El Papa Francisco, el cardenal Bergoglio y los medios

  • 18-03-2013

Las iglesias poderosas del mundo -en el caso de América Latina la Católica- producen fascinación porque el origen de su poder proviene de este mundo y el otro. Entonces se da en sus líderes una suma paradójica: administran la institución como se administra el poder entre los mortales, con algunas zonas de luz y mucho de sombra, pero además son referentes espirituales que guían la fe de millones de personas. Por eso, desde aquella mañana en que Benedicto XVI anunció su renuncia, ateos, agnósticos o creyentes nos hemos sentido parte de los sucesos asombrosos que culminaron con el nombramiento de un papa latinoamericano. La cercanía geográfica, adicionalmente, hace que la historia del cardenal Bergoglio coincida con la historia pastoral, social y política de todos nosotros.

Sobre los hombros del papa Francisco se acumula la esperanza de 1196 millones de católicos que esperan que su iglesia salga de su crisis de época. Ese sentimiento es especialmente fuerte en nuestro continente, una región donde esta religión forma parte del ADN cultural y donde, en las últimas cinco décadas, el Concilio Vaticano II se vivió con marcada vitalidad gracias a la Teología de la Liberación. Esa iglesia fue protagonista también en nuestros sucesos más traumáticos, con diferencias según el país: actuando en defensa de los perseguidos por las dictaduras en Chile y Brasil, renunciando a defenderlos en Argentina. Así lo reconoció el propio cardenal Bergoglio, quien impulsó en 2012 la petición de perdón de la iglesia argentina a su país, por su rol en esos años oscuros.

Ahora que el cardenal Bergoglio se ha convertido en el papa Francisco, por obra de las relaciones de poder y adicionalmente del Espíritu Santo para los católicos, los medios chilenos han dedicado enormes espacios a destacar su figura pastoral y la trayectoria que lo llevó a merecer el anillo de San Pedro. Han omitido sin embargo, sorpresivamente y no por falta de espacio, la figura controversial del Pontífice al otro lado de la Cordillera, en cuatro asuntos delicados: su rol en la Dictadura, su enemistad con el gobierno de los Kirchner, sus posiciones contrarias al avance en los derechos de las mujeres y su declaración de una “Guerra de Dios” contra el proyecto de ley de matrimonio igualitario.

Con ello, y salvo contadas excepciones, han privado a la opinión pública de formarse un perfil completo del nuevo papa y conocer un debate que se ha dado con intensidad a pocos kilómetros de acá. Estas diferencias de apreciación han llevado, incluso, a que el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, haya acusado a “la izquierda anticlerical” de ataques infundados contra Francisco. Ese sector estaría integrado por organizaciones como las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo y por diarios como Página 12, los que se han expresado con desaprobación respecto al nuevo papa.

La responsabilidad judicial de Bergoglio por el encarcelamiento y las torturas recibidas en 1977 por dos subalternos jesuitas, los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, ha quedado descartada. Sin embargo, subsiste el debate sobre una suerte de “responsabilidad política y ética” del prelado, basada en que sus cuestionamientos acreditados a estos dos religiosos bajo su tutela supuso, en la práctica, condiciones favorables para que actuara la represión. No es el objetivo de esta columna profundizar en esa discusión, pero sí consignar que se realiza hace días en todos los diarios argentinos, mientras en la prensa de nuestro país prácticamente no existe.

He aquí una lamentable tergiversación de los medios chilenos: no entender que los papas y cardenales no sólo son guías espirituales, sino también dirigentes políticos que deben estar sometidos, como todos, al escrutinio público. Mostrar los matices de la trayectoria del nuevo papa no es en absoluto una falta de respeto a los católicos, pero sí es un deber del periodismo y una condición para analizar con fundamentos cuál es el rumbo que podría seguir la Iglesia Católica en los próximos años. Tal como ya sabemos latamente de la preocupación de Francisco por los pobres, hemos escuchado menos del escepticismo de que haya cambios que supongan un trato distinto hacia las mujeres o hacia las orientaciones sexuales distintas a la heterosexual, expresadas por las dirigencias políticas de ambos sectores.

El origen de esta columna vuelve al principio: el origen del poder del Papa proviene de este mundo y del otro. El periodismo es del más acá y no es su rol reproducir la autoridad divina que convierte a un hombre en “Su Santidad”. Aunque, por cierto, también forme parte del análisis la creencia de que el Espíritu Santo guía al nuevo papa y lo convierte en alguien distinto a quien era antes de ser entronizado. Se menciona a Benedicto XVI como un ejemplo reciente y, como un caso más radical, a Juan XXIII, quien pasó de ser un cardenal conservador y un papa de transición a realizar la metamorfosis más profunda de la Iglesia Católica en todo el siglo XX. Veremos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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