A eso de las 15:30 horas la ciudad de Oslo fue sacudida por una fuerte explosión. Una bomba había estallado en las cercanías de la sede de gobierno, afectando incluso las oficinas del Primer ministro, Jens Stoltenberg, quien no se encontraba en el lugar. En este ataque murieron siete personas.
Poco después un individuo, disfrazado de policía, irrumpió en una pequeña isla en las afueras de Oslo, en donde se realizada la universidad de verano del Partido Laborista Noruego. El hombre disparó contra la concurrencia, los últimos datos hablan de 85 muertos. En el lugar la policía arrestó al único sospecho, un hombre noruego de una treintena de años que, según medios locales, estaría ligado a grupos de extrema derecha.
Una vez conocido los hechos el pánico cundió en el país, una nación tranquila y segura, como la describen sus habitantes. El Primer ministro Stoltenberg salió a tranquilizar a la población en una conferencia de prensa en donde dijo ‘no nos destruirán. Somos una pequeña nación, pero una nación orgullosa. Nadie nos reducirá al silencio por las bombas. Nadie nos reducirá al silencio por las balas. Nadie impedirá a Noruega ser’. A lo que agregó: ‘La respuesta a la violencia es más democracia, más humanidad pero menos ingenuidad’.
A pocas horas de los atentados la ciudad seguía acordonada por la policía, mientras bomberos y equipos de emergencia trabajaban activamente buscando a los desaparecidos en la isla cercana a Oslo.
Desde el extranjero las especulaciones hablaban de una posible vinculación de estos atentados con la participación de Noruega en operaciones en Afganistán y Libia. De hecho el país había sido amenazado por islamistas radicales por su despliegue en Afganistán. Contrario a eso, analistas locales creen en una causa doméstica y los pocos datos entregados hasta ahora por la policía, como la nacionalidad del sospechoso y su posible vinculación política, parecen darles la razón.
