Uribe y Santos

  • 30-05-2012

En el mes de julio de 2010, el gobierno de Venezuela se vio obligado a romper relaciones con Colombia, ante la última y peligrosa ofensiva política internacional de Álvaro Uribe como presidente del hermano país. En los días posteriores fui varias veces convocado a expresar mi opinión privada y públicamente en los medios de comunicación, en los que una y otra vez se hacía sentir la incertidumbre respecto del futuro, por lo que la pregunta siempre presente fue qué iba ocurrir cuando Juan Manuel Santos asumiera la presidencia sólo unos días después, el 7 de agosto de ese año.

Invariablemente respondí que en ese momento había que evitar el conflicto, que la acción de Uribe apuntaba a la búsqueda de la confrontación, que la misma estaba certificada en Washington y que todo iba a cambiar cuando el Presidente Santos asumiera el control del país, por lo que era fundamental  mantenerse en alerta, no caer en provocaciones y esperar la citada fecha para la transmisión del mando.

Por suerte para ambos pueblos, llegamos indemnes al 10 de agosto. El presidente Chávez viajó a Santa Marta y se inició una nueva etapa en las relaciones entre los dos países. Invariablemente también fui criticado por ciertos fundamentalistas que cuestionaban mi posición, en torno a que Santos no era Uribe y por tanto, no iba a haber continuidad en cuanto a la posición de santos respecto de su relación con Venezuela.

Ha sido favorable que ello ocurriera. Hoy, cuando desde la “oposición” Uribe arremete por igual contra Chávez y Santos me han venido a la memoria aquellos difíciles días de julio y agosto de 2010. Nadie es adivino, pero la teoría científica enseña que  siempre en política hay que hacer análisis desde el punto de vista de los intereses de clase.  Y, aunque ambos presidentes colombianos son de derecha, aliados de Estados Unidos, vinculados a la represión contra el movimiento obrero y campesino y cómplices de la invasión a Ecuador, no son la misma cosa, porque su origen de clase es distinto.

Uribe es hijo de latifundistas, que en defensa de sus intereses recurrió al narcotráfico y al paramilitarismo, representa a una derecha fundamentalista, que pretende salvar la civilización de sus males y que entiende al Estado sólo como un aparato que permite, desde el poder, mantener sus objetivos, incluso pasando por encima de la ley.

Santos, proviene de la más rancia oligarquía bogotana (la más exitosa de América latina desde la Independencia), es pragmática y le interesa asaltar el Estado para maximizar ganancias y mantener exitosamente el status quo. En medio de la profunda crisis que afectaba a Colombia por la inexistencia de relaciones con Ecuador y Venezuela, Santos fue elegido para resolver ese problema y devolver la gobernabilidad que la irracionalidad uribista había llevado a Colombia.

Tiene mentalidad de largo plazo, sabe que gobierna para una clase que pretende perpetuar el poder, a la que Uribe podría llevar al precipicio, y, finalmente, en lo más profundo de su ser, repudia a ese narcotraficante y paramilitar…aunque ambos sean de derecha.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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