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Garzón, amigo, bienvenido

Columna de opinión por Antonia García C.
Jueves 6 de diciembre 2012 20:01 hrs.


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“Soy nieto de un desaparecido. Mi abuelo se llamaba Emilio Silva Faba. Lo mataron a tiros junto a otras trece personas y lo abandonaron en una cuneta a la entrada de Priaranza del Bierzo. Todas sus honras fúnebres consistieron en un agujero y unas palas de tierra bajo las que todavía hoy están sus restos (…)”. Con estas palabras se iniciaba un artículo escrito por Emilio Silva Barrera, publicado en La Crónica de León, el 8 de octubre del año 2000 y cuyo título era “Mi abuelo también fue un desaparecido”. Un desaparecido de la guerra civil española asesinado el 16 de octubre de 1936.

Esa historia, la que lo involucra en calidad de nieto, siendo a la vez una historia colectiva que lo moviliza en tanto ciudadano, Emilio Silva la ha contado posteriormente en un libro escrito en colaboración con Santiago Macías (Las fosas de Franco) y, puntualmente, como presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Es una suerte que el artículo en que explicita los inicios de su búsqueda –y sus hallazgos– pueda todavía ser leído en Internet, y que la misma herramienta permita compenetrarse con las actividades de la Asociación. Junto con recomendar la lectura del texto completo, quisiera llamar la atención sobre el título.

“Mi abuelo también fue un desaparecido”. En el contexto en que fue escrito el artículo, ese “también” parecía sugerir un apéndice. Hoy lo podemos oír con toda claridad. “Un desaparecido… como los de Chile, como los de Argentina, como todos aquellos que han motivado la intervención de la justicia española en pos de juzgar a los responsables de muertes sin nombre”.

Dos años antes había ocurrido algo impensable, algo que quizás le hizo pensar a Paco Ibáñez –que en estos días visita nuestras tierras– que todavía había locos en España… Por orden del juez Baltasar Garzón, el general Augusto Pinochet había sido detenido en Londres. ¿Quién podría olvidarlo? Sucedió el 16 de octubre de 1998. Sesenta y dos años después de los hechos narrados por Emilio Silva Barrera.

La apertura de las fosas de Franco a inicios de los años 2000 trajo consigo múltiples repercusiones. Para muchos fue sin duda un momento de toma de conciencia. Debates que hasta entonces no se habían dado, se dieron, impulsados en este caso por los nietos. Esa fue la filiación española. Una cronología larga. Una historia que tuvo que contar con el miedo y el silencio de gran parte de  los hijos que, a su vez, intentaron proteger a sus propios hijos… es decir, a los nietos de los republicanos asesinados. Hubo diversas publicaciones, películas, reportajes e investigaciones que permitieron tomar la medida de lo vivo que estaban aún los recuerdos… y los temores. Particularmente en algunos pueblos donde ejecutores y ejecutados podían haber sido ser parientes, en todo caso, vecinos.

Esa fue la realidad que el juez Garzón quiso investigar y se declaró competente para hacerlo. El asunto sucedió, en armoniosa simetría, un 16 de octubre de 2008, diez años después de la detención de Pinochet en Londres. Cabe lamentar que Borges ya no esté entre nosotros para enhebrar destinos y decirnos, a su modo tan especial, tan profundo, qué tipo de historia se teje y se desteje entre los hombres que luchan revelando misterios. Buscando el muerto. Los muertos. No sólo los asesinos.

Más allá de las fechas, de las posibles o imposibles coincidencias, resulta llamativa la manera en que, todos estos años, no  solamente se ha exportado lo atroz sino también diversos tipos de aprendizajes: gestos, rituales, casi se podría decir una coreografía política que no sólo busca denunciar sino reencontrar. Un cuerpo, un nombre, una historia. La propia historia.

Como es sabido, esta voluntad del juez Baltasar Garzón de investigar los crímenes del franquismo desembocó en una cruenta sanción que puso un término a su carrera judicial. Actualmente se desempeña como asesor del Tribunal Penal Internacional de La Haya. Y también como asesor de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados de la República Argentina. La noticia se hizo pública en el mes de marzo. Hubo ese mes un homenaje en el Congreso que contó con la presencia y las palabras de la Presidenta de la República. Vinculado con estos hechos, hace unos pocos días, Garzón recibió en Buenos Aires un DNI argentino. El documento le fue personalmente entregado por Cristina Fernández de Kirchner, quien dijo en esa ocasión:

“Baltasar Garzón nos ha hecho el honor de pedir su residencia aquí, en la República Argentina, y también como un representante de una justicia que no es solamente de los derechos humanos vinculados con las terribles dictaduras que asolaron a nuestros países, sino que habla de los derechos humanos de segunda, tercera, cuarta, quinta generación, como le llaman, y que yo lo sintetizaría en el derecho a vivir con esperanza y con ilusión”.

No es el menor de los méritos de los últimos gobiernos argentinos haber hecho posible –junto con las diversas luchas, reformas y acciones emprendidas– un nuevo lenguaje político. Una manera de decir que nos conecta con otras historias, otras épocas, otros hombres y otros idiomas. “Le bonheur est une idée neuve en Europe”. Así dijo Saint-Just. “La felicidad es una idea nueva en Europa”. Extrañamente, la esperanza y la ilusión también lo son hoy en América. En sentido amplio, claro. Y no es precisamente un asunto de retórica o sí… si por retórica se entiende algo más que la forma: el arte de definir y comunicar con palabras lo que se busca, lo que se quiere, lo que motiva, aquello que dirige una acción.

En las últimas entregas se ha abordado especialmente el tema de los espacios políticos. La cuestión de la escala. ¿Cuál sería finalmente la escala correcta de la cosa política? Por supuesto no hay una respuesta. No hay una sola respuesta. Reflexionar sobre lo más pequeño, sobre micropolítica y lo que puede y no puede un simple ciudadano en los espacios en que se define como competente y soberano, no impide reflexionar sobre las otras escalas. Al contrario, lo interesante es poder confrontar lo infinitamente pequeño con lo infinitamente grande… Volviendo a Garzón, es probable que él  también haya sido un ciudadano aquejado por lo que se puede y lo que no se puede. Me dirán: “pero bueno… él es Garzón”. Pasa que Garzón sólo fue Garzón el día en que traspasó ciertos límites. Y traspasándolos nos hizo a ver a muchos que esto de lo posible y lo imposible nunca está totalmente definido de antemano.

En estos días, acá, allá, en los más diversos territorios, la justicia sigue siendo un ámbito de disputas, de combates y, en ocasiones, de una forma de esperanza. Mientras esto sucede, otros o los mismos, siguen desenterrando. Algunos se llaman Baltasar, otros Emilio, Santiago, Juana, Lorena, Mireya, Pablo, Luisa, Juan o Diego.  En ese ir y venir de la historia, hay gestos que abarcan, gestos que son como abrazos que integran a conocidos y desconocidos. Desde esa perspectiva abarcadora vuelve a cobrar sentido la palabra amigo. Y bienvenido.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.