– Hay una paradoja: este año ha habido las más grandes movilizaciones en mucho tiempo en el país, pero los cambios que demandaron no han ocurrido.
– Es una mezcla de frustración y de llamado a la perseverancia de todos. Si uno lo analiza en términos de correlación de fuerzas, es lógico que un sector conservador como el que está predominando en el Gobierno se haya aferrado a no generar los cambios. Es entendible desde el punto de vista ideológico: por qué lo iban a soltar, si el país estaba funcionando bien en todos los parámetros, menos en el conflicto social. La economía creció, todo estuvo bien. En ese sentido, genera frustración cómo un sistema político puede supeditarse tanto al funcionamiento financiero del país. Mientras todo eso esté bien, no movamos ni un ápice el modelo, aunque el 80% o 90% del país lo pida.
Por otro lado, hace que cada uno adquiera un compromiso mayor. Ahí está uno de los desafíos para el mediano plazo.
– En los primeros meses de movilización, Joaquín Lavín decía que no había crisis y minimizaba el conflicto. ¿Ustedes imaginaban que el conflicto podía alcanzar estas dimensiones?
– Sabíamos que había bencina, por así decirlo, aunque el ejemplo sea malo para el contexto -dice sonriendo- para que el conflicto escalara. Pero dependía de tantos factores que nunca pensamos y nunca nos imaginamos que llegaría a estos niveles. Nunca. Nos sorprendió y sobrepasó en algunos momentos. Es como prender una chispa y que empiece a haber un incendio.
Después nos decían: “Oye, controlen el movimiento”, pero el movimiento es cada una de las personas, no tenemos poder para decir “oye, bajen el paro”. La gente está consciente y politizada. Si uno les dice que bajen el paro, te dicen “que te creís, tú no estai acá, no egresai de cuarto medio sin tener posibilidad alguna de ingresar a una universidad o instituto ni estai condenado a ser mano de obra barata”. ¿Qué le puedo responder a un cabro de un liceo periférico que me dice eso? Nada.
– ¿En qué momento los sobrepasó?
– Sobrepasó en el sentido de que hay una convocatoria inicial desde la Confech y después de uno o dos meses, el movimiento pasó a ser de la gente, cada uno sabía el diagnóstico y tenía distintas interpretaciones. Entonces empieza a funcionar de una manera más descentralizada y hay menos control de los dirigentes. Sin ese paso, no hubiera crecido, pero por supuesto que dificulta la conducción política.
– ¿Cómo evalúas el rol que jugó Piñera?
– Horrible. ¿Nota del 1 al 7? Uno. Eso es para la mayoría de los chilenos, pero para el sector que defendió, siento que no tiene nota tan mala, porque a pesar de la caída en popularidad logró sus objetivos. Si uno mira lo que se está discutiendo, finalmente es la propuesta que ellos enviaron, pudieron haberla escrito en 2009 mientras se candidateaban. Entonces, uno puede decir que lo hizo pésimo, pero ¿pésimo para quién? Para la mayoría de los chilenos. Para su proyecto, quizás no lo hizo tan mal.
– Cuando tuvieron la reunión en La Moneda, ¿lo viste dispuesto realmente a escucharlos?
– No. Vi una de las reuniones más improvisadas a las que he ido. Fue un desastre, porque nos citaron a lo que supuestamente iba a ser un llamado para generar acuerdos y nos dijeron exactamente lo mismo que tres meses atrás. Fue como, ¿cuál es la idea de este show? Que nos llamen, que todos los medios estén afuera esperando, si nos van a decir lo mismo. Para qué. Y nuevamente frustración por la práctica política de tratar de embellecer todo y hacer que parezca que se generan acuerdos donde no hay. El Presidente dijo que de los 12 puntos había nueve acuerdos o semi acuerdos y yo veía dos puntos de acuerdo. Con suerte, poniéndole cariño.
Todo va a caer por su propio peso, pero esa manera de hacer política ya está gastada y nadie la valida. Un ejemplo práctico: no me cabe en la cabeza que el Gobierno esté llamando a la oposición a que están dispuestos a hacer un esfuerzo extra, pero que lleguen a acuerdo. Sinceramente, me retuerce. Me hace pensar que la política está más podrida todavía… no la política, la praxis política. Porque hemos estado seis meses movilizándonos por ese gesto, porque nos dijeran “vamos a hacer un esfuerzo extra”. Y por el solo hecho de no validar un movimiento social, se nos aplasta, se nos reprime, se nos ningunea, se nos criminaliza, se nos ridiculiza en la prensa. Y a la oposición política, desacreditada ante la opinión pública, se le abren las puertas y se les dice que se va a hacer un mayor esfuerzo. Hay una lógica de, por un lado, invalidar los movimientos sociales para no sentar precedentes; y por otro, compartir el costo político no solamente en la Alianza, sino traspasarlo a la oposición. Es una doble práctica política nefasta.
– ¿Cómo se relacionaron en ese momento con Piñera, hubo algún grado de empatía?
– No. Incluso con todas las diferencias que podamos tener, con el ministro (Felipe) Bulnes yo sentía confianza, porque él estaba ahí para un objetivo específico: nos iba a decir que no. Y lo decía, entonces confiaba en él, porque sabía que no tenía mucho que esperar. No dependía de él sino de una decisión a nivel de comité político del Gobierno. Pero Piñera, con todo el poder que tiene, siento que tenía un guión y no se mueve de ahí. Más encima, cuando habla, pareciera que actúa. No sé si es así en la vida real, pero me daba la sensación de que estaba actuando. En ningún momento sentí empatía real, sino una manipulación constante, una tergiversación. No lo vi cercano ni por un momento.
– Después de todo este tiempo tiene que haber cansancio, ¿en qué se te nota?
-Sí, evidentemente. Se me está cayendo el pelo, es una cosa entre genética y estrés -bromea-. Ha sido lo más intenso que me ha pasado en la vida, por lejos. Es como que a un flacuchento sin entrenamiento lo metan a correr una maratón, imposible. Hay que entrenarse para estar en estos ritmos y nosotros veníamos sin este nivel de entrenamiento. Enhorabuena que pudimos manejarlo dentro de los rangos esperables, pero ahora el desafío es poder entrenarse quizás para toda una vida.
-¿Qué errores reconoces durante el año en la Confech?
– Muchos – vacila antes de continuar-. La incapacidad de tener una orgánica de todos los estudiantes a nivel nacional, que sea más inclusiva y pluralista. Sin renunciar a los principios que estaban rigiendo la movilización, debe ser capaz de confrontar ideas sin miedo ni descalificaciones. Muchas veces eso llevó a desconfianzas innecesarias y perdimos mucho tiempo valioso en discusiones.
– ¿Y errores personales?
– Varios, comunicacionales. No cuidar con atención que lo que comunicábamos siempre fue muy centralizado en Santiago y cómo repercutió eso en regiones, con cierta odiosidad y separación entre lo que decíamos y lo que se entendía en regiones. Fueron miles las veces en que comunicamos algo mal por no haberlo discutido antes y nuevamente perdimos mucho tiempo en recriminaciones. “Por qué dijiste eso si no había salido del pleno…” Y tenían razón, pero mucho ingrediente le echaban los medios.
– ¿No era una contradicción en que fueras una de las principales figuras del movimiento y que la UC fuera la universidad menos movilizada?
– Siempre me lo cuestioné. Hubo un momento en que de 33 carreras, teníamos 26 en paro, y eso duró tres semanas, algunas un mes y medio, después de la toma de Campus Oriente, post vacaciones de invierno. Hubo un periodo de movilización “fuerte” en la Católica, que es mayor en más de 20 años. Entonces, para el contexto de la Católica, un paro indefinido durante un mes y medio y una toma durante un mes, era impensado hace tres años. El 2009 fui a una marcha y éramos cinco personas de Ingeniería y 30 de la universidad. Este año sacamos tres mil personas.
Seguimos siendo la más desmovilizada y la que menos costos tuvo. Eso me duele, porque siento que los costos debiesen ser repartidos, pero no siento culpa, porque si uno entiende esto como una película y no una foto, el nivel de concientización de la universidad ha aumentado mucho y la gente se está cuestionando las cosas. Tenemos la universidad más elitizada del Consejo de Rectores, entonces hubo que romper con paradigmas que venían de la casa, con estructuras al interior de la universidad.
Y la movilización no es un fin en sí mismo, es un instrumento. En algún momento pudimos ocuparlo y funcionó como golpe mediático, pero sentíamos que el Gobierno iba a seguir siendo intransigente, que lo asumió como costo hundido y dijo “que se movilicen lo que quieran, no vamos a ceder, vamos a ponernos más intransigentes”. Ahí, la presión que uno pensaba que estaba generando sobre el Ejecutivo se vuelve hacia ti, las familias y las instituciones, porque no hay una salida, no hay una proyección de la movilización. Esa lectura hizo que las carreras se bajaran y era la misma que yo tenía en el Confech. Me llevaba pifias y todo, pero no estaba la correlación de fuerzas para poder, a través de las tomas y paros, dar vuelta una posición ideológica de un sector con mucho poder.
– Entonces, en el contexto actual ya no son un medio…
– A esta altura, al Gobierno no le hace ninguna presión. De hecho, contribuye al proyecto ideológico de ellos: que se muera la educación pública. Qué mejor para ellos. La lectura que defendimos en el Confech es que la presión hoy día al Ejecutivo no le hace ni un daño. Y no es que dejemos de creer en la convicción que está detrás, pero qué instrumentos vamos a ocupar para que ese objetivo se logre.
-¿Y qué instrumento van a ocupar?
– Las intervenciones y concentraciones mediáticas tienen un efecto, mantienen el tema vivo. Por otro lado, creo en los procesos y siento que la manera de cambiarlo va a ser que cada uno asuma que esto no era chillar por algo, movilizarse y se obtiene. Eso es muy cortoplacista y yo aspiro a que este movimiento sea más perseverante, es una construcción de décadas.
Todos tenemos que hacernos parte de lo que viene ahora. Hay una mayoría social y ciudadana que comparte varios principios sobre la reforma de la educación y cómo valorar la educación pública gratuita y de excelencia en todo nivel; cómo se necesita con urgencia una reforma a nuestro sistema y Constitución política; reforma tributaria y económica; qué vamos a hacer con los recursos naturales. Hay muchas discusiones que se abrieron y depende de nosotros que se lleven a cabo. Hay dos formas de hacer política: pedir y que te respondan o hacerse cargo, asumir una cuota de responsabilidad y poder y luchar para que salga.
– ¿Qué viene ahora para ti? ¿Cuáles son tus planes?
– El próximo semestre tengo que terminar mi carrera y quizás este verano haga una práctica. También tengo que iniciar mi memoria. En términos académicos va a ser pesado, pero quiero seguir siendo parte del movimiento como estudiante y entender que trasciende lo universitario. Hay gente que por legítimas razones quizás no quiera dar ese paso, pero hay que involucrarse en los procesos políticos del país, ya sea inscribiéndose o comenzando a discutir las nuevas maneras de hacer política.
– Pero aunque lo quieras, no vas a ser un estudiante más. ¿Cómo vas a manejar eso respecto a la nueva directiva de la FEUC?
– Puede entenderse como dificultad, pero creo que es un plus. Hasta el cambio de mando y un par de semanas después quiero compartir toda la experiencia que hemos acumulada. No sólo en las relaciones en la Confech, porque Noam fue delegado Confech y sabe cómo es, sino también cómo relacionarse con los medios, con las autoridades de la universidad, los mapas de poder del Parlamento… Y ocupar un espacio desde otro lugar. Siendo un estudiante “no normal”, como dices, por la experiencia y el lugar que ocupé, nunca voy a tratar de pasar por encima.
– ¿Aceptarías un cargo político: alcalde, diputado, concejal?
– Muy temprano para decir eso. Tengo que terminar mi carrera el próximo año, con eso te digo todo. El primer semestre no tengo espacio para nada y las primarias son en enero. Inmediatamente descarto esa alternativa en el corto plazo.
– ¿Y en el largo plazo?
– Me gusta mucho la política, creo que puedo aportar, siempre y cuando sea parte de un proyecto colectivo, me cargan los caudillismos. Me gustaría ser parte de un proyecto colectivo grande por los cambios que estoy convencido que necesita el país. No está visto nada, pero me gustaría seguir metido en la discusión política, porque me apasiona, me mueve y me indigna. Y la indignación es una parte muy importante para meterle energía a lo que uno quiere hacer.
– ¿Reconoces afinidad con la Concertación?
– No, porque la Concertación la componen partidos y no me siento afín a ninguno. Sobre todo a las prácticas políticas que tienen, que tienden a ser sectarias, excluyentes y muchas veces reproducen lo que queremos cambiar. Sobre todo considerando que tienen tejado de vidrio en la materia que más me importa, la educación. Entonces no me siento con afinidad.
Claramente hay más afinidad que con el oficialismo, es lógico. Me siento de centroizquierda, pero la Concertación no tiene el monopolio de la centroizquierda. Con MEO tampoco, por si acaso, para despejar las dudas. Hay espacio y se están pidiendo a gritos nuevos espacios para miles que quizás se sienten así.
-Los dos presidentes anteriores de la FEUC están directamente ligados a la Concertación, ¿no seguirías ese camino?
– Miguel Crispi es militante del PS y Joaquín Walker es militante de la DC. Yo no me veo militando, lo que no excluye que uno tenga que trabajar con gente que milita en partidos.
Con gente que milite en la Concertación no tengo problema en trabajar, el tema es qué prácticas políticas van a tener, qué proyectos de país y qué nivel de crítica con sus propias instituciones. No soy quién para excluir a alguien, quién me he creído. Pero no mantener el status quo que hoy mantiene la Concertación, que no es bueno para el país. En la medida que sean capaces, con humildad, de soltar poder, van a ir dando muestras de confianza a un sector de centroizquierda, pero hoy, ese conservadurismo de no querer soltar el poder, sumado a las prácticas políticas, al tejado de vidrio, hacen imposible que haya una alternativa en la Concertación.