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Con Pinochet en el corazón

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Sábado 19 de noviembre 2011 23:23 hrs.


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Aunque nos avergüence reconocerlo, el Dictador sigue mucho más presente de lo que creemos en la vida política del país. Seis meses en que el Gobierno desoye las demandas educacionales respaldadas por la inmensa mayoría de la población demuestran la vocación autoritaria y voluntarista de las autoridades, su desprecio por los valores republicanos  el ánimo de hacer prevalecer un modelo desigual que entrega a las leyes del mercado derechos tan esenciales como el de la instrucción y el acceso a la salud. Desprecio por la democracia que se expresa tan nítidamente en el empeño del ministro Hinzpeter de reprimir violentamente las manifestaciones públicas. Como su reiterada intención, avalada por el propio Presidente de la República y su  secretario de Justicia, de someter a los tribunales, amenazar a los jueces y fiscales, cuanto exigir de éstos sentencias y resoluciones más drásticas todavía que las leyes vigentes.

El bochornoso episodio en que una asesora presidencial felicita a los organizadores de un homenaje a uno de los mayores violadores de los DD.HH es expresivo de que en La Moneda el espíritu de Pinochet sigue influyendo en sus moradores. Así como que continúen como alcaldes sujetos tan descarados como el ex oficial Cristián Labbé que adquiere el mobiliario del Dictador para alhajar sus oficinas y en cada oportunidad que hace uso de su torpe palabra brinda por el Régimen Militar, del cual fue uno de sus agentes más activos e impunes.La Constitución de 1980 que sigue vigente, el inaudito sistema electoral  binominal, el voto que se les prohíbe a los chilenos del exterior, la soberanía radicada en los partidos políticos, los tribunales militares, el 10 por ciento de las ventas de Codelco para las FF.AA y otros tantos  privilegios irritantes consagrados para los uniformados, hablan de una institucionalidad que, en lo esencial, tiene la firma y el legado de Pinochet, por más que el expresidente Lagos haya puesto su rúbrica a modificaciones cosméticas nunca consultadas al pueblo mediante un plebiscito.

De esta forma, es que muchos reconocen que el modelo económico definido por la Dictadura prácticamente continúa campante en la progresiva concentración de la riqueza y los graves niveles de desigualdad en el ingreso. Cuando, después de dos décadas, menos del 15 por ciento de los trabajadores  permanece sin sindicalizarse, al tiempo que las organizaciones patronales cada día alzan más la voz  para encantar la voluntad de la autodenominada clase política o instalar a sus propios afiliados en cargos de Gobierno, cupos parlamentarios y  asiento en los directorios de las empresas que todavía permanecen en manos del Estado.  Con un ingreso per cápita, para colmo,  que ha crecido notablemente sin que se exprese en bienestar efectivo en al menos 8 deciles de la población, si se considera los millones de asalariados sometidos al salario mínimo, las pensiones de hambre, los impuestos que afectan a la los sectores medios y pobres, el endeudamiento de las familias y la usura de las grandes tiendas y bancos cuyas espeluznantes y escandalosas infracciones en el manejo del  crédito no logran todavía sancionar a los delincuentes “de cuello y corbata” que las urden desde sus cargos gerenciales.

El actual Gobierno nos ha permitido percibir con todavía más claridad cómo en la política del país siguen instalados los más dóciles colaboradores de Pinochet  en connivencia con sus discípulos y una buena cantidad de conversos , después de que en su juventud cometieran el pecado de ser  progresistas y rebeldes. Pinochetistas de siempre como el alcalde mencionado y varios de los que están en la cúpula de Renovación Nacional y que, en su desfachatez, reconocen ante los medios haber brindado largo tiempo por el “Pronunciamiento Militar” En segundo lugar, los todavía jóvenes admiradores del Régimen Militar que hoy ostentan cargos ministeriales y parlamentarios y que se iniciaron en el “servicio público” como lugartenientes de los más feroces funcionarios de la Dictadura. Voceros que tienen el descaro de condenar la irrupción pacífica de ciudadanos en las sesiones del Congreso, después de concordar con entusiasmo el bombardeo de La Moneda, la clausura del Poder Legislativo y la interdicción de la Justicia. Hipócritas que reclaman respeto a la democracia cuando muchos de ellos ni siquiera han sido elegidos por el pueblo para sentarse en el Senado y la Cámara de Diputados. Contemporáneos y seguidores de ese lúcido fundador de la UDI, uno de los que concibieron y reglamentaron la llamada democracia “protegida”, la que hoy claramente se manifiesta como la gran camisa de fuerza llamada a comprimir el ejercicio de los derechos ciudadanos.

Pinochetistas de la primera y la segunda hora además de esos concertacionistas cooptados por la ideología neoliberal, apoltronados en el Parlamento y que en sus sucesivos gobiernos estuvieron genuflexos  ante el ordenamiento institucional, las leyes del mercado,  el capital transnacional y los grandes empresarios  criollos que terminaron por corromperlos y sentarlos a la mesa de sus negocios y cúpulas gerenciales. Como ese antiguo exiliado mapu socialista en Moscú (de apellido Estévez),  que se recicló en el tránsito desde el Banco del Estado a la banca privada y que hoy se vale de Carabineros para impedir el acceso de los hinchas de la popular barra del Colo Colo a su estadio. Ubicado, por cierto, en un exclusivo barrio residencial.  U otras figuras mediáticas de la Transición que en sus administraciones sacralizaron el modelo de desigualdad que rige cruel y en todos los ámbitos de la vida nacional. Como que desde el ministerio de Educación, por ejemplo,  viraron a los establecimientos privados que lucran con la enseñanza escolar, universitaria y técnico profesional con los recursos fiscales y asaltando el bolsillo de las familias más modestas de Chile. Tres tipos de viejos y nuevos pinochetistas que, felizmente, están todos desacreditados en las encuestas y por las multitudinarias manifestaciones estudiantiles, de los medioambientalistas , de los empleados públicos y de los indignados por doquier de esta sociedad chilena que, por fin, despertó y decidió emprender el camino de la movilización popular. Después de comprobar nuevamente que el “diálogo”, cuando no hay genuina democracia, es siempre la puerta giratoria que  burla las grandes transformaciones.

Desacertadamente, sin embargo, hay otros grupos  que, después de ser impugnados y segregados, buscan ensayar con su negociada inclusión en el sistema la posibilidad de emprender un verdadero rumbo hacia la Democracia. Gente de buena fe, posiblemente, pero completamente  obnubilada en la cupularidad de la política, que arriesga ser sobrepasada por los movimientos sociales que ya estallaron y que prefieren el desmoronar el injusto orden actual desde afuera  que infiltrándose en él. Y que tampoco se dan cuenta de que sólo recibirán las migajas del poder mientras no se avengan a comulgar plenamente con el legado de Pinochet.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.