Hace un tiempo me encontré con este libro. Me llamó la atención su título y me produjo curiosidad la relación entre el Zen y la apreciación de los buenos vinos y quise conocer los puntos en común entre esta sabiduría oriental y la degustación de vinos. En este texto publicado por Editorial Almuzara, Ignacio Maciel va dando cuenta de manera muy sencilla de su aprendizaje paralelo del Zen y del proceso de disfrutar de los vinos. Un texto que de manera dinámica y en primera persona, hace un buen resumen de lo que hay detrás de la filosofía Zen y del aprendizaje de la cata de vinos. Hay un par de ideas en este libro que me parecieron interesantes recordar como buenas bases para partir este 2013.
Al inicio del libro después de compartir con el autor las bases del Zen su abuelo abre una botella para compartir con él, al tiempo que le enseña un par de reflexiones fundamentales: “Solemos cometer la tontera de guardar botellas para momentos especiales, sin siquiera saber si pasada una hora seguirá habiendo para nosotros esos momentos…cuando llegues a mi edad verás cuanto has desperdiciado esperando ocasiones ‘meritorias’…sin darnos cuenta que cada momento es un brindis”. Un amigo me preguntaba hace tiempo ¿Cuándo es un buen momento para abrir los vinos más valiosos de tu colección? Me acordaba de esta cita y le respondí que cuando estás con gente que quieres, compartiendo tiempo y buena conversación ¿Existe un momento mejor para un buen vino?
Más adelante en el texto, Maciel sigue contando de esa primera vez compartiendo vino con su abuelo. Ante la imagen de su atarantado nieto quinceañero tragándose el vino de un sorbo el abuelo le reprende: “El vino es una bebida antigua y valiosa. Hacer lo que has hecho es una falta de respeto a las generaciones de hombres, a la simbiosis de la naturaleza y humanidad que preparó este oscuro brebaje”. El vino está hecho para disfrutarlo, para conversarlo, para ver como se va transformando a medida que pasa unos minutos en la copa. Lo que un buen vino busca no es el efecto posterior a ser bebido, sino el disfrute del proceso de beber, de ese momento maravilloso de compartir el tiempo.
Uno capítulos después, cuando nuestro autor ya es oficialmente un sommelier, una amiga cuestiona las bases “oficiales” del maridaje entre comida y vino al proponerle que: “No hay maridaje correcto posible entre un alimento y una bebida si no se toma en cuenta el momento, el lugar y las personas que intervienen en él”. Mi joven experiencia corrobora esta filosofía, los vinos más ricos que recuerdo haber tomado fueron – más allá de sus costos o reconocimientos- junto a gente linda en contextos de risas y complicidad.
En el último capítulo Ignacio Maciel hace una pauta con lo que considera sería degustar vinos de manera Zen, de su proceso yo rescato dos ideas que me parecen esenciales: estar presente en el momento, disfrutando del aquí y ahora y hacerlo con agradecimiento por ese instante y por todas las personas involucradas en la creación de esa delicia que hoy puedo beber. Buena filosofía para tener en cuenta durante este nuevo año que se nos regala.