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Año XVI, 28 de marzo de 2024


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Tortura y resistencia en Chile


Miércoles 22 de mayo 2013 9:32 hrs.


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Gracias por este privilegio de expresar algunos sentimientos, intuyo semejantes a  quienes nos hemos congregado con motivo de esta reimpresión en 2013 de “Tortura y Resistencia en Chile” de Katia Reszczynsky, Paz Rojas y Patricia Barceló, un libro ya publicado en 1991, en la que fuera su primera edición en castellano.

Uno de los relatos más entretenidos de Borges se titula “Pierre Menard, autor del Quijote” y trata de un señor francés,Menard, quien a principios del siglo 20 se propone reescribir o recrear él la novela de Cervantes palabra por palabra, es decir, generar él por su cuenta un texto exactamente igual. Tras fatigosa labor lo consigue, al menos para un par de capítulos. Borges, en seguida, nos divierte citándonos pasajes idénticos de ambas obras y destacando el significado profundamente distinto que conllevan cuando son escritos por la pluma cervantina en el siglo XVII y cuando lo son por la de este Menard, quien, como un escandalizado Borges nos remarca, es contemporáneo de Benda, el autor del libro “La Traición de los Intelectuales” y de Russell, el filósofo británico.

Partamos entonces por decir que la palabra “reimpresión” para el libro de Katia, Paz y Patricia puede resultar equívoca pues sugiere que se ha vuelto a imprimir el mismo texto de 1991, en circunstancias que, como en el caso de los Quijotes de Cervantes y de Menard, el que los textos ocupen exactamente las mismas palabras no garantiza que tengan el mismo significado entonces y hoy día. Quizás tampoco, más allá del idioma, lo tengan respecto a su primera edición, en francés, ocurrida en París, 1984; ni tampoco con el original terminado de escribir también en esa ciudad en 1978.

Hoy, el libro nos transmite el abrupto paso de la alegría al estupor experimentado allá por 1973. La alegría fue una que a pocas generaciones les resulta permitido conocer, y surgía de la expectativa real de ser parte de un proceso de cambios tan profundos en nuestra organización social que de ellos nacería una nueva forma relacionarnos, expectativa que habría de crear formas inéditas de adhesión y lealtad. Es este contexto humano el que está en la base de la propuesta de documentación, investigación y análisis que desarrolla el libro y, como enfatizan las autoras, es un enfoque que aspira a integrar lo biológico, lo psicológico y lo ideológico. Y de ese mismo trasfondo humano proviene también el estupor al presenciar la evolución del país tras desencadenarse el golpe de estado. Se abría ahí un camino de violencia e irracionalidad de un grado no anticipado ni imaginable. Visto de manera retrospectiva, no debería sorprendernos que, siguiendo el principio de acción y reacción, el esfuerzo por doblegar ese proyecto generacional debía ser tan enorme como lo habían sido nuestras propias esperanzas. Así se instaura el régimen de torturas y desapariciones del cual el libro da cuenta. Difícilmente las construcciones de modelos de sociedad pueden separar medios y fines. No hay tal cosa como el amedrentamiento o la tortura o las desapariciones al servicio de cualquier causa, disociados de esa causa. Al hablar de la tortura, este libro hace una genealogía de un modelo de sociedad, y lo hace con los mismos principios de búsqueda de una etiopatogenia y una epigenética que sus autoras habrían de aplicar para entender los mecanismos bio-psico-ideológicos que les permitieran aproximarse y ayudar a las 80 víctimas que el estudio describe.

El libro logra explicitar certeramente el estupor de esos días. En un pasaje de Rayuela, Oliveira, su imperecedero protagonista, intenta, sin conseguirlo, conversar ironizando con una señora de negro que espera recibir de un doctor dudoso una atención profesional probablemente innecesaria. Cuando leemos el pasaje, Cortázar consigue el efecto entrañable que una aseveración nos llegue primero como una idea pasando por la cabeza de Oliveira para que en seguida termine literalmente por escaparse de su boca como palabras habladas:

-Pero si usted no tiene nada, señora.
-¿Nada? ¿Cómo se atreve?
“Esto es la realidad”, pensó Oliveira, sujetando el tablón y mirando a la señora de negro. “Esto que acepto a cada momento como la realidad y que no puede ser, no puede ser.”
-No puede ser -dijo Oliveira.

El candor con que se repite “no puede ser” recuerda la ingenuidad con que se intentaba inútilmente una aproximación racional a lo que estaba empezando a ocurrir en Chile. En el libro de Katia, Paz y Patricia, es el partir de la experiencia desestructurante e íntima de haber conocido la detención y la tortura lo que posibilita la construcción de un enfoque terapéutico para sus compañeros de presidio y de exilio. Este libro y la investigación y la práctica de las que da cuenta, se inscribe entonces en una honrosa historia vinculada a la sensibilidad de las ciencias biomédicas a grandes eventos políticos y sociales que nos conmueven en lo más profundo. Las experiencias dictatoriales de la Europa de la primera mitad del siglo 20 llevaron a elaboraciones como “La personalidad autoritaria” de Teodoro Adorno y a estudios experimentales clásicos como los de Milgram en la Universidad de Yale en 1961. Estos últimos pretendían evaluar la disposición de un sujeto para obedecer las órdenes de una autoridad aún cuando éstas pudieran entrar en conflicto con su propia conciencia. Al verdadero sujeto del experimento se le desinformaba haciéndole creer que era parte de un equipo científico que estaba investigando los efectos de la electricidad en el cuerpo humano. El falso sujeto del experimento en realidad era un actor que simulaba, con reacciones proporcionales, el efecto de supuestos golpes eléctricos de intensidades crecientes. Se estudiaban diversas variables motivacionales, siendo la más básica el refuerzo con dinero o fama. Otras líneas de investigación han estudiado secuelas psicológicas de la tortura y del estrés post-traumático, con sus múltiples secuelas psicosomáticas, sus consecuencias en el ánimo y sus perseverantes efectos en el ciclo sueño-vigilia.

Las investigaciones recién descritas convergen con una tradición que se remonta a fines de la década de 1930, con Papez, Klüver, Bucy, entre otros, sobre las bases neuronales de las emociones. Particular atención ha merecido el rol del complejo amigdalino del sistema límbico, hoy día intensamente estudiado por técnicas mucho más sofisticadas, en el contexto de entender el condicionamiento al miedo y el proceso de reconocimiento del miedo expresado por otros. Es imposible leer esta literatura científica sin pensar de inmediato en el Chile de los aparatos de seguridad, de su impacto en la psicología de la población toda, del rol de la prensa durante el régimen autoritario.

Las autoras reiteran a lo largo del libro un énfasis en la imposibilidad de entender científicamente lo que van observando si no se consideran los dos polos de cada una las contradicciones que examinan. El torturado habitualmente configura uno de los polos. Pero quizás hay también situaciones en que el torturado más bien mediatiza otra contradicción. Pienso en la confrontación entre los torturadores instrumentalizando el credo de la seguridad nacional contra aquellos otros partidarios de la dictadura que hubieran querido imaginar una futura contextualización de las nuevas políticas económicas en un marco liberal. La tortura es un acto de negación de la voluntad y de la existencia autónoma del otro individuo de tal magnitud que hace imposible compatibilizarla con cualquier expresión de liberalismo, sea la democracia representativa, sea la idea de un libre mercado. Resulta plausible sostener que fue la tortura practicada por la dictadura en su vocación refundacional la que determinó la persistencia desde el 90 a la fecha de una dictadura ideológica como la que se ha expresado en nuestra prensa, o en la negación de la representatividad reflejada en el sistema binominal, o en los manejos financieros llevados a cabo por manos más visibles que invisibles que han caracterizado a nuestra economía. Además de dejar fuera de juego al liberalismo, la tortura institucionalizada generaba de hecho una situación de punto de no retorno para quienes sabían que no podrían nunca permitir el someterse a un poder político autónomo capaz de juzgarlos.

Es la permisividad para con la tortura, quizás incluso la necesidad de la tortura, como de las ejecuciones y demás medidas extremas de ese período que este libro nos describe, la que ha de definir el futuro de nuestro país, y a la cual habría de adaptarse la política real toda. Los torturados, el medio para imponer este sistema que hoy vivimos, están presentes aquí, a la hora de reimprimirse el libro de Katia, Paz y Patricia, y lo están ubicuamente en nuestra cotidianidad, porque es esa experiencia de tortura en Chile la que continúa poniendo los límites de lo que, por ejemplo, cada candidato o precandidato presidencial puede o no puede decir hoy día.

Hay quienes, como Dostoievski al escribir “Crimen y Castigo”, sostienen a su modo que los seres humanos estamos condenados a no poder entender jamás por qué hacemos lo que hacemos. Sin ser tan drásticos, probablemente todos, cual más cual menos, concordamos en que hay muchos condicionantes de nuestra conducta que están operando ahí dentro de nosotros sin que podamos tomar conciencia de ellos y explicitarlos. Algunos condicionantes corresponden a los que psiquiatras y psicólogos suelen referirse como “comandos tácitos”, que son sin duda los peores. Por ejemplo, el joven que siente que debe seguir la profesión que en la familia siguieron padre, tíos y abuelo no podrá rebelarse mientras ese comando no se haga explícito. Sólo si se le dice “tú tienes que estudiar esto” él podrá decir “no, yo quiero esto otro”. En Chile, casi nada se ha explicitado. Así, según un razonamiento alucinante que se nos impuso, invocar a los torturados sería reavivar odiosidades. ¿Es preferible esconder los episodios traumáticos del pasado o expresarlos claramente y discutirlos? De una u otra manera la psiquiatría suele abanderarse con la posición opuesta a la consensuada por los protagonistas de la política real chilena: la toma de conciencia por parte del sujeto es siempre un acto liberador y sanador.

Este libro nos invita a asumir como país ese acto liberador y sanador. Hubo muchas personas en Chile que fueron torturadas en los años que siguieron al golpe de Estado, y lo fueron para hacer posible la fundación del modelo de sociedad en que hoy día vivimos. Y es esa hora la que sistemáticamente se nos pide que ignoremos si queremos vivir felices en el actual orden social.

Quiero traer aquí ese poema de García Lorca en que una misma y señalada hora es invocada innúmeras veces, comenzando por sus primeras referencias:

Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

Hasta arribar a esos versos que hoy, aquí en este acto, podrían llegarnos impregnados de un significado distinto y estremecedor:

Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.

Pero, como en las dos versiones del Quijote, la de Cervantes y la de Menard, a cada mención, ese octosílabo garcialorquiano marca una hora que es la misma, a la vez que es otra. El libro de Katia, Pachi y Patricia es el mismo y es otro en el 73 cuando empezaba a ocurrir lo relatado, en el 78 mientras era escrito en París, cuando dicho sea de paso, no hacía tanto Oliveira y la Maga habían partido de allí, en el 84 en que es editado en francés, en el 91 en que es devuelto al castellano y ahora, en 2013 en que asistimos a esta reimpresión.

Y al leerlo nos vuelven a embargar las emociones y se reconstituyen los afectos que nos unen a todas esas vidas que han ido transcurriendo, que son también las nuestras, y que nos pertenecen a todos.

*El autor es vicedecano de Medicina y este texto fue presentado por él en el lanzamiento del libro Tortura y Resistencia en Chile (Ediciones Radio Universidad de Chile)