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El pasado

Columna de opinión por Alberto Mayol
Viernes 20 de noviembre 2009 19:01 hrs.


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¿Por qué tanta negación del pasado? Candidatos, esposas, funcionarios a sueldo del presente y del inmediato futuro, formas no verbalizadas de poder, poderosos todos, viviendo de la negación sistemática e impúdica del pasado. Hablemos del futuro, dicen unos y otros. “Candidatos del pasado”, insisten otros como atragantados de asco. “Chile del pasado”, denuncian. “Política del pasado”, insisten. ¿Qué habrá pasado en el pasado que tanta repulsión nos provoca? Frei no quiere hablar de su gobierno, Arrate dobla justo antes de mencionar sus ministerios, Enríquez-Ominami quiere hacernos pensar que abandonó la Concertación hace cinco años y resulta que, de mala gana, se fue hace cuatro meses, Piñera no quiere referir a sus bullados casos de los ochenta, los noventa y ni siquiera hace mención alguna (más bien al contrario) a sus antecedentes políticos. Pero no son sólo ellos. Seamos honestos. Son simplemente un reflejo de una sociedad que se cree en refundación, que fantasea con lo moderno, el progresismo, el vanguardismo, mientras desconoce sus históricos ritmos, sus lentos movimientos culturales y sociales, mientras no quiere (no queremos) saber lo que hemos sido. Como las personas, una sociedad que se da la espalda a sí misma, se sostendrá en lo que niega y, por tanto, acabará viviendo el dolor de la caída ciega y solitaria.

Reflexiones como éstas emergen en las noches de una primavera indecisa y se consolidan cuando acontecen inquietantes eventos.

Esta inquietud (me) comenzó con un libro viejo y una foto. Un libro usado que compré pocos días atrás. Tomo I de las Obras Selectas de Kazantzaki, el escritor cretense. Divisé el libro en unos mercadillos en la universidad. Más aburrido que entusiasmado buscaba algo que me sorprendiera o que al menos hiciera olvidar las precariedades del día, de la semana, de los meses. Y de pronto apareció. No estaba barato, pero sin ánimo de regatear, lo compré. Por la tarde estaba leyéndolo hasta que el grosor anormal de una página convocó mi atención. Pronto comprendí que había algo. Un objeto inesperado es siempre una esperanza informe. Ante mí emergió una fotografía Polaroid donde destacaban un pino navideño, un visillo de cortina (años ochentas o quizás setentas, pensé), una madre (pensé también) y una niña de blanco y un niño de café (hermanos, asumí), ambos llenos de regalos y los regalos (extraño evento) llenos de cuadernos y libros. Una muñeca también, de las de antes, relativamente gordita. No era una Barbie (la dignidad habíase conservado). El descubrimiento me llenó de perplejidad o algo aproximado. En medio de un relato, en medio del libro, esta foto. Y en la foto, la suspensión de esas desconocidas biografías. Y el libro en medio de una travesía extraña y curiosa, de alguien que lo vendió, que le quitó el valor o se lo dio a una urgencia cuyo imperativo hizo del noble objeto un medio de cambio, de alguien que fue a comprar esos libros perdidos para volverlos a poner en el mercado y todo comenzando de nuevo (en forma de vieja historia) hasta la biblioteca de otro tipo (yo), ajeno a todo, que no sabe si la foto es de Chile (pero cree que sí), que no conoce a nadie de la foto, que mira el cuento donde yace desde hace años la foto (“Libertad o Muerte”) y no entiende los misterios insondables que la casualidad nos provee.

Miro el libro y pienso en mis propias fotos, en mi propio pasado, en que quizás ni siquiera sé si las he perdido, en que quizás me gustaría conservar algo de esa historia, en que quizás mañana o en un mal día un libro mío se vaya con mis fotos y anónimamente recorran el mundo ya sin sentido, sin recuerdo alguno, convocando la imaginación de cualquiera. Quizás mañana mis propias fotos circulen como las malas monedas por el mundo. Y quizás el propio pasado de muchos de nosotros circula como una mera fotografía sin nombres y sin historia, sin vínculo alguno. Liviano de compromiso, pesado de atavismos. Y quizás esto es precisamente el Chile que estamos haciendo. Y es que quizás los candidatos y los poderosos no son los únicos que han negado su pasado. Y es que quizás somos todos los que estamos un poco en lo mismo, en ese ocultamiento enfermizo de lo que fuimos. Y es que quizás ya vendría siendo hora de saber dónde están nuestras fotos, nuestros libros, nuestras definiciones, nuestros relatos, nuestras claridades y nuestras verdades. Y es hora, quizás, de la valentía de arrepentirnos o confirmarnos, de analizarnos y sintetizarnos. Y todo ello con el pasado, que mal no nos va a hacer.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.