Hace unos días, exactamente el 2 de octubre pasado, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, afirmó que el gobierno del presidente Barack Obama obligó a los países de la Unión Europea (UE) a imponer sanciones contra Rusia, con el objetivo de contrarrestar la activa diplomacia de ese país en el conflicto interno de Ucrania. Con el mayor desparpajo, Biden admitió que los países europeos “no lo querían hacer” pero que esa decisión cuestionaría el liderazgo de Estados Unidos, por lo que “el Presidente insistió”. De acuerdo a medios internacionales, en el Foro John Kennedy, en la Universidad de Harvard, el vicepresidente explicó que Obama se había visto obligado “…a poner a Europa en una situación embarazosa para que asumiera el daño económico y obligara a pagar a Rusia”.
La propia Secretaria de Estado adjunta para Europa, Victoria Nuland, quien se hiciera famosa por su expresiva oratoria cuando dijera “¡Que se joda la Unión Europea!” reiteró que “… Washington reconoce que las sanciones impuestas contra Rusia afectan a las economías europeas”
Esto no sería sorpresa cuando se trata de la política exterior de Estados Unidos, si no fuera porque los países presionados son sus principales aliados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la mayor alianza militar del planeta. Sin embargo, como ya ocurrió cuando sus líderes fueron espiados por la potencia norteamericana, los miembros europeos del pacto hicieron silencio y asumieron sumisos esta nueva ofensa que se va transformando en forma habitual del comportamiento internacional estadounidense.
Esta situación ha llevado a algunos analistas a afirmar que el mundo se encamina nuevamente a una estructura bipolar del sistema internacional, similar a la que existió en el planeta hasta 1991. El desembarazo con el que Estados Unidos se vincula con sus aliados hace alusión a una relación de subordinación más que a un lazo horizontal entre sujetos similares.
Estados Unidos ha obligado a sus socios europeos, además de Canadá, Japón y Australia a establecer rígidas sanciones que sólo perjudican, -una vez más- a quienes tienen una cercana relación de vecindad y una economía mucho más interconectada con el gigante euroasiático. Eso no pareciera importarle mucho a Obama y su gobierno.
En esa medida, la OTAN teledirigido por Estados Unidos ha asumido la vanguardia en las acciones más relevantes contra Rusia. A pesar que en el espectro mediático se hace alusión con mayor fuerza a las medidas de carácter económico, el pulso del conflicto viene dado, en realidad, por las decisiones de orden militar que colocan al viejo continente en una verdadera encrucijada cuando se otea en el pasado el recuerdo de las dos guerras mundiales que se desarrollaron durante el siglo XX en territorio europeo sin que Estados Unidos haya sido involucrado en su espacio continental, posibilitando con ello su consolidación como primera potencia mundial.
Todo indica que las medidas actuales apuntan a lo mismo, salir de la crisis, debilitando a sus aliados, en primer lugar fortaleciendo el dólar respecto del euro y generando economías debilitadas que necesiten de la “ayuda estadounidense”, frente al “peligro de la expansión rusa”. El supuesto enemigo ha mutado su orientación ideológica respecto del siglo pasado pero sus ambiciones de propagación mundial se mantendrían incólumes según, lo advierten avezados analistas que dan pie a la locura imperial estadounidense.
Así, la OTAN ha pasado de un Secretario general incendiario como lo era el danés Anders Fogh Rasmussen a otro brutalmente belicista, el noruego Jens Stoletenberg, quien según Fidel Castro, destila odio en su mirada, cuando intenta profundizar las condiciones de conflicto en el continente, e incluso fuera de él, al asumir de manera sumisa los dictados estadounidenses respecto de cómo manejar la política contra Rusia. En uno de sus primeros viajes después de la asunción de su nuevo cargo fue a Polonia para afirmar que la OTAN “puede desplegar sus tropas donde quiera”, lo cual es violatorio de acuerdos internacionales suscritos por la OTAN y Rusia. Sus declaraciones ponen en ascuas el derecho internacional, de manera muy particular aquellos instrumentos que sostienen la paz en las condiciones de transición del mundo unipolar, echando más fuego a la hoguera que se ha prendido en Ucrania y que por todos los medios se intenta apagar como lo atestigua la reciente decisión del Presidente Putin de retirar las tropas que se mantenían en la frontera entre los dos países.
Sin embargo, la suposición de que estaríamos volviendo a una nueva guerra fría y con ella a una novedosa bipolaridad Rusia-Estados Unidos, choca con la realidad de los últimos años que ubica a China como un poder emergente que es imposible obvia, toda vez que se ha ido transformando en el verdadero actor internacional que está retando la hegemonía actual. El fortalecimiento de la alianza ruso-china durante los últimos años se erige en un verdadero valladar a las ambiciones de supremacía estadounidense.
En todo caso, si de nueva bipolaridad se hablara, sería de una que en primera instancia tendría un polo bicéfalo constituido por China y Rusia, tras del cual estaría el grupo BRICS, estructurado a partir de países que juegan un real liderazgo en Asia, África y América Latina. Junto a ello las dos potencias, han fortalecido la Organización de Cooperación de Shanghái y la Alianza Euroasiática que se ha crecido esta semana con el ingreso de Armenia. Así mismo, China y Rusia han firmado un gigantesco acuerdo bilateral de comercio y cooperación económica para los próximos 20 años, que además va a utilizar sus instrumentos monetarios (el yuan y el rublo) como monedas de intercambio, en lo que podría ser el preámbulo de una nueva era en que el dólar paulatinamente comience a ser dejado de lado como dinero internacional para las transacciones económicas.