, o con la excusa de alentar la democracia. Su veleidosidad es flagrante con la protección que le da a gobiernos de facto que violan sistemáticamente los DDHH. Disposiciones que vulnera descaradamente en Guantánamo, Irak y en tantos lugares avasallados por su superioridad bélica.
¿Debiéramos entender que la derecha chilena no practica la doble moral al alentar la insurrección en Venezuela donde Chávez y Maduro, como Allende, fueron democráticamente elegidos? Efectivamente; no hay duda de que se trata de una posición plenamente consecuente: ésta siempre ha preferido los regímenes totalitarios a los de soberanía popular, salvo cuando tienen a los pueblos en estado de abyección por la ignorancia y la miseria. Aunque traten de explicar su apoyo o participación en estas asonadas para defender los derechos republicanos. Puede parecer raro lo que afirmo, pero la actitud de la derecha es ciertamente congruente con su acerbo y legado ideológico.
Parecida fue la actitud de los partidos de izquierda durante la Guerra Fría. La democracia era el bien proclamado, pero en la práctica lo que querían y defendían eran dictaduras, al fin, aunque éstas fueran “del proletariado”. Regímenes totalitarios que mataban, hacían desaparecer, torturaban y encarcelaban a los opositores y que, luego, eran sistemáticamente exculpados por las internacionales socialistas o marxistas y sus partidos títeres. Que cometían crímenes atroces como los que ellos mismos habían sufrido en carne propia, con el fascismo, y, después, con las tiranías militares. La misma actitud de hoy tienen regímenes como el de Israel y Marruecos en sus trato con los palestinos y sajarahuis, después de haber sufrido muchos de ellos, también, el genocidio y la diáspora.
La “paja en el ojo ajeno” buscan realmente los demócrata cristianos al vociferar ahora en contra de los gobiernos de Cuba y Venezuela, después de haber alentado y justificado por mucho tiempo (con las honrosas excepciones que sabemos), el cuartelazo de Pinochet o el régimen criminal de Napoleón Duarte en El Salvador. Una actitud que han mantenido sistemáticamente con el silencio de sus gobiernos de la posdictadura y partidos comparsas respecto de los crímenes sistemáticos cometidos por China, nuestro principal socio comercial. Allí donde no hay necesidad de tener ley de aborto, puesto que las hijas recién nacidas eran y son literalmente arrojadas a las aguas como política de control de la natalidad. Donde la oposición está absolutamente prohibida y quienes la practican corren riesgo de matanzas como la de los estudiantes en la Plaza de Tiananmen.
Vaya qué contradicción, también, la de nuestra propia historia, refrescada con el presente, cuando se asume irrestrictamente el derecho que nos asiste para defender nuestros límites y fronteras, después de haber sumado a nuestro territorio provincias enteras mediante la fuerza y la guerra fratricida. Ni siquiera un pequeño paso soberano a los bolivianos hacia el Pacífico, después de haberlos despojado de un inmenso territorio rico en el cobre y que nos ha permitido tanto desarrollo. ¡Vaya qué inconsecuencia la de defender tan celosamente nuestra soberanía, al mismo tiempo que regalársela a la explotación de las mineras y pesqueras extranjeras que se enseñorean en nuestro yacimientos, aguas y bosques.
Por más que la democracia sea hoy una aspiración universal o que los derechos de las personas y de los pueblos estén claramente reconocidos, lo cierto es que todos vivimos bajo enormes disparidades y una moral que, más que doble, es acomodaticia, dúctil y maleable. Lo que predomina, en efecto, no son los valores, sino los intereses del poder, de la hegemonía económica y de las convicciones dogmáticas. Como que las mismas iglesias que proclaman el amor, la igualdad y la justicia entre los seres humanos y los pueblos se han dado la licencia mundana de tener tribunales inquisitoriales, practicar graves discriminaciones y sostener horribles guerras que nada tuvieron de santas.
La moral es una utopía pendiente en el siglo que siguió a los horrores de los que, justamente, la proclamaron para matar y llevar a cabo los más deleznables actos de intolerancia. Como el genocidio, el colonialismo y estas democracias hipócritas que todos los días pisotean los derechos de sus pueblos y justifican sus constantes masacres en contra del bien común, la lealtad y la fraternidad entre los países.