Los recientes acontecimientos ocurridos en el Mar Oriental de China son, -en su manifestación externa- expresión de un conflicto territorial entre China y Japón por la soberanía de las islas denominadas Diaoyu por los chinos y Senkaku por los japoneses, pero la forma en que se han desarrollado los hechos son una nueva manifestación del reacomodo de la situación geoestratégica mundial producida por el ascenso indetenible de China hacia la primacía mundial y el declive de Estados Unidos como principal potencia del planeta.
En el trasfondo hay una disputa por la aplicación de la Tercera Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982, (UNCLOS) por sus siglas en inglés como apunta el analista catalán Rafael Poch. Esta Convención le concede zona económica exclusiva a las zonas marítimas entre 370 y hasta 650 kilómetros alrededor del territorio insular de un país. La delimitación de dichas áreas ha sido motivo de conflicto en diversas regiones del planeta, pero en particular en el este y sur de Asia oriental fue el origen de una buena cantidad de pugnas que aún hoy están pendientes de resolución.
En otra opinión al respecto, el profesor australiano Gavan McCormack, explica que esta situación resulta de la combinación de variables que surgen de la delimitación de las zonas marítimas, pero que éste no es sólo un problema económico sino también geopolítico, es decir tiene un fuerte componente militar. Como dice McCormack, “la combinación de la propiedad japonesa de amplias zonas oceánicas y su alianza subalterna con el diseño estratégico de Estados Unidos para la región, significa una seria desventaja y riesgo para China”.
Es importante recordar que este conflicto no es el único de la región, China, Japón, Corea, Filipinas, Vietnam, Brunei, Malasia y hasta Rusia están involucrados en diferendos de la misma tipología, en los que Estados Unidos pretende pescar en medio de este “mar revuelto”. Se aducen causas diversas que casi siempre están vinculadas a la invasión de territorios, producidas a partir de conflictos no resueltos, originadas en guerras que acarrearon ocupación de espacios históricamente pertenecientes a otras naciones.
Tal escenario ha provocado una situación en la que China ha quedado encerrada en su entorno marítimo, el cual le genera una gran limitación para sus objetivos estratégicos de cara a su transformación en primera potencia mundial.
El siguiente mapa es expresión de este complicado contexto:
Estados Unidos lo sabe y apunta en dirección de profundizar tal realidad a fin de debilitar a quien ha considerado su mayor enemigo para el siglo XXI.
Es sabido que el presidente Obama ha llamado a esta centuria como el “siglo asiático de Estados Unidos”. En una visita a Australia realizada en noviembre del año pasado expuso su propuesta con calculada precisión, “Por lo tanto, como presidente he tomado una decisión deliberada y estratégica — como nación del Pacífico, Estados Unidos desempeñará un papel más amplio y a largo plazo en la conformación de esta región y su futuro (…) He instruido a mi equipo de seguridad nacional para hacer de nuestra presencia y misión en la región Asia-Pacífico una prioridad de alto nivel (…) Como planeamos y presupuestamos para el futuro, asignaremos los recursos necesarios para mantener nuestra fuerte presencia militar en esta región. Conservaremos nuestra capacidad extraordinaria para proyectar poder y disuadir amenazas a la paz. (…) Nuestros intereses duraderos en la región demandan nuestra presencia duradera en la región”.
Ello ha entrañado un nuevo y agresivo posicionamiento en la zona para restringir las rutas marítimas que abastecen a China de la vital energía de la cual es deficitaria. El mismo ha conllevado a elevar el gasto del Pentágono hasta US$ 739 mil millones en 2011. Si le agregamos el resto del gasto para defensa incluido en el presupuesto de otras agencias federales llegamos a una astronómica cifra que supera el billón de dólares según el Instituto Internacional para Estudios Estratégicos con sede en Londres, citado por el periodista e historiador germano-estadounidense Frederick William Engdahl. En un artículo publicado en el portal dossiergeopolítico y titulado “China en la mira del Pentágono” Engdahl afirma que “China oficialmente gastó apenas 10% en la inversión de EEUU en defensa, unos US$ 90 mil millones, o, si se incluyen algunas importaciones de armas relacionadas con defensa y otros costos, quizá US$ 111 mil millones al año. Incluso si las autoridades chinas no publican datos completos sobre tales áreas sensibles, es evidente que China gasta apenas una fracción de lo que gasta Estados Unidos y parte de una base tecnológica-militar bastante atrasada respecto a la estadounidense”.
Estas cifras confirman la falsedad de que el incremento del gasto militar de Estados Unidos tiene asidero en la supuesta amenaza china, que sólo tiene dos pequeñas bases militares fuera de su territorio y apenas un portaviones el cual además es una antigua nave de fabricación soviética. Se hace evidente que la agresividad militar de Estados Unidos apunta hacia el aislamiento vía marítima de China. De ahí también que la República Popular haya determinado hacer pesar su poder y fortaleza para evitar la expansión estadounidense en una región que por cercanía geográfica es de su vital interés estratégico.
No es la primera vez que las islas Diaoyu son escenario de conflicto entre las dos potencias asiáticas. En 1978, 1996 y 2010 se produjeron sendos enfrentamientos surgidos de la acción de reivindicaciones de grupos nacionalistas de ambos países. Sin embargo el de 2010 escaló hasta transformarse en un conflicto diplomático que pudo tener inéditas repercusiones y que llegó a amenazar el comercio bilateral que el año pasado ascendió a 342.900 millones de dólares, según cifras del gobierno chino.
Una de los elementos particulares de este diferendo es que China reclama el territorio de las islas para incorporarlo a Taiwán en la perspectiva de recuperar ese territorio por vía pacífica. Eso ha llevado al poco habitual apoyo de la opinión pública taiwanesa a la demanda, toda vez que son sus pescadores quienes han llevado la peor parte en este diferendo siendo permanentemente agredidos por embarcaciones militares japoneses que los acusan de entrar a territorio marítimo de su soberanía.
Así, cuando la nueva fase de la crisis (la de este mes) ha detonado tras la compra por parte del gobierno nipón de tres de las islas a propietarios privados que las poseían, China ha respondido movilizando a su opinión pública y desatando el fervor anti japonés, presente a “flor de piel” cuando se rememora la barbarie del imperio del sol naciente en suelo chino durante la ocupación de Manchuria desde 1931, ampliada a un territorio mucho mayor durante el período que va desde 1937 a 1945.
Sin embargo y como es habitual en su política exterior, China intentará resolver este diferendo por vía diplomática. En ese marco envió el pasado lunes 24 de septiembre a una delegación diplomática a Japón, con el objetivo de aliviar las tensiones entre los dos países, según informó el diario South China Morning Post el pasado domingo. Con ello se pretende allanar el camino a una reunión de ministros de Relaciones Exteriores pactada en la sede de las Naciones Unidas en New York con motivo de la Asamblea General de la ONU.
En ese sentido el vocero de la cancillería china, Hong Lei declaró que “El intento japonés de comprar las islas Diaoyu no tendrá éxito y deberá regresar al camino de la negociación”. Así mismo, el pasado martes 19, el ministro de Defensa chino, Liang Guanglie, dejó claro que Beijing se reserva el derecho de tomar “medidas adicionales” sobre las islas en disputa, mientras esperan “una solución pacífica y negociada”.
Este conflicto mantiene al mundo bajo tensión toda vez que una disputa entre las dos potencias de Asia podría hacer más lento el crecimiento económico del planeta, pudiendo afectar la economía mundial ya de por si agrietada tras la desaceleración y la crisis.