Si Maquiavelo no hubiera escrito su famoso El Príncipe, no me cabe ninguna duda que alguna de las cabezas del duopolio informativo chileno lo hubiera hecho y, con casi toda seguridad, sería un libro mucho más maquiavélico, intrigante, perverso y sádico que el original del florentino.
Cada vez que aparece algo que les desagrada o les desacomoda ideológicamente, políticamente, económicamente o todas las anteriores, se dan maña para transformarlo en algo intrínsecamente malo y, por ende, destinado a ser destruido o, en su defecto, en algo perfectamente inocuo, divertido, en una anomalía que hay mirarla con simpatía, porque es como una espinilla juvenil en el rostro terso y bello de una muchacha lozana, que está a la vista de todos, pero que igual va a pasar ligerito.
Con José Alberto Mujica Cordano, Presidente de la República Oriental del Uruguay, más conocido como Pepe Mujica, al principio dudaron, no sabían si hacerlo pebre o convertirlo en una sopa inocua. Al final, vaya a saber uno bajo qué condiciones y análisis, se decidieron por lo último y el presidente uruguayo pasó, en la prensa chilena, de ser una persona con un impresionante historial personal y méritos políticos, a ser un personaje de historieta, simpaticón, inclasificable, pero, por sobre todo, inimitable y mucho menos como un ejemplo a seguir, ya que los personajes son eso, algo pasajero a los que hay que mirar con condescendencia, pero sacárselos de la mente rapidito antes que se nos peguen sus malas costumbres.
Entonces inventaron la “genialidad” de hablar del país de Pepe Mujica, nunca más de Uruguay, como si el país no hubiera existido antes, ni fuera a existir después. Todo pasa en el “país de Mujica”, un país inventado, sin historia, sin héroes, sin habitantes. Sólo los que llegaron con el presidente y, supongo, se irán con él, para que esta extraña tierra nueva vuelva a desaparecer.
Y todo esto porque hablar de un Uruguay sin Mujica, es tener que hablar de Mujica hombre, del guerrillero, de aquel que se comió años en prisión por sus ideales, que estuvo en confinamiento en solitario, del político que no se vende al modelo y sigue viviendo en su chacra de toda la vida, viajando en la clase económica de los aviones comerciales y donando su sueldo presidencial.
Qué tipo más incómodo este Pepe para los políticos chilenos de todas las especies, que desagrado más profundo para nuestro presidente que está entre los hombres más ricos del planeta, pero que a fin de mes tira la poruña sin ningún asco para echarse el sueldo al bolsillo, qué escupo en la cara más brutal y violento para los apoltronados de izquierda que le trabajan inmisericordemente al mantenimiento del modelo neoliberal chileno, en resumen, este Mujica es en realidad el Pepe Grillo, que nuestros Pinochos locales no quieren tener a su lado porque les echa a perder la fiesta cuando se dirigen a la isla a convertirse en burros.
Porque, además, hablar del Uruguay sin Mujica significa tener que mirar otros espejos de la historia, que tampoco quieren ni pueden ser vistos.
El primer uruguayo que conocí, nunca en persona lamentablemente, fue Alfredo Zitarrosa. Alguien me regaló un disco de vinilo de 45 RPM, que en uno de sus lados tenía una canción maravillosa de amor que comenzaba diciendo: “Niña, lo hubieras dicho que estabas enamorada”, que en nuestros juveniles años nos quedaba de maravilla para cantársela a las lolas a las cuales le queríamos hacer ojitos, pero, con el tiempo descubrí que Zitarrosa era infinitamente más que eso, era un cantautor de maravillosa voz y adscrito al Frente Amplio de izquierda, lo que le valió el exilio y que su música estuviera prohibida en su país por la dictadura. Raro espejo para nuestros Quilapayún, Inti Illimani, Víctor Jara, Illapu Los Parra y tantos más, entonces, la solución en nuestro país, seudo democracia actual incluida, fue fácil, nunca más nadie ha escuchado al flaco Zitarrosa. Después vino el abrupto despertar literario fulminante con Benedetti, para qué hablar lo que significó para nuestra generación las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, los libros de Juan Carlos Onetti, otro que se comió la podredumbre de las dictaduras uruguayas, la música de Daniel Viglietti, en fin, tantos y tantos otros uruguayos que vivían antes que se convirtieran en el país de Mujica, pero, que por arte y gracia de esta maquiavélica definición, los hacen desaparecer de la memoria chilena.
Pero, por suerte, hoy las redes permiten dar a conocer el Uruguay real, no el inventado por nuestro duopolio desinformativo, aquel que existía antes y seguirá existiendo después del actual presidente, el Uruguay con sus escritores, con sus cantantes y pensadores, el Uruguay con su Montevideo, una capital que, a todas luces debe violentar de sobremanera a nuestros manejadores y manipuladores del sistema, porque es una ciudad que sigue siendo pensada para que sus habitantes vivan y convivan , donde los barrios no han sido arrasados por el libre mercado y los vecinos se conocen y se saludan, o sea, una ciudad, que al igual que Pepe Mujica, atenta contra todas las normas de barbarie con las que vivimos nosotros en nuestras cada vez más alienadas e invivibles ciudades.
Escribo estas líneas mientras me pierdo por las calles de Montevideo y me regocijo en la gente que aún siguen siendo personas y me repito una y otra vez que Uruguay no es el país de Pepe Mujica, Pepe Mujica es parte de un Uruguay que comenzó mucho antes y que tiene como héroe máximo a Artigas, no nos desinformen más, aunque a algunos interesados en Chile les quede cómoda la mentira y la tontera institucionalizada.