Una mañana, en Aracataca (Colombia), nació Gabriel José de la Concordia García Márquez. Como sus textos, que suelen parirse en horas mañaneras. De eso hace 85 años, un seis de marzo. Saber de su vida es saber de sus novelas y reportajes, más allá de las memorias “Vivir para Contarla” o el inmortal “Cien años de Soledad” que vendió 30 millones de ejemplares (el doble de la población de Chile) y fue traducido a 35 idiomas.
De frente a las ocho décadas y media, se anunció que el texto de “Cien años de Soledad” subirá al llamado ciberespacio para integrarse a la lista de los “libros electrónicos” -detestados por quienes no quieren perderse el aroma de la tinta y el roce fino del papel-, lo que se sumará a las más variadas fórmulas de distribución (que incluye la piratería literaria) de escritos como “El coronel no tiene quien le escriba”, “La Hojarasca”, “Los funerales de la mamá grande”, “El amor en los tiempos del cólera”, “El otoño del patriarca” o “El general en su laberinto”.
Mesas redondas, conferencias académicas, lecturas colectivas, se realizarán por el cumpleaños de García Márquez, en ciudades de México, Rusia, España, Cuba, Argentina.
En las horas de festejo, en el mundo de la prensa se celebra el trabajo periodístico del escritor que se inició en Colombia en los diarios El Universal, El Espectador y El Heraldo, de frente a una máquina de escribir mecánica con sus teclas negras y letras blancas. Nadie olvida “Relato de un náufrago” y “Noticia de un secuestro”.
Premio Nobel de Literatura(1982), casado de siempre y para siempre con Mercedes Barcha, padre de dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, estudiante de derecho (abandonó por decisión propia), con más de una decena de premios internacionales literarios, habitante de Cartagena de Indias, La Habana, Barcelona y Ciudad de México, hace un par de años lo dieron por desahuciado por un cáncer linfático y hasta circuló “La Marioneta”, supuesto texto de despedida que resultó falso.
En sus pasos periodísticos, fue parte de la creación de la agencia de información cubana, Prensa Latina, que inició el periodista argentino Jorge Ricardo Massetti (murió en la guerrilla argentina), convirtiéndose en corresponsal de PRELA en Bogotá y luego en Nueva York. Años más tarde impulsó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, de la mano de otro argentino, el novelista Tomás Eloy Martínez.
Todavía se recuerda aquella frase del Nobel, “no volveré a escribir hasta que caiga Pinochet”, que terminó enfrentando la dureza del realismo histórico, que en ocasiones puede más que el realismo mágico.
Su vínculo con Chile, en todo caso, fue más amplio y profundo. Por ahí deambula una foto de Gabriel García Márquez con el equipo de la revista Análisis, tomada en un rincón de la sede en calle Manuel Montt, y que se dio en el contexto del interés y cercanía del escritor con aquellos trabajadores de la prensa que dirigió Juan Pablo Cárdenas en los años de la tiranía. El escritor accedió a escribir “Miguel Littin clandestino en Chile”, un reportaje sobre la presencia ilegal del cineasta chileno en tiempos de la dictadura, efectuando filmaciones. Sumergido en esos encuentros confidenciales se cuenta el de García Márquez con el periodista chileno Manuel Cabieses, para conversar de proyectos periodísticos, ambos viejos conocidos en las lides de la prensa en tiempos pasados. Aunque no cumplió con la expectativa de hablar ante los presentes, concurrió en una ocasión a la presentación de un libro de Anselmo Sule, en un gesto al amigo. Se puede leer de él, “Chile, el golpe y los gringos”. Son, en realidad, muchos los episodios ligados a Chile.
De frente a sus 85 años, las polémicas persiguen a García Márquez. Su idea de que el periodista no debe usar grabadora sino la observación y sus apuntes; su amistad entrañable con Fidel Castro (“Gabo y Fidel: retrato de una amistad”) que incluyó la pesca, los helados y largas charlas literarias; su discurso llamando a jubilar la ortografía; su escrito “El mejor oficio del mundo”, un misil a las prácticas reporteriles actuales; sus enojos y peleas con Mario Vargas Llosa (que incluiría un puñetazo) y con Octavio Paz.
Encarando los 85 años, Gabriel García Márquez (Gabo, el otro nombre con el que lo habría bautizado el subdirector de El Espectador), pudo cumplir su deseo manifestado de ligarse al cine, que comenzó con aquel guión de “El gallo de oro” que lo hizo junto al mexicano Carlos Fuentes (un cuento de Juan Rulfo), cuya afición encontró una consagración al crear y apoyar fuerte la Escuela Latinoamericana de Cine en San Antonio de los Baños, en Cuba.
Es probable que, como en su escritorio cuando se sienta a escribir, este martes lo acompañen rosas amarillas, a parte de las 85 velitas, símbolo de una historia que continúa y que podría engendrar más historias, mágicas o no.-