Los jóvenes al poder

  • 24-01-2012

Ya es un hecho. Aunque movidos por el más profundo terror a lo desconocido algunos intentaron atrasarlo, mandarlo al cajón de los pendientes, obviarlo, ponerle trabas y hacerle zancadillas, no hubo caso. Les guste o no a los futuros candidatos, la inscripción automática y el voto voluntario ya son ley.

Con esto, el padrón electoral se duplica, aumentado en cuatro millones y medio de votantes. Esto no sería tanto problema, pero lo que les hace tiritar las cañuelas a algunos políticos es que el 37 por ciento de estos potenciales electores son jóvenes menores de 29 años.

Sí, las futuras elecciones quedan en manos de los mismos que coparon las avenidas y paralizaron al país declamando sus derechos. Una generación que no se inscribió antes porque la oferta política no los motivó. Son los que han gritado fuerte y claro sus críticas a los partidos, de diestra y siniestra.  Jóvenes que no vivieron la dictadura y que no quedaron marcados a fuego por ella, por lo tanto, que no tienen miedo, que son irreverentes, que creen en los sueños y, más aún, que se conciben como sujetos de cambio.

Y aunque en las cúpulas de las organizaciones estudiantiles prime la militancia comunista y probablemente aumente el voto de izquierda en las futuras elecciones, nadie puede predecir que esa sea la ideología de la mayoría de quienes componen esta masa poco conocida de nuevos lectores.

Tampoco nadie puede asegurar que votarán.

Mucho trabajo tendrán los cientistas sociales contratados por confundidos partidos y conglomerados.

Quizás de ahí los braceos de ahogados que parecen dar las coaliciones políticas. Mientras en la derecha la UDI y Renovación Nacional se parecen cada vez más a un matrimonio mal avenido que hace los últimos intentos por recuperar lo que un día tuvo, en la Concertación se comienzan a asimilar bastante a un grupo de niños bajo la piñata: todos dan palos para achuntarle al esquivo premio, mientras esperan que la “mamá” llegue por fin a rescatarlos.

En realidad, poco pueden cumplir de sus promesas de nuevas caras y cambios rotundos, tampoco se puede creer mucho eso de “nos pegamos el alcachofazo” porque los seres humanos difícilmente cambiamos tanto, menos aún cuando estamos en una posición de poder, aunque sea relativo.

Quizás lo más honesto que se ha visto por estos días es el sinceramiento de la Democracia Cristiana y RN. Volviendo al cumpleaños infantil, son como los compañeritos de curso que siempre se han gustado, pero les da vergüenza decirlo.

Los partidos más pequeños, “los nuevos referentes”, se frotan las manos mirando el espectáculo, pero saben que no servirá de mucho si no hay una verdadera reforma al binominal.

Y es que si la participación electoral de los jóvenes agrega una altísima dosis de incertidumbre al resultado de los comicios, una reforma  al sistema electoral que posibilite realmente la representación de partidos minoritarios, podría ser la estocada final para las dos coaliciones que han gobernado las últimas dos décadas. Pero conocemos bien la “ironía” que nos legó la dictadura: son ellos mismos los que deben impulsar estos cambios y aprobarlos con altos quórums.

A esta aparente confusión hay que agregarle otro ingrediente: los jóvenes tampoco creen en las instituciones. Muchos ni siquiera esperan que por fin se forme el partido que los represente porque saben que pronto el candidato se convierte en parlamentario, y ahí es cuando el lobo se saca el disfraz de oveja.

No sabemos qué va a pasar ahora. Y eso puede ser bueno. Obliga a la creatividad, a mirar con otros ojos una realidad que parecía estanca. Presiona a los esfuerzos, aumenta la competencia.

Pero una cosa está clara: los jóvenes de hoy no tendrán que esperar hasta mañana para tener el poder.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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