Como se supone que es el mes de la patria, aquel en el cual todos tenemos que estar hermanados en la fonda, con mucha cumbia, de la cueca, poquita, para que los clientes no se vayan, la chicha, los volantines, los eternos curaditos del Parque O´Higgins, la anual subida de los pasajes de buses a cualquier lado del territorio nacional, lo que implica tener que sentirnos chilenos a como de lugar, aunque últimamente, a cómo nos de el bolsillo para celebrar , ya que sube la carne para los asados, aspecto esencial de la chilenidad, suben los tomates y las cebollas, suben las empanadas y la bencina, sube la desaprobación del gobierno y lo único que baja es la aprobación a la clase política.
Suben los muertos por accidentes de tránsito, se elevan los volantines hacia nuestro puro, Chile, es tu cielo azulado y se eleva el número de heridos con el fatídico y cortante hilo curado, aumenta la tontera repetitiva en los noticieros de la televisión y aparecen los políticos y otras “autoridades” vestidos de ocasión, las calles se llenan de niños disfrazados, ojo, disfrazados, no vestidos, de cualquier cosa chilena, tipo huasos, huasas, chinas, pascuenses o, cómo se dice ahora, rapanuis, poco mapuche se ve eso sí, parece que nos diera vergüenza saber que son tan o más chilenos que muchos de nosotros.
Las calles se llenan de banderas, banderotas y banderitas, los autos ahora van con un invento en los espejos laterales que imitan banderas, las tiendas ponen a huasos y huasa elegantes, tipo postal relamida, de fondo música latera y los infaltables Quincheros, con sus canciones para dormir, guirnaldas por doquier, cosa que sepamos que sí, que efectivamente estamos en Chile y somos chilenos, todos y todas hijos e hijas de esta generosa tierra, aunque en las mismas tiendas abunden los letreros avisando los sale-off, los fashion trends for summer, discounts , special price y otras cosas en lenguas nativas.
Pero hay otros septiembres en este septiembre, está el septiembre político, el que recuerda la elección de Allende, el septiembre del golpe brutal, el del dolor y la aberración humana que comenzó el 73, con sus muertos, torturados, exiliados, asesinados y desaparecidos, el septiembre que no es capaz de olvidar porque los que se adueñaron del país y sus continuadores no dejan cicatrizar las heridas, no se arrepienten y se ufanan hasta el día de hoy de su “gesta” y están en las alcaldías, en el gobierno, en el parlamento, en las grandes empresas.
Por otra parte está el septiembre comercial, el que se mezcla con lo político al punto que un señor dueño de supermercados y otras cositas, alega porque sus trabajadores van a tener feriado y van a poder descansar, lo que en cualquier parte vendría siendo una aberración total, ¿cómo es posible que los esclavos puedan descansar en un país que avanza al desarrollo?
También está el septiembre turístico, ese que copa aviones y que lleva a parte de nuestra población a poseer el sentido del chileno profundo al Caribe, a Brasil, en fin, a cualquier parte que permita no estar con los otros chilenos que no están en condiciones de viajar, el septiembre que te permite reencontarte con tu ser más profundo mirando aguas cálidas y cristalinas, tomándote un trago exótico de colores variados mientras piensas en el “paísito”.
Por último, pero no al final, queda ese otro septiembre, el que nos avisa que ya empieza el buen tiempo, que en un par de meses nos cae el verano, que los kilitos de los asados, de las empanadas, la chicha, el vino, la piscola no nos van a dejar ponernos las zungas y las tangas, o sea, el septiembre de los arrepentimientos que nos deprimen y que nos harán sufrir en octubre con todas las dietas recomendadas, la de la coliflor, la del pomelo, la de los huevos de codorniz, la dieta rusa y la albanesa, que demuestran, año tras año, que no sirven de nada, ya que llantos tardíos no funcionan y más vale asumirse con esos coquetos rollitos, que los dictadores de la moda y los nutricionistas han puesto sobre el tapete, para hacer de septiembre el mes con el que sobreviven todo el año.
Viva Chile mierda.