Navidad

  • 23-12-2012

No hace tantos años atrás, la navidad tenía un sentido claro, bastante distinto a lo que es hoy. Todo el mundo, creyentes y no creyentes, celebraban una fiesta fundamentalmente familiar, donde lo que estaba en primer lugar era el calor de hogar, además del calor del verano.

Los creyentes se regocijaban celebrando el nacimiento de un pobre, de un auténtico patipelado, hijo de un carpintero y de, curiosamente, una dueña de casa, en un pesebre de pobres, con velas de pobres y ropas de pobre, acompañado solamente de animales, que hoy ya desaparecieron del entorno, por los extraños recovecos del Vaticano.

Ese niño pobre, para los creyentes, era el hijo de Dios, que los vendría a salvar de los pecados del mundo y de ahí el regocijo, la alegría, la necesidad de celebrar en familia, en recogimiento, pensando en eso y no en los placeres mundanales.

Los no creyentes se sumaban a la fiesta familiar, básicamente por el aspecto de la tradición y la alegría de compartir con los seres amados un bello momento.

Las familias montaban en conjunto un árbol de navidad, mal llamado de pascua, con un pino de verdad y al que se le ponían algunos adornos sencillos, muchas veces con figuras hechas entre padres e hijos y una estrella de papel confeccionada a mano en la punta y motas de algodón para asemejar nieve en el diciembre veraniego, mientras que en algunas casas le colgaban manzanas confitadas y, a veces, velitas chicas que se prendían un rato, lo que le daba un toque mágico a la ocasión.

El 24 por la noche había una comida con los familiares más cercanos, se conversaba mucho, se cantaban villancicos y se jugaban juegos de todo tipo y nadie se le ocurría ponerse mañoso con la espera.

Los niños escribían a mano una cartita pidiendo regalos, en papel de caligrafía, para que el Viejito Pascuero entendiera. Dicha carta se le entregaba a los padres para que fueran ellos lo que la despacharan, sabiendo de antemano que lo que se pedía y lo que llegaba no era necesariamente lo mismo, pero no importaba, lo bello era llegar al árbol el día 25 en la mañana y encontrarse con los regalos, cuyo papel era destrozado para ver que estaba dentro y los niños se alegraban y partían, muchas veces en piyamas, a juntarse con sus coetáneos del barrio, usarlos y prestarse mutuamente los juguetes, haciendo de esa fecha lo que verdaderamente se esperaba de ella, amor, amistad, la alegría de compartir y de estar, el sentir, en definitiva, lo que se llamaba el espíritu navideño, noche de paz, noche de amor.

¿En qué minuto del tiempo esa noche de paz y de amor, ese minuto de recogimiento y devoción se transformó en un circo romano, donde el único dios adorado es el consumo, el dinero, la locura del tener y no del ser, donde cada habitante de este país se transforma en un gladiador cuyas armas de muerte son los créditos y las deudas?

¿En qué minuto los mercaderes modernos del templo, que suelen estar disfrazados de ultra creyentes y poseedores de la verdad absoluta, nos convencieron que hay que olvidarse del pobre que nació esa noche y sólo hay que celebrar a un viejito nórdico inventado por una bebida azucarada?

¿Dónde se perdió la caridad cristiana, que fue brutalmente reemplazada por el despilfarro y el paganismo monetario?

¿En qué momento nos convertimos en esclavos de los caprichos consumistas de nuestros hijos, que no piden, sino que exigen regalos que la tele y la radio disparan con una velocidad abismante?

Da pena ver que una fiesta que debería ser celebrada en familia, sin aspavientos, con recogimiento por parte de un país que se auto declara mayoritariamente cristiano, se haya convertido en un auténtico desagrado, en una fuente de  estrés y angustias compradoras que no se condice con el espíritu que la religión pregona.

Pero no es casual, si Cristo viviera hoy, probablemente estaría siendo juzgado y condenado por violentista , sobretodo por querer recordarnos que la felicidad no pasa por tener más y más, sino que por ser personas solidarias, educadas y respetuosas del resto, pero eso choca con el modelo que nos rige y Cristo seguirá siendo conveniente y dirigidamente olvidado para estas fechas, porque a nadie le interesan los pobres que no pueden comprar y hacer girar la rueda de las inmensas fortunas de unos pocos a cambio del endeudamiento de otros muchos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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