A fines del siglo XIX, Chile y Bolivia se enfrentaron en una guerra fratricida que terminó con un Tratado de Paz y Amistad que se firmó el año 1904, y que hoy, 112 años más tarde, a comienzos del siglo XXI, aun no ha logrado establecer ni la paz ni la amistad entre nuestras naciones, al menos la paz y amistad que merecen dos pueblos vecinos y hermanos. Sin embargo, debajo de las frases cada vez más hostiles que se dicen entre las autoridades chilenas y bolivianas, nuestros pueblos siguen trabajando cada día para aspirar a una mejor vida. Hombres y mujeres que aspiran a un mejor bienestar que ofrecerles a sus hijos. Una vida que a este lado del mundo, cuesta mucho, mucho más de los que los bolivianos pueden pensar y que al igual que hace más de un siglo, tiene a una sociedad muy desigual, con grandes capitales enseñoreados de nuestros recursos naturales y de lo más peligroso, los medios de comunicación.
Difícil debe resultar para los bolivianos entender lo que sucede en Chile, en el Chile profundo, cuando quienes hablan por boca de su pueblo son justamente aquellos que están satisfechos con los 26 de años de post dictadura y defienden los intereses de los poderosos. Difícil que se enteren que más cien mil personas salieron a manifestarse un día domingo, como sucedió hace unos días, en el que sacrificando el rito del almuerzo dominical fueron en familia, como se vio a hombres, mujeres, jóvenes, niños, incluso guaguas, a exigir el cambio al sistema de pensiones. Un sistema que tiene a la población chilena condenada a entregar mes a mes una parte de su sueldo a Aseguradoras de Fondos de Pensiones, AFP, que en lugar de certificar una vejez digna, alimentan a la banca y a las grandes empresas que terminan fagocitando más el 50 por ciento de todo el dinero que reúnen. Difícil que se enteren porque los medios de comunicación son cómplices del sistema y prefieren drogar a la población con frivolidad y fútbol, antes que mostrar lo que están haciendo las grandes fortunas en complicidad con la clase política, y menos que hay un pueblo atento y movilizado.
Y aunque los bolivianos pocos saben de lo que nos sucede, como nosotros poco sabemos de lo que a ellos les pasa, es que no se enteran que justamente el consorcio mediático que más protege este sistema injusto y poco solidario, es el que encendió los ánimos hace más de un siglo llevándonos a una guerra que nos sigue penando. Porque ya está lo suficientemente documentado en la historia que el alza de impuesto al salitre de fines del siglo XIX fue considerado, al comienzo, por el gobierno chileno de entonces, como un problema entre privados, vale decir, entre los capitales ingleses y chilenos que explotaban el salitre en territorio boliviano con el gobierno de ese país… hasta que esos mismos empresarios crearon un discurso a través de los medios de comunicación y presionaron a los políticos de la época, que eran sus parientes, para que se entendiera este cambio de régimen impositivo como un problema entre Estados… y de ahí a la guerra, llevando a los más pobres a la muerte. Pero no saben los bolivianos que el descendiente de quien entonces era dueño de ese diario que entonces presionó y manipuló la situación, está sentado sobre una considerable fortuna. Que es un señor de apellido Edwards y de nombre Agustín, uno de los eslabones de una familia de agustines, los mismos que entonces tenían sus capitales en el salitre junto a otros ingleses y que siguen en el negocio de las comunicaciones, esta nueva forma de dominar al mundo. Y que su influencia es tan grande como que también está comprobado, a través de los archivos de seguridad que ha desclasificado el FBI en Estados Unidos en los últimos años, que él fue uno de los instigadores del Golpe de Estado de 1973. Un alzamiento que consolidó una dictadura cívico militar durante 17 años que es la que vino a privatizarlo todo y a enriquecer a un pequeño grupo de chilenos. Un señor que debiera ser ampliamente conocido en Bolivia cuando está en el germen de nuestras disputas, y que aún hoy su medio de comunicación sigue salpicando de odiosidades a nuestras naciones.
Debieran saber los bolivianos que ese mar que tranquilo nos baña, como reza la canción nacional chilena, está en manos de unas cuantas familias de comerciantes marítimos, quienes han cooptado a la política, haciendo una ley a su gusto y gana, pagando coimas a destajo para obtener concesiones gratuitas y a perpetuidad. Lo mismo que empresas mineras como SOQUIMICH, cuyos dueños chilenos, entre los que se cuenta el ex yerno de Pinochet, se enriquecieron de lo lindo con la minería no metálica en unas cuantas décadas.
Lo cierto es que ese desconocimiento que tienen los bolivianos de nosotros, lo asumimos porque es lo que nos sucede respecto de ellos… y si así no fuera? Imaginar que ellos sí saben de nuestro disfraz de exitosos y de nuestra chilenidad que no asume el mestizaje y su multiculturalidad, nos pone en un escenario diferente.
Divide et impera, reza la estrategia bélica que desde antiguo entiende al alma humana como un zona manipulable. Las lecciones de la historia deben ser aprendidas y no podemos dejar que las autoridades de turno, hambrientas de opinión pública favorable, nos marquen un camino de desencuentros.
Lo que los bolivianos ignoran sobre nosotros, como también lo que no sabemos de ellos debiera ser preocupación de esos estadistas que tanto necesitamos.
El desconocimiento entre nuestros pueblos es la semilla de la desconfianza y ésta, terreno fértil de la odiosidad… que ya sabemos lo que produce.