La desaparición de Gadafi de la escena libia pudo deberse -según las fuerzas invasoras de la OTAN- a que se escondió en una vasta serie de túneles construida a mediados de los `80 en Trípoli para presuntos fines de irrigación. Las fuerzas armadas extranjeras conocen muy bien estas obras convertidas eventualmente en guaridas, porque fueron compañías occidentales las que construyeron, por lo menos, las que se extienden por la capital, ya que varios otras se proyectan hacia las afueras.
Este dato no haría sino confirmar los estrechos lazos del régimen de Gadafi –que estaba próximo a cumplir 42 años- con las potencias que ahora se unieron para derrocarlo. Como Estados Unidos no quiso intervenir directamente en esta operación de siete meses, lo que hizo fue sacar del fuego la figura del líder árabe a quien alguna vez Reagan llamó “perro” con las manos de su gato armado, la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Si bien Obama no quería involucrarse en la apertura de un tercer frente, junto a los de Irak y Afganistán, todas las cosas no son tan sencillas como aparentan.
Libia no era, tal como estaba, una amenaza real para los intereses estratégicos de EE.UU. ni de Europa. Según algunos analistas, Muamar el Gadafi era “la mejor garantía no sólo de un abastecimiento continuo de crudo, sino de importantes contratos en su país para las petroleras europeas y cuantiosas inversiones libias en el continente”.
De ahí que Italia y Alemania no mostraran interés en librar esta guerra. En la nación norteamericana las influyentes fuerzas conservadoras tampoco estaban dispuestas a irrigar nuevas partidas presupuestarias para financiar otra aventura bélica, menos en un país marginal a sus intereses.
¿Qué ocurrió, entonces? Muchos apuntan al presidente francés Nicolás Sarkozy como el verdadero factotum del apoyo a las fuerzas anti-Gadafi. El gobernante del Elíseo se comprometió con ellas hace seis meses y así se lo agradeció el miércoles el cabecilla del Consejo Nacional de Transición, al decirle que había honrado su palabra.
Cualesquiera fuesen las motivaciones políticas de Sarkozy para lanzarse contra el gobierno del séptimo país productor de la Organización de Países Petroleros, lo que ocurrió es histórico en la OTAN, porque Francia fue reticente a la Organización durante más de 40 años, regresando en 2009 al comando integrado del que Charles de Gaulle anunció su retiro.
Una explicación plausible podría ser que la “primavera árabe” se hizo tan irresistible que, pese a sus represivos resultados en Siria y tibios en Egipto, la causa de las libertades civiles y los derechos humanos no puede ser ignorada por las naciones occidentales, sin pagar costos políticos y que se le convierta en inmanejable.
Un hecho muy discutible es que la oposición a la dictadura, en vez de quedarse con la solidaridad mundial y la legalidad internacional – construida con Naciones Unidas- acepte la intervención de un brazo armado de defensa de intereses económicos.
Cada día surge mayor claridad, por lo demás, que el apoyo sólo aéreo -anunciado culposamente al inicio- fue aterrizando en acciones extranjeras en el terreno mismo de la rebelión.