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El lobo con piel de oveja

Columna de opinión por Sohad Houssein
Martes 17 de abril 2012 12:00 hrs.


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Simpático, con buena pinta y con un alto nivel de aprobación en las encuestas, Laurence Golborne se posiciona como el candidato seguro de la Alianza por Chile para las presidenciales 2013. Sin embargo, bajo el aspecto “light” del querubín aliancista se esconde un gran problema político del país.

Si bien en un comienzo Renovación Nacional y la UDI se pelearon la independencia del ministro “que salvó a los mineros”, gran parte del bloque oficialista pronto comprendió que generaba mayores réditos alinearse en conjunto detrás del elegido de La Moneda y acatar las órdenes de Gobierno de allanarle al camino a Golborne, situado estratégicamente en Obras Públicas, a pesar de las pocas cintas que ha podido cortar.

Sorprenden, pero no extrañan, entonces, las declaraciones de políticos de trayectoria y peso como Evelyn Matthei, quien se ofrece “hasta para barrerle la oficina” al bronceado secretario de Estado, por sobre la opción del abanderado de la UDI Pablo Longueira, o el respaldo expresado por Alberto Espina, a pesar que su partido, RN, intenta llevar a Andrés Allamand. La explicación, dada abiertamente por la titular del Trabajo, es que Golborne parece una apuesta segura para ganar las elecciones porque apela a la emotividad de las personas, factor que finalmente inclina la balanza, pues no hay suficientes votos duros como para apostar a ellos.

La Alianza ve en Golborne a su propia Bachelet. Tiene, además, todos los atributos de los que carece el actual Mandatario, como simpatía, credibilidad, empatía y proximidad a las personas.

No es necesario ahondar en las diferencias entre el actual titular del MOP y la ex Presidenta en términos de trayectoria política, sino recordar que Laurence fue gerente de Cencosud antes de aterrizar de sopetón en la escena pública, mientras que Bachelet fue militante desde la universidad.

Pero el carácter “apolítico” del abanderado de la Coalición por el Cambio podría ser un gran factor a favor, toda vez que los votantes están hartos de los políticos profesionales y manifiestan abiertamente su casi nula identificación o respaldo a los dos mayores conglomerados del país. Más aún cuando la Concertación no ha logrado aún el recambio de personajes y renovación de ideas que prometen desde que perdieron.

Sin embargo, la administración de Sebastián Piñera ha demostrado con creces que para gobernar no es suficiente haber sido gerente o director de una empresa sino que hay que conocer el Estado, la política, sus mañas y tejemanejes. No es lo mismo una empresa que un país, y eso lo aprendieron rápido los ya numerosos ministros, subsecretarios, jefes de servicios y otros funcionarios de la “nueva forma de gobernar” que duraron en sus cargos lo que tardaron en comprender en qué se habían metido.

Y aquí esta el peligro. Porque un personaje con este perfil tiene importantes posibilidades de resultar electo. Pero no hay nadie realmente apolítico y carente de ideología que se ofrezca para ponerse a la cabeza de un país. Detrás de todo candidato está su intención, y la de quienes lo respaldan, de intentar imponer una forma de hacer y ver las cosas. Y con el disfraz de “ciudadano de a pie” o de “profesional” es más fácil aún insertar, por diestra o siniestra,  una ideología determinada, como la defensa corporativa al neoliberalismo o allanar el camino para el regreso al mundo privado,  favoreciendo a los amigos y familiares que se quedaron en el otro sector.

Estamos frente a un lobo con piel de oveja, y no es necesariamente Laurence Golborne este personaje, sino cualquiera que intente llegar al máximo cargo de representación pública fingiendo que sus intereses se alejan de la política, o del mercado.

Lo grave es que los mismos políticos, los anteriores y los actuales, desprestigiaron su pega. Y nosotros, las ciudadanas y ciudadanos, le hemos echado más leña al fuego con nuestro repudio a su labor. Hemos creado nuestro propio monstruo y nos enfrentaremos al 2013 invocando al Chapulín Colorado, a menos, claro, que los verdaderos políticos -esos que uno sabe lo que piensan, esté de acuerdo o no con ellos- como Andrés Allamand y Pablo Longueira, golpeen la mesa y detengan el circo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.