Algo está pasando en la política y los políticos parecen no querer darse cuenta. Y no es sólo en Chile. El mundo está siendo remecido por una nueva mirada política, que no es “política”. Al menos no lo es con la antigua visión que enlazaba a ésta con los partidos y a aquellos con ideologías que miraban al mundo como un escenario de lucha de clases. En resumen, la política parece estar siendo aggionarda por los ciudadanos.
Desde el siglo V AC, cuando Aristóteles pone en circulación el término, muchas generaciones han hecho sus aportes. Hoy, casi nada queda del sustrato de la concepción aristotélica, que se afincaba en el término griego politikos -ciudadano, relativo al ordenamiento de la ciudad. Y menos aún de la definición que a mí me parece la más adecuada: “el arte de hacer posible la vida en sociedad”. Arte, porque esencialmente la política debiera ser una búsqueda de equilibrio, como la estética que lo encuentra en la belleza. Desde esa perspectiva, todos hacemos política y la hacemos en cada instante de nuestras vidas.
Seguramente, esta definición es considerada utópica. Sobre todo para los que hoy la política es una profesión. Para aquellos, se trata sólo de alcanzar el poder. Y, obviamente, de aplicarlo. ¿Cómo se llegó a esto después de las utopías que hablaban siempre de un mundo mejor? Es posible que la gran culpable sea la posmodernidad y su visión política emanada de concepciones económicas. Su pragmatismo desenfrenado, que desplazó a la felicidad por el éxito, puede haber abierto esta fisura. Por ella escapan los sueños necesarios para pensar en un mundo mejor. Y con el éxito como fijación neurótica, las definiciones han ido acercándose. Hasta el punto que da más o menos lo mismo quien ejerza el poder político. Finalmente, la economía de mercado es la que campea en el mundo globalizado. La derecha bate palmas y la izquierda aprende a gerenciar el modelo. ¿Es tan trascendente elegir entre una u otra postura?
Esta pregunta parecen estar respondiéndosela negativamente los electores de todo el orbe. En Chile, con la mayoría abrumadora (75%) de la población de pensamiento estatista -especialmente en la posesión de productos como el agua, los minerales, la energía- resulta electo un presidente partidario de la economía de mercado. Al que le parece bastante atractivo poder privatizar hasta el cobre.
En Francia, el presidente Nicolás Sarkozy es derrotado de manera categórica en las elecciones regionales por los socialistas. Un Partido que hace sólo tres años parecía no tener nada que hacer en la política francesa. Y los mismos electores que humillaron a los socialistas, hoy los levantan como sus adalides. ¿Hubo algún cambio ideológico profundo? No. El presidente galo está pagando la cuenta de haber amenazado los derechos de los trabajadores, cuestión que por su ideología era previsible. Y esos mismos trabajadores que lo eligieron, hoy se alejan de él.
Parece evidente que un sector importante de la sociedad está buscando respuestas concretas a sus problemas concretos. Y elige a quien le parece que pueda entregarle tales soluciones, sin importar su procedencia o si representa o no sus “intereses de clase”. En el transcurso del tiempo se verá……y caso a caso.
Mirada desde esa perspectiva, la política actual no tiene proyección en el tiempo. Pero es posible que sea la única manera de que disponen los ciudadanos de recuperar lo que la virtualidad de la democracia les ha arrebatado. En otras palabras, están respondiendo de la misma manera que los políticos hacen sus ofertas: sin mucho contenido y con menos compromiso. Luego, ya se verá. Siempre existe la posibilidad de cambiar en la próxima elección.
Sin duda, un pragmatismo apabullante. Sobre todo, porque es el reconocimiento de que esta política no va a cambiar radicalmente las cosas. No redistribuirá la riqueza de manera más equitativa, ni hará que la igualdad de posibilidades se transforme en una realidad. Por lo tanto hay que reconocer que el mundo encantado que les ofrece el marketing político no es más que virtualidad. Y ella es tan lejana de la realidad en la derecha como en la izquierda. Por lo tanto, quien no quiera aceptar el orden divino en que los pobres deben acostumbrarse a que ese es su lugar, puede hacer el ejercicio de observador y cada cierto tiempo votar de manera contradictoria, para ver qué ocurre.
¿Quién puede sorprenderse de que esto ocurra? Cuando los dirigentes políticos dejan de lado los principios, es iluso pretender que los ciudadanos sigan creyendo en ellos…en los principios.