En las conclusiones de un artículo titulado “Actores internacionales en el conflicto colombiano. El papel de Venezuela en el camino de la paz” escrito en febrero del año 2000, pero que fue publicado en 2003 en Puerto Rico y Cuba señalaba que “El conflicto armado y su resolución están detenidos `en el marco de un Equilibrio Estratégico`. Si bien es cierto que según el derecho internacional las FARC pudieran ser reconocidas como ´legítimos combatientes` y obtener status beligerante, la desinformación en torno a su planteamiento y la asociación que de ellas se ha hecho con organizaciones de tipo delictivo han actuado en detrimento de su reconocimiento como legítimo actor internacional, tanto por el gobierno colombiano como por la comunidad internacional”.
Agregaba, “Resolver el conflicto por medio de la ´aniquilación total del enemigo`, como parece ser la filosofía expuesta por el Gobierno de Colombia, y su presunta vinculación con grupos paramilitares para la consecución de tal fin, representa una amenaza flagrante a los Derechos Humanos de la población civil que radica en el escenario de conflicto.
Me atreví a proponer que “La posición de Venezuela en pro de agotar cualquier medio para la resolución del conflicto por medios pacíficos, pasando si es necesario por el reconocimiento internacional y nacional de la beligerancia de los grupos insurgentes colombianos, debe ser constante y determinante”. Tenía plena convicción que “La negociación y la diplomacia como instrumento político para la consecución de la paz en Colombia en el marco del derecho internacional público y de la experiencia centroamericana, es la alternativa más viable”. Y aventuraba en el sentido que “Desconocemos el curso que tomen las conversaciones de paz y la forma que adquieran las mismas. En particular, el conflicto colombiano afecta directamente al pueblo venezolano y a su gobierno”, pero lo más importante es, “darle al pueblo colombiano una paz permanente y duradera”.
La experiencia de búsqueda de la paz en Centroamérica que transcurrió por caminos diferenciados en Nicaragua, El Salvador y Guatemala señala con prístina transparencia el valor de la negociación como instrumento necesario para el fin del conflicto. Así como la “guerra es la continuación de la política por medios violentos”, la negociación y la política son la constatación de un conflicto y la búsqueda de su solución por medios no armados. Cuando un país se ha desangrado por más de 60 años sin que haya un vencedor en la contienda bélica, los instrumentos de la política deben usarse para evitar mayores sufrimientos a un pueblo que ha luchado y que merece la paz. Más allá de que es posible que las causas del conflicto no hayan desaparecido porque la injusticia y la exclusión siguen estando presentes y la democracia continúe expresándose como imperfecta y desigual, eso no dista de ser así en la mayoría de los países del planeta, lo cual no es condición para que se suponga que la lucha armada tenga validez en todo momento y en todo lugar como método para la revolución. En años recientes, los pueblos de América Latina han aprendido que es posible avanzar en los caminos de la transformación de la sociedad conquistando ciertos espacios que los intersticios de la democracia representativa concede. Incluso, cuando las mayorías han logrado acceder al poder ejecutivo mediante los instrumentos electorales, los procesos de participación ciudadana, de elevación de la cultura política, mejoramiento de los niveles organizativos y toma de conciencia del pueblo se han acelerado a ritmos asombrosos avanzando en la creación de la base popular que augura progresar mucho más rápido en la construcción de espacios reales de poder popular en el camino de la liberación definitiva y la independencia, ¿no es acaso esa la razón por la que se toman las armas?. Personalmente, creo que ello es siempre válido cuando se han cerrado todos los caminos, valga decir, cuando se han entronizado dictaduras de derecha que cierran toda posibilidad a la participación, so pena de prisión, tortura y muerte.
A pesar de ello, parecía que el camino a la paz estaba completamente cerrado en Colombia durante la presidencia de Álvaro Uribe, su obcecada obsesión belicista, su vínculo con narcotraficantes y paramilitares, su histérica vocación represiva y su repulsiva ideología fascista, impedían que Colombia hiciera un tránsito hacia el fin de la guerra.
En el mes de julio de 2007 se hicieron en el país hermano una serie de grandes manifestaciones por la paz. Al respecto, en noviembre de ese año escribí un artículo denominado “Colombia. Crónica de una perseverante obsesión por la paz” en el que expongo la decisión del gobierno de Venezuela y del Comandante Chávez por hacer patente su voluntad de apoyar la paz en Colombia. Explico que dicha movilización que llegó “ a su punto superior con la llegada del ´Caminante por la Paz`, profesor Gustavo Moncayo a Bogotá, después de recorrer más de 900 Km. durante 46 días, pareció estremecer como nunca antes la conciencia de los colombianos y de la comunidad internacional acerca de la necesidad de lograr un acuerdo humanitario que devuelva a sus hogares a todos los colombianos retenidos contra su voluntad y que genere las condiciones iniciales para el fin de la guerra en el país sudamericano”.
Explicábamos en el artículo antes mencionado que “Uribe se vio obligado a recibir el jueves 2 de agosto al Profesor Moncayo, en una clara maniobra propagandística, que sin embargo se revirtió cuando éste manifestó, –después de escuchar a Uribe- que no quedaba satisfecho con la propuesta del primer mandatario, y se preguntó ´ ¿Qué nos garantiza que las Farc acepte esa propuesta? Nosotros vamos a insistir en que haya una zona para que las partes se sienten a negociar, llámese zona de despeje o zona de encuentro`, y agregó que se sentía molesto por lo que a su juicio había sido una actitud intransigente del gobierno para buscar el acuerdo humanitario”.
Cuando a muchos les parecía que nada iba a cambiar con la llegada de Santos al poder, la historia reciente ha señalado una profunda diferencia. Con respecto a Santos y Uribe en un reciente artículo titulado de esa manera y publicado en CCS el pasado 27 de mayo señalaba que el presidente colombiano “Tiene mentalidad de largo plazo, sabe que Uribe podría llevar al país al precipicio, porque finalmente, en lo más profundo de su ser, repudia a ese narcotraficante y paramilitar…aunque ambos sean de derecha”.
Hoy cuando se ha anunciado que el gobierno colombiano y las Farc iniciarían conversaciones de paz en Noruega y Cuba, la aplastante mayoría de la opinión pública colombiana aquilatada por los medios de comunicación de ese país han dado su apoyo a tal iniciativa: ex presidentes, ex comisionados de paz, constitucionalistas, representantes de los medios de comunicación, parlamentarios, organizaciones sociales y políticas de la más diversa posición ideológica, organizaciones no gubernamentales, representantes de la sociedad civil, empresarios y el 74% de los colombianos consultados han manifestado de una u otra forma su apoyo a dicha iniciativa. Como era de esperar, una de las pocas voces disonantes fue la del ex presidente Uribe quien con su proverbial perturbación y poniéndose en contra de la generalidad de los colombianos expuso que “Todo estaba cantado. La permisividad del gobierno Santos con Chávez. La legitimación que el gobierno Santos ha hecho de la complicidad de Chávez con la guerrilla la paga Chávez sentándolos en la mesa para que eso le sirva a la reelección”, Sólo una mente muy estrecha puede discernir de esa manera.
El 6 noviembre del año pasado escribí que “la negociación era el único camino hacia la paz en Colombia”. Así mismo, el 29 de febrero en un artículo titulado “El Presidente Santos tiene la palabra” afirmé que la pelota estaba en la cancha del Presidente Santos” y que de él dependía que el primer paso dado por las FARC cuando el 26 de febrero, su Secretariado anunciaba que a partir de la fecha “proscribía la práctica del secuestro en su actuación revolucionaria” debía ser contestado de manera generosa para lograr el regreso de todos los secuestrados a sus hogares lo más pronto posible y en corto plazo dar inicio a la negociación para una paz definitiva en Colombia.
Esta decisión que se ha anunciado el lunes pasado es un gran paso adelante. Venezuela y todos los pueblos de la región debemos apoyar con todo lo que esté a nuestro alcance para que los objetivos trazados por gobierno y guerrilla lleguen a buen término. Para Colombia será la paz, para América Latina y el Caribe, la posibilidad más cierta de una integración estable y definitiva.