Como con casi todas las cosas que vale la pena conocer, con los vinos la sabiduría viene con la práctica. Al igual que en la gastronomía, el cine, la música, la literatura, y otros, mientras más uno se exponga a cosas variadas y distintas, más posibilidades tiene de ir conociendo y formando su propio gusto. En el tema de los vinos las catas cumplen esta función, y si bien siempre se aprende mucho si la cata está guiada por alguien que maneja bien el tema, no es difícil armarse de las herramientas básicas para ir dando los primeros pasos de manera independiente y entre amigos y familia.
¿Qué necesitamos? Partamos por los vinos. En general una botella de vino alcanza para alrededor de doce muestras. Se trata de ir probando y comparando, por lo que no se necesita más de un tercio de copa. En mi experiencia seis vinos para catar es más que suficiente. Depende de los participantes que tipo de cata quieren hacer, pueden probar distintas cepas o diferentes vinos de la misma cepa o diferentes cosechas del mismo vino, etc. Para partir yo recomendaría ir con seis variedades distintas ojala del mismo año, las clásicas y más fáciles de encontrar partiendo de los más ligeros a los más corpulentos: Sauvignon Blanc, Chardonnay, un rosé de cualquier cepa, Merlot, Carmerene, Cabernet Sauvignon, por ejemplo.
El ideal es poder tener una copa para cada vino, sino se puede ir de a tres vinos. Luego se lavan y se siguen con los tres siguientes. Hay quienes recomiendan también tener a mano un vaso de agua y galletas de soda para ir limpiando el paladar, hay otros sommeliers que dicen que es preferible no interrumpir la cata con otros sabores, asi que mejor ir probando que es lo que funciona mejor para cada uno. Ojalá eso si poder desarrollar un sistema (mantel de cata o distintivos) para saber que vino había en que copa. Hay varias fichas básicas en internet que pueden guiar a cualquier entusiasta. Si no, tampoco es grave, finalmente el ejercicio de la cata busca reconocer las características del vino y distinguir sus singularidades. Lo óptimo, eso si, es poder ir tomando nota de lo que llama la atención en cada copa.
De manera muy simple se puede decir que toda cata consta de tres pasos: Vista, Olfato y Boca. Se parte por describir el color del vino, su claridad y brillo. Luego se huele el vino en busca de aromas, y aquí entra a jugar la memoria olfativa del catador para poder reconocer las referencias. También se pueden encontrar en internet muy útiles ruedas de aromas que pueden permitir a cualquier ir ejercitando sus sentidos. Por ejemplo, si siente que huele a frutas, pero no recuerda a cual, la rueda de aroma le propone varios tipos de frutas identificables en un vino. No estamos intentando acá hacer el trabajo de los expertos, sino más bien ir aprendiendo que es lo que podemos encontrar, por eso hay que atreverse y jugar.
Luego en boca, lo que inicialmente podemos identificar es la densidad del vino, su efecto en nuestra lengua y encías (astringencia, picor, etc.). Por supuesto su sabor, si es dulce o amargo, si tiene picor, si es refrescante y así. También podemos reconocer si una vez que lo tragamos nos deja un gusto persistente o no. La idea es ir conversando lo que se va descubriendo, compartirlo y disfrutarlo, de eso se trata este ejercicio. Y como suele suceder con el vino, verá como del análisis se pasa rápidamente a la conversa más relajada y divertida. Inevitablemente, emerge la figura del vino como catalizador de un buen momento, y el ejercicio de la cata como un juego entre niños entusiastas que comparan sensibilidades y gustos, una excusa para encontrarse y pasar un buen momento juntos. ¿Por qué no este 18?