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Clausuran el Dakar

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Domingo 20 de enero 2013 17:38 hrs.


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Si este título quisiera decir que las autoridades chilenas han decidido poner fin de manera terminante y permanente a esta competencia en las partes del suelo chileno donde se ha dañado el patrimonio, sería una buena noticia. Sin embargo, los titulares se refierien al cierre de la presente edición 2013 en la que el Rally Dakar y sus múltiples competidores pasaron a ser recibidos como verdaderos héroes olímpicos después de su funesto paso por la zona norte de nuestro país.

La “clausura del Dakar 2013” es la fiesta de la ignorancia que ovaciona en un acto caricaturesco a aquellos que han venido a destruir para siempre decenas de sitios patrimoniales de los que jamás podremos tener noticias y maravillarnos con lo que nos tienen que decir de nuestras culturas originarias.

El gran carnaval se ha montado y, por cierto que no es culpa de los jóvenes y, no tanto, diestros conductores que tienen la imperdible oportunidad de subirse a múltiples vehículos motorizados y hacerse “al desierto”, como antes se hacían a la mar, en busca de aventura.  A ellos y a ellas, huelga decirlo, porque también cuentan mujeres en la competencia, se les han abierto las cortinas de terciopelo rojo para que ingresen a la pista central de un enorme circo, donde un colosal señor Corales tapizado de lucrativas marcas comerciales y al son de una orquesta de payasos los despide en un gran fin de fiesta prometiéndoles el próximo año una ruta aún más inexplorada, más salvajemente intocada para que sus ruedas puedan pisotear y moler mucho más que la versión que recién termina. Han llegado hasta el circo principal en plena Alameda de las Delicias en medio de una lluvia de papeles de colores para saludar desde el balcón a la “chusma querida” que ha llegado sin saber bien porqué pero que está ahí porque la música, porque el festejo, porque parece que están regalando algo…

A pocas cuadras de distancia, en una gótica mansión escoltada desde lo alto por fieras gárgolas, en una sala de grandes ventanas de cristales biselados y alrededor de una mesa hay un grupo de hombres y mujeres luciendo payaseras narices rojas pero con el rostro triste mirando las cifras del balance preliminar de la destrucción del Dakar. Es el secretario ejecutivo del Consejo de Monumentos Nacionales junto a todos los consejeros que no comprenden cómo la fiesta consiste en celebrar la destrucción de lo que ellos han dado toda una vida por preservar. No comprenden cómo en pleno siglo XXI, cuando la arqueología, la palentología junto a la historia, y tantas otras disciplinas son estudiadas en prestigiosas universidades con recursos del mismo Estado que hoy celebra lo que se ha destruido…están perplejos, no dan crédito aún de las fatales cifras que describen en una misiva entregada al ministro de Educación que detalla que desde 2009 y hasta 2012 se han afectado casi 200 sitios patrimoniales y le recuerda además, por si lo ha olvidado, que su destrucción es una acción que se encuentra tipificada en nuestra legislación y que conlleva sanciones privativas de libertad, pecuniarias y administrativas en el caso de funcionarios públicos que de alguna manera faciliten su destrucción (art. 38 y 39 Ley 17.288); que sólo hasta el 2010 se solicitó al Instituto Nacional del Deporte compensaciones superiores a los 350 millones de pesos, de los cuales sólo se han cancelado 40 millones. Una carta que aún no tiene respuesta y en la que se solicita también un informe jurídico al Consejo de Defensa del Estado…

Pero estamos en mundo al revés. Un mundo travestido, que recibe con vítores a quienes arrasan como modernos conquistadores, luciendo cascos en lugar de yelmos y motos o autos en vez de caballos, en los pocos lugares donde quedan vestigios de lo que fuimos.

¿Es que acaso queremos olvidarnos del todo, que no quede nada para refundar de una vez por todas el país sin memoria, el país tábula rasa? Un país sin mapuches que recuerden que les quitaron todo, ni aymaras que hablen en bárbaro o en piedra escrita en el Desierto. Un país “Made in Shile” cuya bandera sea una carita feliz para de paso hundir también toda esa cantinela de honrar el suelo y a sus próceres, donde nos paseemos tranquilos y contentos con nuestras narices rojas, como payasos tristes.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.