Desde el estallido de la crisis financiera el 2008, EE.UU. ha multiplicado por cuatro su base monetaria (de US$ 870 mil millones a US$ 3,04 millones de millones) la mayor emisión de activos del último siglo para reactivar la economía. Ensanches monetarios similares han realizado los centrales de Europa y Japón, actuaciones que se han efectuado en paralelo a drásticos recortes del gasto público para incentivar la inversión y el consumo privados y añadiendo la mantención de tasas de interés cercanas a 0%.
Así y todo, el Bundesbank, por ejemplo, ha rebajado nuevamente su pronóstico de crecimiento para Alemania hasta 0,3% para 2013 debido al efecto de la crisis de deuda, según su informe semestral. La previsión coincide con la del FMI, que la rebajó también a la mitad de lo que había pronosticado en enero. Pero la desocupación sigue cerca de los dos dígitos en EE.UU. y Japón, mientras que en Europa se alza sobre el 12,2% El estancamiento y recesión de Europa podría, pues, propagarse a China, EE.UU. y el resto del mundo a través de una desaceleración económica extendida, cuyos efectos ya parece estar sintiendo China, al igual que Brasil y otros países de América latina.
Pese a las masivas inyecciones de euros y dólares al sistema, los bancos, sobre-apalancados y con balances deficitarios, mantienen constreñido el flujo de crédito. De ahí que los banqueros centrales estén buscando fórmulas de financiamiento que lleguen a las pequeñas y micro empresas, creando más trabajo y expandiendo el consumo. Tales medidas requieren cada vez mayor urgencia de ser adoptadas por los más altos niveles políticos y económicos mundiales.
En efecto, en medio de la crisis ya han surgido propuestas para impulsar una “nueva banca de propiedad pública” que, generando intereses para el Estado, le permita a éstos reducir sus niveles de deuda mediante la creación de dinero exclusivamente público (hoy atribución plenamente privada) que no genere intereses hacia los “dueños del sistema” que representan apenas el 0,6 % de la población del planeta y que administran casi el 40 % de la riqueza mundial. Debajo de esta super élite de 29 millones de personas, una segunda, representada por 344 millones de personas (7,5 % de la población mundial) ostenta otro 43,1 % de la riqueza total del globo. Sumando ambos, el 8,1 % de la población mundial administra el 82,4 % de la riqueza planetaria, mientras 4.219 millones de personas, el 91,8 % de la población, tan sólo maneja el 17,7 %.
Este modelo de reparto está movilizando fuerzas económico-sociales en todo el orbe, en un soterrado pero persistente proceso de reacomodo político y geopolítico, uno de cuyos pasos relevantes fue la reciente reunión EE.UU.-China, en California, la que ha llamado la atención de Europa y el resto del planeta, por sus eventuales consecuencias. Pekín mantiene en reservas más de 2 millones de millones de dólares y más de alguna vez se ha señalado que aquellas constituyen una “bomba atómica” verde, por el impacto que tendría su liberación sin compromisos políticos intermedios.
EE. UU. y China son las potencias económicas número uno y tres del mundo. El segundo lugar lo ocupa la Unión Europea, con sus 27 miembros. Pero China entiende que avanza por un camino hacia un nuevo orden mundial en el que Pekín y Washington marcarán el rumbo. Así por lo menos lo dice el politólogo Yan Xuetong, de la Universidad Tsinghua, de Pekín, quien en un foro del “European Council on Foreign Relations”, en Londres, dijo que “en el futuro, esas relaciones bilaterales serán las más influyentes del mundo”. Mientras, el ex asesor de seguridad del presidente Obama, Thomas Donilon, ha dicho que el foco de EE.UU. se dirige al Asia y China.
Geopolíticos de diversas escuelas ha dicho que el “Mare Nostrum” del siglo XXI es el Pacífico, señalando que las alianzas comerciales entre América y Asia están cambiando el mapa económico global. El viaje de Xi Jinping, culminado el pasado 8 de junio con una entrevista con Barack Obama permitió analizar la voluntad de cooperación bilateral en materia de seguridad cibernética, fomento al crecimiento económico nacional y mundial y soluciones a las crisis internacionales y regionales. Todo ello forma parte de las amplias redes que se tejen alrededor del Pacífico.
No obstante su rivalidad estratégica político-económico-militar, sus aliados y adversarios (EE.UU. posee acuerdos con Japón y Corea del Sur), diferencias de concepción en derechos humanos, las exigencias económicas suelen ser más fuertes cuando se trata de potencias pragmáticas como Pekín y Washington. “Corresponde al interés de EE.UU. que China continúe en la senda del éxito”, dijo Obama en la cita, añadiendo que le conviene al mundo entero “que exista una China estable y próspera”. Un acercamiento entre ambas potencias empujara reacciones de Europa, Japón y el resto del mundo, aun cuando EE.UU. asegure que sus lazos con China no serán a costa de sus aliados, razón por la que el presidente Obama ha tomado clara posición a favor de un tratado transatlántico de comercio e inversiones pan-europeo.
Desde el punto de vista chino, en tanto, según DW, las negociaciones con EE UU. son más fáciles que con la UE, pues en Washington solo hay un interlocutor y un presidente, mientras en Bruselas serán 27 –y pronto 28 con Letonia- los Estados que presentarán sus intereses y demandas. Más allá de las posibilidades de cooperación entre estos grandes bloques, la economía real termina imponiendo sus términos y, por ejemplo, a pesar de la resistencia de Alemania y de otros países de la UE, la Comisión Europea aplicará aranceles provisionales a productos tecnológicos para energía solar “made in China”, subiéndolos hasta 48%, tras acusar a Pekín de “dumping”, pues, tras nueve meses de investigación, la CE asegura que dichos bienes tiene un costo 88% superior al que lo vende China a Europa.
Tras la cita Obama-Jinping efectuada en el lujoso Rancho Mirage del fallecido magnate de los medios Walter Annenberg, en Watford, cerca de Londres, se reunía con menos publicidad el misterioso grupo de multimillonarios mundiales, Bilderberg. Mientras tanto, recordando otro año más de la matanza, las Madres de Tiananmen decian en una carta abierta que “la esperanza está muriendo, y la desesperación se acerca”, criticando al nuevo gobierno chino por no haber hecho nada para esclarecer los crímenes del 4 de junio de 1989, fecha en que miles de estudiantes salieron a la calle para exigir reformas políticas y económicas, siendo masacrados en esa plaza.