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Año XVI, 18 de abril de 2024


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Israel a cara descubierta

Llegados a este punto- con la reanudación de la construcción de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este- sólo los voluntariamente ciegos y sordos pueden seguir engañándose sobre las intenciones de Israel.

Radio Nederland

  Jueves 7 de octubre 2010 19:42 hrs. 
Radio-Uchile

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Todos y cada uno de los gestos y mensajes que emite el gobierno liderado por Benjamin Netanyahu confluyen en el mismo punto: no hay voluntad de negociar una paz justa, global y duradera. Por el contrario, ofuscados por su enorme ventaja en la mesa de negociaciones, los interlocutores israelíes están convencidos de que pueden imponer las reglas de juego que mejor les convengan para imponer su dominio definitivo de toda Palestina, evitar represalias dolorosas por parte de Washington y despreciar cualquier petición palestina que les pudiera obligar a renunciar a sus posiciones maximalistas.

Lo ocurrido tras los diez meses de supuesta moratoria en la construcción de los asentamientos que salpican- hasta hacerlo políticamente insostenible- el territorio palestino ocupado por Israel desde 1967 no constituye sorpresa alguna. Interesa, en primer lugar, recordar que la existencia de unos 400 asentamientos, en los que habitan hasta unos 500.000 colonos, es un quebrantamiento directo de la legislación internacional, que impide al ocupante adoptar medidas que prejuzguen la solución del problema que supone la propia ocupación. Su sostenida construcción desde hace más de 40 años responde a una estrategia deliberada de los sucesivos gobiernos israelíes- sea cual haya sido su color político- que busca hacer inviable la continuidad territorial de un hipotético Estado palestino, reservándose en su propio beneficio tierra (para lograr más profundidad estratégica en términos de defensa contra posibles ataques) y agua (con la que asegurar las necesidades de Israel). No olvidemos tampoco que, a pesar de los reiterados argumentos israelíes sobre la imperiosa necesidad de ampliar los ya existentes y construir otros nuevos- como resultado de la evolución demográfica del país-, la realidad demuestra que no menos del 20 por ciento de las viviendas ya construidas hasta ahora están deshabitadas.

Por otro lado, en el enésimo intento por reactivar un posible proceso de paz, el propio Presidente estadounidense identificó su paralización no tanto como una exigencia sino como una señal de buena voluntad por parte israelí, que permitiera al débil Presidente palestino justificar la vuelta a la mesa de negociaciones. El reconocimiento por parte de Hillary Clinton, ya en noviembre de 2009, de que esa petición dejaba de ser una conditio sine qua non para emprender las negociaciones directas solo pudo ser interpretado como la victoria israelí en el pulso mantenido durante aquellos meses contra su principal valedor internacional.

Por si eso no fuera suficiente, el gobierno israelí aprovechó la visita del vicepresidente estadounidense, Joseph Biden (marzo de 2010), para volver a mostrar su férreo empeño en continuar con la ampliación de los asentamientos, al aprobar la construcción de 1.600 nuevas viviendas en el barrio ultraortodoxo de Ramat Shlomo (Jerusalén Este). Más allá de las habituales protestas de algunos gobiernos y organismos internacionales, la conclusión que pudieron extraer de estos ejemplos los gobernantes israelíes es que seguían teniendo vía libre para continuar su esfuerzo por impedir la creación de una entidad soberana palestina. Más aún, entendieron claramente que tenían que apresurarse en su empeño, antes de que fuese necesario escenificar un ejercicio de aparente negociación para llegar a la mesa en unas condiciones de ventaja que les permitiesen imponer, como irreversible, una situación sobre el terreno absolutamente favorable a sus intereses.

Con esos antecedentes, poco puede extrañar que ahora- tras dos rondas de mera formalidad diplomática- volvamos a un escenario tantas veces repetido. Netanyahu no prorroga una moratoria que, en la práctica, nunca se cumplió (así lo pone de manifiesto la actividad en asentamientos de Jerusalén Este y la continuación de las obras en aquellos expedientes que habían sido aprobados con antelación a su puesta en marcha). Los colonos (con el apoyo explícito del gobierno) no han esperado ni un minuto para incrementar su actividad constructora. La comunidad internacional ha vuelto a lamentar lo ocurrido, después de haber mirado para otro lado durante estos últimos diez meses, autoengañándose como si realmente se hubiera cumplido la moratoria pero sin voluntad alguna para modificar el curso de los acontecimientos.

Por el contrario, con Washington a la cabeza, todos han preferido presionar a Mahmud Abbas para que no se atreva a levantarse de la mesa. En su situación- agotado ya su mandato y sin capacidad real para representar a los refugiados palestinos de los países vecinos ni a los habitantes de Gaza (controlada por Hamas)- ha cedido a dicha presión, buscando una mínima vía de escape en su decisión de convocar a la Liga Árabe para que determine si tiene sentido continuar el proceso negociador. Su posición es insostenible: si sigue sentado indicará a los israelíes que pueden seguir presionándolo hasta el final; si se levanta será defenestrado como enemigo de la paz. En ambos casos, Netanyahu y los enemigos de la paz ganan- conscientes al mismo tiempo de que Obama poco puede hacer de momento cuando las inminentes elecciones legislativas de noviembre pueden hipotecar su propio futuro como presidente- y Abbas y los palestinos pierden.

Si a pesar de todo esto alguien sigue creyendo que están teniendo lugar unas verdaderas negociaciones de paz entre palestinos e israelíes, habrá que pensar que, efectivamente, pulpo vale como animal de compañía.

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