Las cosas están así: mientras el mundo desarrollado se maravilla con el trabajo ético y estético de un chileno, nosotros dirigimos la mirada hacia su pasado medieval, como máxima expresión artística.
Mientras el arquitecto chileno Alejandro Aravena es distinguido con el Premio Pritzker, el más importante galardón al que un proyectista puede aspirar, conocido como el Premio Nobel de Arquitectura, nosotros, los chilenos, celebramos los 10 años del Centro Cultural Palacio La Moneda con una obra del maestro italiano Sandro Botticelli que, con un metro de alto y solo 71 centímetros de ancho, resume las claves de lo que fue el Renacimiento.
Como una suerte de “regalo para los chilenos”, ha sido descrita por Alejandra Serrano, directora desde hace 8 años del Centro Cultural que de manera estratégica se ubica bajo el Palacio Presidencial, el arribo de una de las cumbres del arte renacentista. Y no se fueron con chicas.
Es la primera vez que llega una obra de estas características a Chile y antes de llegar a ella, barajaron la posibilidad de un Guernica o El beso de Gustav Klimt. Finalmente, y gracias al apoyo de la empresa privada y la embajada italiana, pudieron a través de una agencia de ese país, concertar un precio que permitiera que esta pieza, cuyo valor asciende a más de 10 millones de dólares, pueda ser exhibida y compartida con el amplio público chileno.
La definición del rol de este Centro Cultural que, insistimos, no sin razón se ubica bajo la sede de gobierno, es algo que dejó establecido el Presidente Ricardo Lagos, en cuya presidencia se concibió y construyó esta enorme bóveda subterránea.
Y es esa misión la que la misma directora se encarga de recordar debido a las críticas que han surgido producto de los altos costos que implica traer una pieza de estas características. Ha dicho la directora que el Centro Cultural Palacio La Moneda es “una ventana para mirar al mundo y no un espacio de exhibición de Arte Contemporáneo”, en una entrevista publicada por el diario La Tercera.
Y si bien se realizarán una serie de actividades que recordarán las principales muestras que han acogido en esta década de vida, como la primera de ellas, México del cuerpo al cosmos o Los soldados de terracota, lo cierto es que la estrella será la bellísima obra de Sandro Boticcelli, donde figura una melancólica Virgen María con un Niño Jesús en brazos rodeada de sonrientes angelitos sobre una perspectiva del paisaje medieval.
¿Qué viene a decirnos a los chilenos esta magnífica pieza renacentista? Pues no mucho más que admirarnos del genio italiano y a recordarnos de los cientos de obras del arte universal que como ésta, no pisarán jamás suelo chileno.
Una constatación casi burda de la situación periférica en la que nos encontramos respecto del arte europeo. Un ejemplo demasiado patente de lo que no tenemos. Un gesto que busca la celebración de una década de existencia, pero que termina ofendiendo al mismo Centro y a sus visitantes por los ingentes recursos asociados a la exhibición de una pieza sin duda maravillosa, aunque fuera de su contexto nos remite a nuestra inferioridad cultural.
De modo que cuando nosotros seguimos suspirando por el arte italiano, con este cuadro que llega en su calidad de Piedra Rosetta que nos permitirá ingresar al imaginario renacentista, los mismos europeos ponen sus ojos en Chile a la hora de premiar lo más alto que hoy se está haciendo en el mundo.
Porque lo que ha venido haciendo Alejandro Aravena y su oficina Elemental es elevar a rango de arte el diseño de edificios majestuosos. Pero sin duda, su mayor aporte y que fueron las razones para concederle este premio Pritzker, es el compromiso ético y social que le ha dado a su trabajo a través de las viviendas sociales.
Un trabajo que comenzó hace 15 años y que ha permitido entender, no a tantos como se quisiera, que la pobreza de un país como Chile puede ser también belleza, eficiencia energética… dignidad. “La escasez de recursos obliga a la abundancia de sentido”, dice en una entrevista a un diario español a la hora de explicar las bases éticas y estéticas de su trabajo.
Una frase que debiera abochornar al Centro Cultural Palacio La Moneda que, recuerda a esos chilenos enriquecidos con el salitre de comienzos del siglo XX que solo veían la belleza en el canon europeo y que se construían imitaciones de palacios franceses para sentirse más cultos… un atavismo que nos avergüenza a todos.