Una mujer hace el gesto de cruzar la calle, pero se detiene en la mitad. Allí, ante la línea discontinua, se arrodilla y en su centro despliega una tela blanca del mismo ancho formando una gran cruz sobre el centro de la pista. La mujer repite el gesto a lo largo de más de un kilómetro y medio de la avenida Manquehue, en el sector oriente de la capital. A escasas cuadras, está la Escuela Militar. Era el año 1979 y Lotty Rosenfeld registraba la acción de arte llamada Una milla de cruces sobre el pavimento. Un gesto poético, un gesto político mudo y prácticamente desconocido entonces, pero revelador y contestatario que buscaba subvertir el camino recto señalado por la autoridad militar en tiempos en que los artistas disidentes eran perseguidos, torturados y muertos en manos de los agentes de la dictadura.
Es el año 2015 y las cruces de Lotty Rosenfeld son proyectadas en el pabellón chileno de la Bienal de Venecia. Ella no está sola. La acompaña el trabajo de la fotógrafa Paz Errázuriz, quien en blanco y negro ha venido retratando la cara anti triunfal del milagro capitalista que vino a cambiarle la faz al mundo desde la segunda mitad del siglo XX. Locos, prostitutas y desamparados se pasean frente a su lente como si fueran parte del gran “baile de los que sobran”. Cuerpos de seres marginales que representan lo invisible para un sistema económico que retrata una y otra vez a la belleza como canon absoluto. Rostros dolidos, desencajados, perturbados que molestan a la estética pulcra del dinero y la opulencia.
Lotty Rosenfeld y Paz Errázuriz son dos artistas que hicieron de la subversión un elemento permanente de su trabajo artístico. Y fueron las dos artistas que la curadora Nelly Richard eligió para representar a nuestro país en una de las citas más importantes del arte contemporáneo “porque en ellas se da una solidaridad política, una ética del ver la realidad desde un compromiso con el momento histórico que están viviendo”. Nelly Richard llamó a esto Poéticas de la disidencia y es el título de su curaduría. Es el título que representa a Chile en la gran pasarela del arte actual.
En el mundo hoy se realizan cerca de 120 bienales de arte. Espacios diferentes y distantes que convocan a artistas de diferentes nacionalidades a dialogar a través de sus obras. Las bienales son un territorio para la experimentación artística, pero como sucede con todo el tiempos de globalización, no pueden evitar caer en el espectáculo y en la frivolidad, más aún cuando se trata de un ámbito de la cultura que ha ingresado al mercado de capitales. El arte cobra un valor transable y una bienal es un lugar que sube los bonos de sus participantes. Un escenario que Lotty Rosenfeld y Paz Errázuriz vienen con sus propias obras a criticar y a incomodar, no solo al mundo del arte y a sus visitantes, sino también a nuestro país cuya imagen insistentemente busca aparecer ante los ojos del mundo como ese excepcional milagro heredado de la dictadura militar.
El trabajo artístico que ambas han desarrollado interpela a un Chile sumido en el desconcierto de una transición política que no sabe cómo avanzar ni tampoco hacia dónde hacerlo. Que con las palabras señala una ruta, y que en los hechos se marea, se pierde y acobarda. Gobiernos de la gente que han terminado siendo de unos pocos que se repiten el plato de manera impenitente. Administraciones que en sus eslóganes dicen que han venido a poner orden y justicia pero que no se atreven a tocar el fondo de ninguna de las grandes reformas implementadas en la dictadura, cuando privatizó lo más sagrado de la vida en sociedad: la salud, la educación, el agua, la energía, los recursos naturales y nuestra vejez…
Las cruces de Lotty Rosenfeld que señalaban a los caídos de entonces, cobran un nuevo significado con las víctimas actuales de un sistema que no mata con fuego ni con balas como el de antaño, sino que con la desidia y la crueldad de los poderosos.
Los retratos de Paz Errázuriz golpean en su verdad, cuando en la mirada de esos seres maltratados alcanza aún a escucharse de fondo la súplica de un No más.
Son dos mujeres que vienen a remover en lo profundo a un Estado que pareciera estar sedado, inconmovible, que no se remece cuando los responsables del dolor, los asesinos se van muriendo o suicidando y así, evitando contar la verdad de lo que sucedió o pagar por sus crímenes. Y no se trata de venganza, como insisten en manipular los viles de siempre a la urgencia de justicia. Se trata de nosotros y de nuestros hijos, que nos preguntarán qué hicimos cuando todavía podíamos, cuando aún no era demasiado tarde.