A comienzos de Septiembre de 1976 fue encontrado enredado en unos huirales de la playa “La Ballena”, ubicada a unos 8 kilómetros al sur del balneario Los Molles, un cadáver de sexo femenino con evidentes demostraciones de haber sido sometido a crueles torturas. En su cuello estaba enrollado un alambre. Al parecer, el cuerpo había sido devuelto por el mar. Vestía algunas prendas interiores y fue trasladado a la morgue de La Ligua en donde se le practicó una autopsia la que mostró signos de precipitación desde altura, y también fracturas vitales, uñas extraídas y quemaduras. Al mismo tiempo se trató de obtener su identificación. Pero transcurrieron los días sin que ello se lograra, del mismo modo que no se obtenía pista alguna acerca de sus victimarios.
La prensa de la época elaboró una serie de teorías (atribuyendo el hecho a un crimen pasional de camioneros), pero ninguna concordó con lo que finalmente resultó ser: desaparición forzada de una persona con resultado trágico. Después de varios días el cuerpo fue trasladado al Instituto Médico Legal de Santiago, donde continuó sin ser identificado ni reclamado.
El viernes 24 llegaron al Instituto Médico Legal las señoras Hilda Eliana y Berta las cuales buscaban a su hermana Marta, de la cual no tenían noticias desde hacía casi dos meses y a la que no habían podido ubicar. En el establecimiento fueron informadas por el Dr. Alfredo Vargas Baeza, a la sazón médico director del Servicio Médico Legal y profesor de la asignatura en la Universidad de Chile, que en las dependencias a su cargo había un cadáver no reclamado de sexo femenino pero que no había sido posible su identificación hasta el momento por los medios habituales debido a las condiciones en que se encontraba, sugiriéndoles la `posibilidad de ubicar al odontólogo de su hermana y realizar un procedimiento identificatorio a través de la dentadura pues la del cadáver se apreciaba bien cuidada y con tratamientos dentales. Precisamente se trataba del cuerpo maltratado de la mujer encontrada asesinada en la Playa la Ballena, caso que por esos días había alcanzado mucha resonancia en los medios de comunicación, todos controlados por la dictadura.
La primera impresión de las hermanas Ugarte fue de incredulidad pero casi de inmediato reaccionaron y se dieron a la tarea de ubicar al odontólogo tratante de Marta (y de ellas mismas)el cual era yo.
Hasta el lunes 27 de Septiembre de 1976 yo no era forense, era un joven odontólogo, ortodoncista, que también practicaba algo de odontología general. Entre mis pacientes adultos, se encontraban miembros de la familia Ugarte Román: los padres y las hermanas Hilda Eliana, Berta y Marta Lidia.
Apenas fui contactado, al atardecer del viernes previo al fin de semana, accedí a realizar el peritaje solicitado. Me movieron razones profesionales, éticas y humanas. Les señalé que haría la diligencia el siguiente lunes, el 27 de Septiembre por la mañana. Cabe señalar que sentía cierta incredulidad. No me parecía posible que una persona como ella hubiera tenido una forma de morir tan terrible como la que mostraba el cadáver. Con respecto a las personas que hasta el momento eran desaparecidas, muchos teníamos la esperanza de que estuvieran en una cárcel secreta o algo similar.
Puntualmente, a las 9 de la mañana del día señalado, crucé la puerta del Instituto Médico Legal. No me pasaba por la mente que en los próximos meses empezaría a cruzarla a diario por muchos años. Iba premunido de los documentos pertinentes: ficha de Marta, radiografías, un libro empastado en que llevaba el registro de extracciones y agenda. También todos los datos útiles resumidos en un informe y un esquema dental (odontograma).
Acompañado por el jefe de Tanatología de entonces, el Dr. Julio Veas Ovalle, realicé la pericia. Hubo coincidencia absoluta entre mis antecedentes y el estado de la cavidad bucal y dientes de la muerta. Lamentablemente, mis expectativas de que se tratase de otra persona no se dieron. Había aparecido la primera persona detenida y desaparecida: era Marta Lidia Ugarte Román, mi paciente, y había aparecido muerta, maltratada y con evidentes demostraciones de apremios inhumanos.
Ese día 27 de Septiembre de 1976, marcó mi entrada al mundo forense. Fuertemente motivado por el caso y la terrible muerte de Marta , y advirtiendo que ni la Odontología ni los odontólogos no tenían participación sistemática y presencia laboral en la Medicina Legal (no trabajaban dentistas en el Servicio Médico Legal, no existía la asignatura –a pesar del crimen de Becker- en la Facultad de Odontología ni odontólogos en la Cátedra de Medicina de la Facultad de Medicina), acepté finalmente la invitación que me hicieran el Dr. Vargas Baeza, su asesor jurídico Sr. Gilberto Rudolph y después de fallecer el Dr. Vargas en 1977, el Dr. Roberto Von Bennewitz, y me incorporé a la Cátedra de Medicina Legal de la U. de Chile, la cual en ese tiempo desarrollaba sus labores en el mismo edificio del Instituto Médico Legal.
Lo demás es historia conocida.
A través de este artículo, he querido rendir un homenaje a Marta Ugarte Román, paciente mía, una mujer buena sacrificada por sus ideas, cuyo martirio me estimuló para poner la ciencia odontológica proyectada al servicio social, al respeto por los derechos humanos, a esclarecer la identidad de las víctimas de crímenes atroces y con ello contribuir de manera importante a romper la impunidad. Con Ciencia, con Etica, con Humanidad.