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Año XVI, 23 de abril de 2024


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A propósito de días nublados

Columna de opinión por Argos Jeria
Lunes 21 de junio 2010 17:24 hrs.


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A poco tiempo de casarme escribí una canción que decía “un día nublado, un día sin sol, y a pesar de todo me siento contento…” y continuaba describiendo una madrugada doméstica en día de trabajo. Treinta y cinco años después, luego de traerle el desayuno sabatino a la misma mujer de entonces, escucho a Ella Fitzgerald y Louis Armstrong interpretando A foggy day (in London Town): “Un día brumoso en Londres me tiene bajoneado, me tiene deprimido. Comencé la mañana preocupado, el Museo Británico había perdido su encanto. Largo rato creí que esto iba a durar mucho, pero los milagros ocurren pues de repente te vi allí, y en ese Londres brumoso el sol brilló por todas partes”. Claro; las historias se repiten. Es que a usted, a mí y a todos, nos ocurren cosas parecidas. Por ejemplo, seguro que usted asocia lugares con las personas que quiere, como lo hago yo, o como lo hacen Ella y Louis.

Me piden datos sobre Montevideo. Me sorprendo cuando lo primero que se me viene a la cabeza es la pequeña librería La Lupa donde finalmente encontramos el libro que buscábamos y donde nos quedamos conversando largo con el joven propietario. Seguro que volveremos, como hace unos años en París cuando con mi hijo mayor y nuestras mujeres almorzamos en un restaurante del barrio latino situado a corta distancia de la librería que solía visitar en los ochenta. Les pedí que pasáramos por allí; aunque renovada, para mi deleite la Hispanoamericana seguía en la Rue de Monsieur le Prince (me dicen que cerró el 2007). En esa misma ocasión convencí a mi mujer para buscar el rincón en el Boulevard de L’Hopital cerca de Place D’Italie donde hace veinte años le había escrito un poema.

Con cierta frecuencia – mayor que la que me gustaría – la memoria me juega trucos, como cuando busqué recientemente aquel boliche en Lisboa donde mis niños habían probado lo que califican hasta hoy como “el mejor mousse de chocolate que han probado”: el Piri-Piri. Lo encontré por su nombre y zona, pero el interior no calzaba con mis recuerdos. Almorcé allí buen pescado y el famoso mousse; las fotos del local y del postre permitieron a mis muchachos confirmar que se trataba del mismo restaurante. En Atenas volví a la esquina de Sócrates con Sófocles (que aquí sería algo así como Manuel Montt con Bilbao) pero no encontré el local de la Plaka donde probamos por primera vez el vino con resina.

En Boston vuelvo al Brattle Theater – equivalente a nuestro Normandie – y al local de bagels (ese sabroso pan denso en forma de rosca) cerca del Coolidge Corner. En Valparaíso vuelvo a la calle Morris donde vivía mi abuelita y pasé tantas vacaciones. En Antofagasta volví a la casa de la calle Maipú, desde donde caminaba al colegio. En Santander llevé a mi mujer a La Conveniente a degustar el buen jamón serrano, el queso manchego y el dulce de membrillo; cuando vuelva a esa tasca su risa estará conmigo. Por eso me gusta volver al Estadio Nacional, donde subí tantas veces las gradas con mi papá para ver al Colo con la Chile en los sesenta; me sigue emocionando cuando el rectángulo de luz se transforma en el pasto verde de la cancha. Los lugares tienen pequeñas historias personales que me ayudan a buscar más alegremente el Bello Sino, aunque el día esté nublado.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.