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¿Quién realmente paga las ciclovías?


Lunes 7 de noviembre 2011 12:45 hrs.


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Frente a la magnífica iniciativa llevada adelante en algunos municipios de la capital de construir pistas exclusivas para bicicletas, cabe preguntarse, ¿Quiénes son realmente los que pagan estas ciclovías?

Para responder esta pregunta, contextualicemos la realidad de nuestras ciudades, especialmente la capital, a través de varias afirmaciones.

Primero, digamos que, pese al permanente discurso de algunos arribistas y siúticos (aquellos que Los Prisioneros en la década del 80 les cantaban “Por qué no se van”), Santiago es una ciudad hermosa.

En segundo lugar, Santiago y todas las ciudades chilenas, tienen un escandaloso déficit de aéreas verdes. Tal es así que mientras la Organización Mundial de la Salud recomienda 9 m2 de aéreas verdes por habitante, nuestras ciudades tienen como promedio tres metros cuadrados de áreas verdes por habitante. Cabe hacer notar que, además del déficit señalado,  estas áreas verdes están mal repartidas y tienen calidad diferenciada de acuerdo al sector de la ciudad en que estén localizadas.

En tercer lugar, cabe señalar que las ciudades chilenas en realidad no tienen una política de transporte público. Más bien se reacciona frente a los problemas, de congestión y de contaminación, que genera la actividad de importación de automóviles y de su uso impune e indiscriminado. Al respecto, la única política real es el fomento a la importación de automóviles, facilitada por el crecimiento económico, por la “movilidad” social y  por la necesidad de promoción social y simbólica de amplios sectores emergentes. Es así que se responde a este inusitado crecimiento del uso del automóvil particular con políticas como las carreteras urbanas concesionadas, que en vez de mejorar la situación general de movilidad en nuestras ciudades, las empeoran. Además que esta situación  favorece de manera exclusiva a los sectores más ricos de nuestra sociedad, que son los que pueden acceder a la propiedad y uso del automóvil.

En este contexto descrito, aparece como una magnífica idea el fomento del uso de la bicicleta. Una política de este tipo ayuda a mejorar la ciudad (es decidor el letrero que tienen algunas bicicletas: “un auto menos”), a disminuir la contaminación, a un ahorro en combustible, a disminuir la congestión y a mejorar la salud de los usuarios.

Sin embargo, cabe señalar que, como toda intervención en la ciudad, esta política tiene un costo que alguien tiene que pagar y no me refiero al costo económico financiero, sino al espacio utilizado.

Es así que estas tímidas iniciativas por dotar de ciclovías a nuestras ciudades no se hacen disminuyendo el espacio utilizado por los automóviles, sino que se hacen a costa del escaso y segregado espacio de áreas verdes, destinado a los peatones.

De esta manera, incluso con la construcción de ciclovíias, se sigue favoreciendo el uso indiscriminado del automóvil y perjudicando la deterioradas condiciones del espacio público, de las áreas verdes y del peatón en nuestras ciudades.